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Albert Camus, hijo de un noble linaje menorquín

Albert Camus.

Gumersindo Lafuente

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Buscar lugares que nos permitan “evitar que el mundo se desmorone”. Con esta misión llega de nuevo a Sant Lluís, Menorca, la tercera edición de las Trobades & Premis Mediterranis Albert Camus. Encontrar esos lugares, no necesariamente geográficos, donde podamos profundizar en nuestras posibilidades de ser, comprender y mejorar nuestras fragilidades. Es difícil imaginar un mejor escenario para cumplir este objetivo, también lo es contar con un inspirador mejor que Albert Camus para conseguirlo. El premio nobel francés, nacido en la Argelia francesa en 1913 y muerto prematuramente en un accidente de tráfico en 1960, nunca esquivó las polémicas por mantener sus ideas, muchas veces incómodas, y siempre se mostró orgulloso de su origen, ligado firmemente a través de su madre y su abuela a Menorca.

En su obra hay muchos ejemplos de la influencia de su familia materna, especialmente en “El primer hombre”, novela póstuma y autobiográfica. En su vida hay muchas anécdotas que corroboran la importancia y el respeto por sus orígenes.

El 14 de julio de 1951 Albert Camus acudió a una verbena en la plaza Saint-Sulpice de París acompañado de su madre y de varios amigos, Jean Daniel entre ellos. Es este el que recuerda al escritor levantándose de tanto en tanto para bailar y el que presencia cómo al volver a sentarse después de una pieza Camus se inclinó hacia su madre y le dijo: “Mamá, me han invitado al Elíseo”. La madre, Catalina Sintes, hija de una menorquina de armas tomar, viuda de un caído en la Primera Guerra Mundial y mujer de la limpieza en una Argelia llena de inmigrantes como ella, hizo que su hijo le repitiera la frase, se quedó un momento callada y luego le dijo: “Eso no es para nosotros. No vayas, hijo; no te fíes. Eso no es para nosotros”.

Esta anécdota, recordada hace años por el periodista Javier Rodríguez Marcos, apenas retrata la estrecha relación, la gran influencia de la madre de Camus sobre su hijo. Nos acerca también al fenómeno, casi olvidado hoy, de la masiva migración de españoles a Argelia a mediados del siglo XIX. Una gran sequía empujó a miles de levantinos, andaluces, mallorquines y menorquines a cruzar el mediterráneo e instalarse principalmente en el Oranesado. Allí se dedicaron a la agricultura y a la construcción, muchos adoptaron la nacionalidad francesa, pocos regresaron.

En Orán, en esos tiempos, el castellano era una lengua de uso común, así como el catalán de Valencia y Baleares. Camus es hijo y nieto de esa herencia cultural. También está bañado por la nostalgia de la luz del Mediterráneo: “Crecí en el mar y la pobreza fue para mí fastuosa. Después perdí el mar, y ya todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Desde entonces, espero. Espero los navíos de vuelta, la casa de las aguas, el día límpido”, escribió en el cierre de su obra 'El verano' recordando quizá sus días en la playa de Tipasa, a 70 kilómetros de Argel, a la que iba con 20 años en el coche de línea.

Camus quedó huérfano de padre con menos de un año. Vivió su infancia en un barrio muy pobre de Argel, rodeado de su madre y su abuela, y aunque nunca estuvo en Menorca, sin duda conoció la isla a través de ellas. Quizá un lugar muy diferente al que es hoy, al menos en apariencia. Menorca sigue siendo un milagro si la comparamos con la degradación de otros parajes de la costa española. Hay que trabajar por conservarla.

Catalina Sintes siempre estuvo muy presente en la obra de Camus. También en su pensamiento político, que nunca huyó de las polémicas. De hecho, una de sus frases más célebres se refiere a ella: “En este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”. Argelia luchaba por su independencia y la frase, mutilada, “entre la justicia y mi madre, prefiero a mi madre”, sirvió para que se le acusase de ser un reaccionario colonialista.

Esto sucedió en Suecia, en diciembre de 1957. Camus está allí para recoger el Premio Nobel de literatura y en su discurso dijo algo que, como tantas otras cosas entonces polémicas, tiene hoy más vigencia que nunca: “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea más grande: consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir”.

Por cierto, Camus, como le aconsejó su madre, no fue al Elíseo, pero sí dejó esta frase: “Ante mi madre siento que pertenezco a un noble linaje: el que no envidia nada”.

¡Nos vemos en las Trobades 2023!

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