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La conquista del Cáucaso (III parte)

Íñigo Jáuregui Ezquibela

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Tal y como señalábamos en una entrada anterior, durante la segunda mitad del siglo XIX la cordillera del Cáucaso fue testigo de un flujo incesante de expediciones británicas empeñadas en realizar primeras ascensiones. Esta dinámica se prolonga hasta la última década del siglo y, más concretamente, hasta el año 1896 porque a partir de esa fecha serán los alemanes quienes tomarán el relevo y comenzarán el asedio a las cumbres todavía vírgenes.

En los años previos a la materialización de ese fenómeno se producen dos campañas cuyos logros son muy dispares. La primera tiene lugar en 1891 y es encabezada por dos alemanes: G. Merzbacher y L. Purtscheller. Sus esfuerzos son coronados por el éxito ya que en el transcurso de la expedición conquistan las cumbres del Donguz Orun (4.468 m.) Laila, Tetnuld y Jangi Tau y exploran la región fronteriza de Khevsureti y el valle del río Adyr. La segunda data de 1893 y en ella participan tres caballeros ingleses: Woolley, Solly y Newmarch. Su estancia en Svaneti no arroja grandes resultados debido a los fracasos que sufren en las laderas del Tikhtengen y de la cima sur del Ushba.

Como señalábamos más arriba, el año 1896 marca un antes y un después no sólo por el relevo al que hemos aludido sino porque las ascensiones y la exploración del sector central llegan a su fin. Los picos que permanecen vírgenes o bien revisten dificultades insuperables para los alpinistas y las técnicas de la época o se encuentran en áreas marginales como Dagestán o Abkhasia.

El primero en inaugurar esta nueva andadura es un viejo conocido, el húngaro Móric Déchy que, después de sus tres visitas iniciales, regresa en 1897, 1898 y 1902. Algo semejante sucede con W. R. Rickmers que tras intentar infructuosamente ascender al Ushba en 1895, vuelve a intentarlo en 1900 y 1903. En esta última ocasión es acompañado por un fortísimo equipo compuesto por nueve miembros entre los que sobresalen A. Schulze, R. Helbing o F. Reichert. La campaña arroja resultados inmejorables porque durante la misma hollan las cimas del Shkhelda (4.320 m.), Ushba sur (4.710 m.), Lyalver (4.250 m.), Gestola (4.860 m.) y Jangi Tau (5.051 m.). Por las mismas fechas, el equipo formado por Distel, Leuchs y Pfann realiza la travesía integral del Ushba iniciándola en la cima norte y finalizando en la sur.

La primera década del siglo XX está marcada por la misma tónica general: sobreabundancia de alpinistas germanos y, ocasionalmente, algunos austriacos, suizos o italianos. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), de la Revolución Rusa (1917) y de la subsiguiente Guerra Civil (1917 – 1923) ponen fin a este tipo de actividades que vuelven a retomarse inmediatamente después de la finalización del último conflicto. A partir de ese momento, son los soviéticos quienes toman la iniciativa. De hecho, los occidentales no regresan hasta 1928 de la mano de cuatro bávaros apellidados Bauer, Beigel, Niesner y Tillman. A partir de ese momento, y durante toda la década siguiente, llegan más alemanes, austriacos, suizos y franceses. Los primeros británicos en revisitar la cordillera lo hacen en 1937, casi un cuarto de siglo después de la última incursión.

Entre tanto, los logros alcanzados por los alpinistas soviéticos son relativamente modestos porque como ya señalamos en un artículo anterior (“Otro modelo, otros tiempos”, 12-XI-21) sus prioridades estaban en las antípodas de las de los occidentales. Implícita o explícitamente deciden renunciar al individualismo, la competitividad y el amor al riesgo que, según ellos, es consustancial al sistema capitalista y, por extensión, a la práctica montañera, para abrazar un modelo presidido por la equidad, seguridad, colaboración y obediencia a las directrices emanada de los órganos directivos del Partido Comunista de la Unión Soviética. Este marco ideológico, además de coartar la libertad individual, dificulta la aparición de figuras sobresalientes o la realización de grandes hazañas, pero, a cambio, promueve y populariza su práctica a través de ayudas financieras, instalación de campamentos alpinos, celebración de certámenes y concesión de medallas y, lo más importante, formación. Para que nos hagamos una idea, en 1934, el Elbrus fue ascendido por un total de 386 alpinistas que se convirtieron en 2.016 alpinistas al año siguiente. Además, en 1938, justo antes del estallido de la Gran Guerra Patria, los campamentos repartidos por todo el país ascendían a 43 y eran frecuentados por decenas de miles de aficionados.

A pesar de las dificultades, la década de los 30 marca el inicio de un período en el que los escaladores soviéticos comienzan a asumir riesgos y a destacar por sus ascensiones. Los más activos y exitosos son los hermanos Abalakov, Evgeny (Yeniseysk, 1907 – Moscú, 1948) y Vitaly (Krasnoyarsk, 1906 – Moscú, 1986) seguidos por otra saga familiar, los hermanos Japaridze, Alexandra (Khergiani, 1895 – Tbilisi, 1974) Simon y Aliosha. Lamentablemente, el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945), como ya había sucedido con la Primera, frenó en seco la progresión de los montañeros soviéticos y puso fin a un siglo de exploraciones, aventuras y primeras ascensiones.    

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