Los diputados sólo recibieron una airada bronca como respuesta a sus preguntas en el Parlament. Como en los viejos tiempos. Jordi Pujol respondió con un indignado discurso moralizante a los interrogantes sobre su presunta corrupción política. Pujol acusó a los diputados de plantear una “causa general” contra sus gobiernos. Una vez más un argumento colectivo para no afrontar las responsabilidades individuales, familiares y de partido. El día acaba con las mismas sospechas, las mismas incógnitas y con la vista puesta en los tribunales como única esperanza de conocer la verdad.
Catalunya vive en apenas dieciocho horas dos ceremonias que quedarán en la historia y en la retina de los catalanes. La que acaba de protagonizar en el Parlament el que fuera presidente de la Generalitat durante 23 años y padre del nacionalismo moderno. Y la ceremonia de la firma del decreto de convocatoria de la consulta que, eufemismos aparte, es el paso más decidido que Catalunya realiza hacia la independencia desde los tiempos de la República. En la liturgia que vive Catalunya, dos ceremonias de alta intensidad, con una notable carga emocional. Una para revisar el pasado. Otra para imaginar el futuro. Pero las dos, entrelazadas en el presente.
El propio Jordi Pujol intentó situar su trayectoria en el mismo camino que recorre hoy una mayoría parlamentaria en Catalunya. “Tenía un proyecto que para mí era prioritario, se llamaba construir Catalunya” defendió Pujol, en una intervención centrada en la historia familiar y en la reivindicación de su labor política. Pero el ex presidente no respondió a las preguntas claves del caso, y siguió fiel a la partitura que ya dibujó en su confesión. “No he sido un político corrupto” proclamó, sin lograr que la afirmación transmitiera credibilidad. Fue la intervención de un hombre, de un político, hundido, aferrado aún a su trayectoria de “servicio del país”. Como si no fuera consciente de la magnitud del daño que, precisamente, ha causado al catalanismo al que “ha dedicado su vida”. Fue una intervención que podría interpretarse como fruto de una estrategia de defensa procesal, de obstrucción, incluso, de la Justicia.
Y a la hora de las preguntas de los líderes políticos, se dibujaron de nuevo dos tonos. El respetuoso en las formas y duro en el fondo, de la mayor parte de la oposición. Y el excesivo en la forma y oportunista en el fondo esgrimido por la líder del PP, Alicia Sánchez Camacho, obsesionada en desacreditar el proceso soberanista. Una intervención que permitió al portavoz de CiU quedarse en el rifirrafe parlamentario y esquivar el fondo del caso. Porque la gran pregunta que quedó en el aire es si estamos ante un fraude organizado por un clan familiar, o el síntoma de una corrupción del sistema, con epicentro en CiU.
El día 26 de setiembre del 2014 el Parlament ha certificado el hundimiento del Pujolismo, como un régimen bajo sospecha de corrupción. El 27 de septiembre del 2014 quedará en la historia como el día en que una mayoría parlamentaria de Catalunya rubricará un formidable desafío político. Quizás Artur Mas pretendía eclipsar la ceremonia del pasado con la ceremonia de la consulta, pero la coincidencia de ambas escenifica el fin de un régimen, de una época. Y el inicio de un nuevo tiempo que sólo tiene futuro si logra conjurar el pasado; si logra superar el sistema, las políticas y las personas que hicieron posible el régimen que ayer revivió el Parlament.
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