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Los testigos que quedan de la II Guerra Mundial

Imre Kertesz //Foto: Csava Segesvari

Paula Corroto

Günter Grass fue uno de los últimos escritores alemanes en vivir de cerca la II Guerra Mundial. Es más, con 17 años fue miembro de las Waffen-SS, las fuerzas de combate de élite puestas en marcha por los nazis. Aunque nunca escribió sobre ello –y fue duramente criticado-, la memoria sangrienta del siglo XX sí ha cuajado en las novelas de este Premio Nobel fallecido ayer con títulos como El tambor de hojalata o el evidente Mi siglo. Como también sucedió con la narrativa de otros testigos seculares como Jorge Semprún, Elias Canetti o Ernst Jünger. La vida está para contarla, pese a las palabras de Primo Levi. Más de setenta años después de aquellos episodios, son pocos los escritores que quedan con vida y que relataron la tragedia nazi, los años de posguerra y sus heridas. Aquí algunos nombres.

Imre Kertesz (Budapest, Hungría, 1929)

Hijo de una familia judía, a los 14 años fue deportado a los campos de exterminio de Auschwitz y Buchenwald y logró sobrevivir a ambos. Sin embargo, no fue hasta 1975, después de muchos años de trabajo como traductor y periodista, cuando publicó la novela Sin destino, que narra cómo pudo salir con vida de aquellos agujeros de la muerte. La historia, publicada en español por Acantilado en 2001, está muy lejos de la melancolía y la ternura. Al contrario, a pesar de que el protagonista es un adolescente, no escatima en dureza. Su obra posterior, con títulos como Kaddish por el hijo no nacido, Yo, otro o Dossier K. está marcada por los totalitarismos europeos y por la pregunta constante sobre por qué pudo sucederle todo aquello a la Europa del siglo XX. No obstante, siempre se ha rebelado contra la ‘literatura del Holocausto’, ya que como afirmó en una entrevista, “yo no escribo sobre el Holocausto, solo novelas”. En 2002 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura.

Foto: Csava Segesvari

Edgar Hilsenrath (Leipzig, Alemania, 1926)

También hijo de familia judía, es otro superviviente del genocidio nazi. Huyó con su madre y su hermano a Rumanía en 1938, pero en 1941 fueron deportados al gueto de Czernowitz. Logró aguantar hasta que este fue liberado por el Ejército Rojo. Después iniciaría una andadura por diferentes países europeos y Palestina hasta que se instaló definitivamente en Nueva York. Allí fue donde escribió El nazi y el peluquero (Maeva), una novela que destila ironía sobre el Holocausto –aborda la historia de un nazi que después asume su identidad judía- y que en aquella época no fue entendida en Alemania. De hecho, fue censurada y no se publicó hasta años más tarde cuando regresó a Berlín. Hilsenrath, que ha trabajado como camarero, lavaplatos, obrero de la construcción e incluso temporero en el campo, nunca se ha cortado en ofrecer una literatura sin hipocresías como hizo en Fuck América (Errata Naturae) con la historia de un judío que intenta escribir una novela sobre su experiencia en un gueto bajo el título de El pajillero. Al fin y al cabo eso es lo que hacía todo el día su protagonista. En Das Märchen vom letzten Gedanken (no traducido al español) narró el genocidio armenio.

Foto: Georges Seguin

Elie Wiesel (Maramarosziget, Hungría, 1928)

Al igual que Kertesz, Wiesel fue deportado junto a su familia a Auschwitz y Buchenwald cuando tenía 16 años. Sus padres y su hermana menor murieron en ellos, pero él consiguió ser liberado por los aliados en 1945. Once años después, tras estudiar en La Sorbona y establecerse en Estados Unidos, escribió La noche en el que narra el viaje hacia Birkenau en tren y su mísera vida en los campos en el que se pueden hallar sensaciones parecidas a las que Jorge Semprún contó en El largo viaje (Tusquets). Forma parte de una trilogía junto a El Alba y El día. Wiesel, pese a haber recibido el Nobel de la Paz en 1986, no ha dejado de ser una figura polémica por sus constantes críticas –aún a día de hoy- hacia Alemania y por no hacer ningún juicio crítico sobre la postura de Israel frente a Palestina.

