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¿Por qué los adultos con síndrome de Down no tienen cáncer ni sufren infartos?

Encuentro de jóvenes autogestores organizada el pasado noviembre por Down Cataluña

Víctor Saura

Hace falta un pacto socio-científico entre las personas con síndrome de Down y las autoridades sanitarias. Un pacto que pasa por que la administración dé a las personas con síndrome de Down (y, en general, con discapacidad intelectual) la atención personalizada que merecen, y que a cambio estas personas ayuden a responder a los científicos tres preguntas que podrían reportar un gran beneficio al conjunto de la población: ¿Por qué las personas con trisomía21 tienen tan buena salud cardiovascular?; ¿Por qué la prevalencia de casos de cáncer es prácticamente inexistente?; ¿Y por qué desarrollan el alzheimer antes, pero a la vez tan lentamente?

Este pacto socio-científico es lo que propone el Dr. Fernando Moldenhauer, jefe de la Unidad de Síndrome de Down del Hospital Universitario La Princesa de Madrid, creada en 2005 y la segunda consulta médica de todo el país especializada únicamente en síndrome de Down (la primera fue el Centro Médico Down, impulsado a finales de los ochenta en Barcelona por la Fundación Catalana Síndrome de Down). En la actualidad, la Unidad Down del Hospital La Princesa atiende a más de 1.100 personas con trisomía21 de la comunidad de Madrid (se estima que en toda España hay entre 30.000 y 35.000 personas con síndrome de Down).

En los últimos años, explica Moldenhauer a este diario, la comunidad científica internacional ha ido descubriendo que tenía delante un nuevo grupo de población con unas pautas de salud como mínimo sorpresivas. Hablamos de los adultos con síndrome de Down, que hace 40 y 50 años eran una rareza, puesto que su esperanza de vida era de 15 años, y hoy son una población numerosa. Los adelantos en la atención pediátrica y en cirugía cardíaca infantil han elevado su esperanza de vida aproximadamente hasta los 65 años (en los países del primer mundo, hay que puntualizarlo).

Y es ahora, con el seguimiento epidemiológico de una cantidad considerable de población adulta, cuando se han detectado estos tres fenómenos: ni desarrollan cáncer ni tienen arterioesclerosis, y en cambio sí desarrollan el alzhéimer antes que el resto de la población. “Todo el que pasa con el síndrome de Down tiene una ventaja añadida –comenta Moldenhauer–, y es que se sabe dónde hay que ir a buscar las causas: al cromosoma 21. Esto acota muchísimo el ámbito del estudio para descubrir las claves genéticas de esta protección que tienen contra el cáncer y el envejecimiento arterial”.

Arterias de bebé, huesos de anciano

“Cuando el síndrome de Down era considerado básicamente una situación pediátrica se creía que el riesgo de desarrollar cáncer era elevado, puesto que la incidencia de leucemias era mayor a la del conjunto de la población y porque se habían observado tumores testiculares derivados de testículos que no habían bajado”, explica Moldenhauer. Pero sorprendentemente, añade, “a medida que ha ido aumentando su edad ha resultado que no desarrollan ningún tipo de cáncer o que sucede en contadísimos casos. Están llegando a edades donde tendría que haber aparecido una tasa de cáncer que como mínimo fuera medible, y no la tenemos”.

Lo mismo ha ocurrido con las enfermedades cardiovasculares. Se ha visto que las personas con síndrome de Down no desarrollan arterioesclerosis, y por lo tanto no tienen infartos de miocardio, cerebrales, u otras patologías por la falta de riego sanguíneo de cualquier órgano. “Las personas con síndrome de Down de edad avanzada tienen unas arterias como las de un niño pequeño, lo cual es también enormemente sorprendente porque no hay ningún modelo humano de protección frente a la arterioesclerosis”, afirma el jefe de la Unidad Down, que es médico internista y durante años fue el director médico del Hospital La Princesa.

“O sea que tenemos una población humana que genera algún tipo de protección cardiovascular y oncológica, las dos principales causas de mortalidad en el mundo desarrollado junto con los accidentes de tráfico. ¡Esto la convierte en un grupo de interés científico de primer orden!”, subraya Moldenhauer. “Y es aquí donde yo planteo este pacto socio-científico: como sociedad queremos que nos ayuden a averiguar las causas de unas enfermedades que ellos no tienen, pero el beneficio debe ser mutuo, por lo tanto va siendo hora de que nos demos cuenta que necesitan una atención sanitaria específica, igual que la tienen los pacientes de ELA o de diálisis, y esta atención se tiene que dar en un entorno terciario, no puede ser que la dé un médico de atención primaria que ve a una persona con síndrome de Down cada 10 años”. Este pacto, insiste, se tiene que llevar a cabo “desde una escrupulosa observancia ética, ellos tienen que ser los primeros beneficiados y hay que huir a toda costa del cobayismo”.

