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Carlos Franz enfrenta pasión y razón en su primera novela de amor

Carlos Franz enfrenta pasión y razón en su primera novela de amor

EFE

Madrid —

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Carlos Franz no quiere teorizar sobre el amor, “la única manera que tiene un novelista de teorizar es mediante su ficción”, dice, pero lo cierto es que el escritor chileno acaba de publicar su primera novela de amor, en la que pasión y razón aparecen como enemigos irreconciliables.

“Si te vieras con mis ojos”, que así se titula, llega a las librerías, editada por Alfaguara, un mes después de ser galardonada con el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, en su segunda edición.

Dos décadas han pasado desde que este académico de la Lengua en Chile, en el pasado profesor en Londres y Cambridge y agregado cultural de Chile en España, entre otros hechos destacados de su biografía, pensara en escribir una novela de amor, un género hasta ahora ajeno a una producción literaria en la que, además de novelas, hay cuentos y ensayos.

“Me gusta escribir -confiesa en una conversación con Efe- sobre mis propias experiencias. No hago ficción autobiográfica, pero sí me gusta estar motivado por lo que a mí realmente me importa”.

Y continúa con su relato: “No me gusta escribir simplemente para demostrar que tengo habilidades narrativas. Tenía cierta urgencia por contar algo de mi experiencia amorosa, pero quería hacerlo de forma disfrazada, enmascarada”.

Ese deseo llegó a oídos de su madre, que le recomendó leer la biografía del pintor viajero Johann Moritz Rugendas, alemán con antepasados catalanes, que en su periplo aventurero y amoroso por el continente suramericano arribó a Valparaíso a mediados del siglo XIX, en un momento convulso de la historia de Chile, recién independizado de la corona española.

Allí conocerá a Carmen Arriagada, mujer “brillante, ilustrada e indomable”, casada con un militar mucho mayor que ella e incapacitado para el ejercicio amatorio, como consecuencia de las heridas sufridas en el campo de batalla.

Un militar combatiente junto a Bolívar o en territorio español contra Napoleón, profundamente enamorado de su esposa y a quien los “cuernos” que adornan su frente no impedirán aceptar el “menage a trois” en el que se convierte su matrimonio.

Tres personajes reales a los que se suma, en la ficción de la novela -“lo histórico está al servicio de la ficción, y no al revés”- otro personaje real, el naturalista Charles Darwin.

Un joven Darwin que solo vive para estudiar la flora y la fauna del lugar, tan alejado de su país, y para quien “el amor es una ilusión con la cual los humanos tapamos la suciedad del sexo”.

Alguien convencido de que la pasión romántica no es real. Un hombre todavía virgen que sostiene que “somos un puñado de vísceras desesperadas por perpetuarse”. A esa desesperación le “llamamos pasión”, cree él.

Enfrentada a esa visión racional y científica del amor, y avalada por su propia experiencia vital, la del pintor Rugendas, para quien sólo la pasión “hace perfecto al amor”. Él es un artista apasionado que persigue el amor allá donde va, frente al naturalista Darwin, que huye de él.

Entre la razón del naturalista y la pasión del artista se interpone una mujer, Carmen, “una especie de Madame Bovary del fin del mundo”, advierte Franz. Por sus venas corre sangre española, alemana, judía y mapuche, y es conocida como la “vinchuca”, por los besos que da, “que dejan marca, como esa chinche besucona que chupa la sangre sin que duela”.

Una mujer salvaje en el amor para quien “los grandes amores -como los héroes- deben morir jóvenes. De lo contrario -dice en la novela- se vuelven impotentes. El único modo de hacer eterno ese romance es matarlo”.

Para el autor, no se trata de una novela histórica, sino de una historia de amor en un contexto histórico determinado. “Ocurre en el siglo XIX como podría ocurrir en el XXII. Son temas eternos. La noción romántica del amor está todavía viva. Para mal y para bien”, destaca.

En su ánimo estaba “representar” los dos polos que suponen el pintor y el naturalista. “Aquellos que piensan que el amor es solo sexo, y aquellos otros que creen que no, que el amor es una fuerza vital suficientemente autónoma como para que, incluso sin sexo, determine nuestras vidas”.

Lo importante para Franz no es si esta historia de pasiones encontradas, en la que no se escatiman pasajes tórridos, pudo ocurrir o no en el Chile del XIX. “Lo importante -sostiene- es si resulta verosímil en la novela. Un ente autónomo, ficticio, narrativo, dentro del cual espero haber demostrado que sí pudo ocurrir”.

Carlos Franz ha tratado de saberlo “todo” sobre sus cuatro personajes, de ahí tanto tiempo de estudio previo, para luego “escribir en los huecos que deja la realidad de sus vidas, la realidad histórica. Llenarlos con ficción y, allí donde fuera necesario, violar la verdad histórica. Sin problemas”.

“Ese es -cree- uno de los pocos privilegios que tiene la narrativa de ficción, que no tiene ningún poder en el mundo real”.

Franz, para quien se puede seguir hablando de amor cuando desaparece la pasión, considera que “amamos como somos, si bien luego, de la manera como hayamos amado, irá configurándose nuestra biografía”.

“Vamos pareciéndonos a la manera en que hemos amado, pero también a aquella manera en que hemos rechazado el amor. Tan importante es el amor realizado como el soñado. Hay rechazos del amor, hay miedos al amor, hay miedo a la pasión que determina la existencia; a veces mucho más que los amores realizados”, concluye.

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