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Periodismo y desierto cultural: el reto

Margarita Rivière

'Papel mojado' (editorial Debate), del colectivo Mongolia y, en concreto, del estimado colega Pere Rusiñol, es un hito en nuestro maltrecho periodismo. Su publicación marcará época, igual que lo hizo en los setentas 'Informe sobre la información' de Manuel Vázquez Montalbán.

Es la primera vez que veo por escrito, bien descrito y con imprescindible precisión de datos, el diagnóstico: los propietarios de los grandes nombres de la prensa española clásica (papel) son los principales bancos españoles. Esto, gestado en la última década, no había pasado nunca en la historia y explica, en parte, que de contrapoder estos diarios sean ya directamente 'el poder'. Sólo un libro podía explicarlo.

La falta de credibilidad creciente –lo digo con un lamento sincero por los excelentes periodistas que son excepción– de esos medios sólo es una consecuencia de este hecho.

No voy a entrar en el desglose de datos aportados. Me interesa la constatación: los periódicos de este país están en manos de bancos. ¿Es posible un buen periodismo en tales condiciones?

No dudo de que hay verdaderos héroes entre los periodistas que siguen intentando cada día explicar lo que sucede en el mundo y entre nosotros.Pero quienes somos gatos viejos percibimos cotidianamente ese 'periodismo de agenda', 'periodismo de notas de prensa', ese 'seguir la moda' o la inercia del 'trending topic', creadores de corrientes de opinión pública sobre anécdotas y de tópicos ridículos. Casi nadie se pregunta por lo básico: ¿de dónde salen las noticias? ¿quién decide lo que es noticia? ¿qué es lo que realmente importa a la gente?

El periodismo no consiste en la coreada tontería de 'contar historias', tampoco los periodistas tenemos que estar pendientes de esa estupidez que es el 'relato'. Nuestra tarea es (nada menos) explicar lo que sucede a nuestro alrededor (se da por hecho que es la verdad lo que importa y no un 'invento' de un agente de prensa o un gancho sensacional), contextualizar y, si es posible, fijar los hechos dentro de una realidad más amplia.

Se trata de saber y comprender. No es la forma y el espectáculo lo que importa, sino el fondo: entender por qué pasa lo que pasa. Dicho sea con la mayor humildad.

El buen periodismo de papel pierde la iniciativa aunque es, todavía, referencia importante en la formación de la opinión española y catalana. De ahí al desierto cultural –pese a diarios electrónicos como este– sólo hay un paso. Se escribe –es un decir– para gente superficial y acrítica.

En 1998 publiqué un libro, 'El segundo poder'. Sostenía que había que dar por finiquitada la división de poderes de Montesquieu –ejecutivo, legislativo y judicial– y hablar de manera realista del ‘primer poder’, la economía, y del ‘segundo poder’, los medios de comunicación. Desgraciadamente ahora ambos se juntan.

A la vez, los medios han dejado de ser ‘servicio público’: se ignora que la razón de ser del poder informativo es el ciudadano, a quién hay que informar verazmente y con respeto por ayudarle a conocer lo que sucede y por qué.

En 1987 el mensual ‘Le Monde Diplomatique’ publicó una serie de reportajes bajo el título ‘Des societés malades de leur culture’ (Sociedades enfermas de su cultura). Se analizaban ampliamente los desastres que la mercantilización de todo el estilo de vida producía en los bienes culturales. Era patente: para eso servía el periodismo, para denunciar la paulatina perversión de las culturas convertidas en bienes de consumo al servicio del ‘dios dinero’. Ese futuro de entonces ya es el hoy en los viejos países occidentales.

El ‘Diplo’ anunciaba el desierto, un ‘modelo único’ de pensamiento cultural que priorizaba los beneficios económicos sobre otros valores. Como vemos, hoy la creatividad se exige en la economía o en el marketig más que en las artes.

He vivido de muy cerca esta transformación, apenas 30 años, del periodismo de contrapoder a ‘segundo poder’: servir a intereses particulares (al dinero) por encima de los intereses generales de los ciudadanos (la cultura y la información). La necesaria independencia del periodismo se pierde en este camino y se reencuentra ahora (es la esperanza) en estos meritorios diarios digitales.

Menos independencia = menos credibilidad al tiempo que aumentan las posibilidades (ciertas) de ‘lavado de cerebro’ de un ciudadano transformado en consumidor (frustrado) y audiencia (pasiva).

¿Qué responsabilidad tenemos los periodistas en que nuestros contemporáneos no tengan conciencia crítica o se vuelvan tontos? El desierto cultural del periodismo es paralelo a la ausencia de creatividad en las artes –el cine, el teatro, la literatura, la plástica– que ahora sólo idolatran a lo que da dinero: ‘bestsellers&co’. ¿Esto es cultura? ¿Acaso hay alguna novedad o todo se basa en libros de los años veinte, series históricas, celebraciones con patrocinio?

La cultura, que ha de ser liberadora y libre, se ha transformado en ‘cultura del dinero’.

A la vez, el sector público español y catalán –de signos políticos diversos–, paladín burocrático e hipócrita de esa cultura del dinero, ha creado su clientelismo territorial. Rodeado de camarillas de pseudoartistas subvencionados, de burócratas y de una cultura dirigida a afianzar posiciones políticas partidarias, el sector público exhibe como logro lo que es una casta de aprovechados y plagiadores y no un vivero de talentos. El ejemplo de TV3 en Cataluña –con excepciones obvias– es elemental, pero está en la arquitectura monumental y los museos de toda España…. Es un modelo que con la crisis hace agua.

El tema es enorme, preocupante y tiene múltiples ángulos globales y locales. La tecnología no puede ser un factor unidireccional y debe estar al servicio de una comunicación humanística y más rica: no es el caso, todavía.

El gran reto de este siglo XXI es, precisamente, el de salir de este desierto cultural.

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