Y se han puesto manos a la obra. Investigadores del Hospital la Princesa quieren aprovechar este numeroso grupo de pacientes con síndrome de Down que atienden para llevar a cabo un estudio donde se evalúe no sólo por qué no tienen problemas cardiovasculares sino a la vez por qué sus huesos sí que envejecen prematuramente, y en definitiva para conocer mejor cómo es la tercera edad en las personas con síndrome de Down. Este estudio cuenta con el apoyo de Down España y Down Madrid y la dedicación altruista de todos los profesionales que toman parte. Se está intentando financiar a través del micromecenazgo, pero aún van por la mitad del objetivo.

Para Pilar Sanjuán, que es secretaria de Down España y presidenta de Down Catalunya, es una buena noticia que el síndrome de Down esté atrayendo el interés de la comunidad científica, y sería muy positivo conseguir el nivel de atención específica que se puede encontrar en Madrid o en Barcelona en el resto de comunidades. Aun así, considera que no por ello se debe renunciar a una atención primaria de calidad. “El centralismo perjudica a las familias con menos recursos, puesto que tienen menos disponibilidad para desplazarse, nosotros en Lleida intentamos ir lo mínimo a Barcelona, o sea que lo que necesitamos son médicos que cuando tengan a un paciente con síndrome de Down se informen, que trabajen en red con otros si carecen de experiencia, y que sobre todo se fijen más en la persona que en la etiqueta”, apunta.

Prevención del alzheimer y mejora cognitiva, los grandes retos

De los tres centenares de ensayos clínicos que se han hecho en todo el mundo relacionados con la trisomía21, la mayor parte tienen que ver con el alzheimer y la mejora de la capacidad cognitiva de las personas con síndrome de Down, que son, a juicio de Moldenhauer, las dos grandes líneas de investigación en las que les puede ayudar la ciencia a mejorar su calidad de vida.

En el caso del alzheimer, la situación es a la inversa del cáncer o la arterioesclerosis. Las personas con síndrome de Down tienen más probabilidades de desarrollar alzheimer que la población general, y a una edad más temprana. A los 55 años una de cada dos personas con síndrome de Down ya tiene alzheimer. A los 60 se estima que ya es el 80%. El año pasado se puso en marcha la Unidad Alzheimer-Down en el Hospital de Sant Pau, promovido por este centro hospitalario y la Fundación Catalana Síndrome de Down, y que contó con el apoyo de la Fundación Grífols.

En esta unidad, que dirige el neurólogo Juan Fortea, no solo se tratan los pacientes con síndrome de Down con alzheimer, sino que se lleva a cabo un estudio pionero para hallar biomarcadores que permitan la detección precoz del alzheimer en estas personas así como para establecer nuevos protocolos de actuación. Ayer mismo se anunció la entrada en este estudio de la Obra Social “la Caixa”, lo que permitirá que puedan participar en él alrededor de un millar de personas a lo largo de tres años. El estudio se llama ahora Down Alzheimer Barcelona Neuroimaging Initiative (DABNI).

En una conferencia reciente, Fortea alertaba de que el alzheimer no es sólo la principal causa de mortalidad de las personas con síndrome de Down, sino que se están viendo casos en que desarrollan la enfermedad cuando sus cuidadores, que normalmente son sus padres, también la están desarrollando.

Lo que más sorprende a la comunidad científica en el caso del alzheimer es que el gen que produce la proteína beta amiloide (la causante del daño neuronal) se encuentra precisamente en el cromosoma 21, o sea que las personas con síndrome de Down producen esta proteína prácticamente desde que nacen y en cambio tardan mucho a desarrollar la enfermedad. “Los científicos no se explican qué factores causan este atraso en la aparición del alzheimer, ya que por la cantidad de amiloide que producen lo tendrían que tener a los 10 o 15 años, o sea que incluso con esto puede ser que tengan algún tipo de protección y nuevamente las claves están al cromosoma 21”, explica Moldenhauer. En su opinión, “aquí la ventaja es que los primeros beneficiados de lo que se descubra serán ellos mismos”.

En relación a la mejora del rendimiento cognitivo, el estudio más prometedor que se lleva a cabo en España es el desarrollado en Barcelona por un equipo interdisciplinar del Centro de Regulación Genómica (CRG) y el Instituto de Investigación del Hospital del Mar (IMIM), liderado por los doctores Mara Dierssen y Rafael de la Torre. En un ensayo clínico realizado en 2014 y publicado el año pasado en la revista internacional The Lancet Neurology se demostró que la combinación de los ejercicios de estimulación cognitiva con la ingesta de una sustancia ) presente en el té verde (la Epigalocatequina Galato) mejoraba de forma sustancial las conexiones neuronales de las personas con síndrome de Down, y por tanto influía positivamente en su rendimiento cognitivo.

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