Foto: Sebastian Derungs

Jürgen Habermas (Düsseldorf, Alemania, 1929)

El filósofo y sociólogo tuvo la suerte de no ser llamado a filas durante la II Guerra Mundial (era hijo de una familia acomodada que se trasladó a Gumberbach), pero sí vivió muy cerca aquellos años y experiencias como los Juicios de Núremberg, que han estado presentes después en su pensamiento. Es más, en 2006 ganó un pleito al historiador Joaquim Fest que le había acusado de haber batallado junto a los nazis al igual que habían hecho Grass o el anterior Papa, Joseph Ratzinger. Habermas siempre lo negó y, de hecho, en alguna entrevista se ha mostrado contrariado con Heidegger –el filósofo que sí mostró cercano a los postulados nazis- y ha llegado a declarar que se sintió engañado por él. Representante de la Escuela de Fráncfort y continuador de las ideas kantianas, el tema de la identidad nacional forma parte de su obra –llegó a acuñar el concepto ‘patriotismo constitucional’- principalmente a raíz de la construcción del Muro de Berlín. También destacan sus escritos sobre la acción comunicativa.

Foto: Wolfram Huke

Gregor Dorfmeister (Tailfingen, Alemania, 1929)

A los 16 años, Dorfmeister formó parte de la Volksturm, una especie de milicia creada por Joseph Goebbels e inspirada en la prusiana Landsturm. Precisamente, esta experiencia está recreada en la novela El puente (1958) –escrita bajo el pseudónimo Gregor Manfred- con la historia de siete chicos de 16 años que tiene que defender esta construcción de una avanzadilla de norteamericanos. El sinsentido de todo aquello, de la guerra y la paranoia nacionalista se hace evidente cuando seis de ellos mueren y solo uno logra salir con vida. El libro ejemplifica, desde el lado alemán, cómo toda una generación que en aquellos años vivía sus primeras experiencias vitales –el amor, el sexo, la amistad- quedó herida por el miedo y el horror de la muerte (quizá por ello Grass nunca habló de su participación en las SS). Como ha relato en alguna entrevista, “a esa edad ni a mí ni a los otros chicos nos preguntaron nunca si eso nos gustaba o no”. La novela tuvo tanto éxito, incluso en Alemania, que poco después sería llevado al cine. Dorfmeister, que se dedicó principalmente al periodismo, escribió después Das Urteil (El juicio) sobre el caso de una violación a un soldado americano, y Die Strasse (La calle) sobre un grupo de jóvenes cuya falta de empatía les hace cometer un crimen.

Anita Brookner (Londres, 1928)

Cuando era una niña, Brookner vio como su padre, un inmigrante polaco, decidió esconder a refugiados judíos de la guerra en su propia casa. Aquellos años, en los que la ciudad londinense también se vio asolada por los bombardeos de la Luftwaffe (la fuerza área nazi), marcaron su vida posterior y toda su narrativa, a la que no llegaría hasta muchas décadas después. Fue una de las primeras mujeres reconocidas por su trayectoria intelectual –primera mujer en obtener la cátedra Slade de la Universidad de Cambridge- y por trabajos sobre los artistas Watteau o Jacques Louis Davis. En sus novelas, como Una relación inconveniente o Hotel Du Lac (premio Booker) aunque centradas en las relaciones personales queda reflejada esa infancia solitaria y esa pubertad regida por la guerra y los horrores que sufrieron las personas que huían desesperadas de una Europa que se desangraba.

Tony Vaccaro (Greensburg, EEUU, 1922)

Aunque nació en EEUU, vivió su adolescencia en Italia, de la que su familia era originaria. Con 17 años, Vaccaro se enroló en el ejército norteamericano para participar en la II Guerra Mundial y huir así de la Italia fascista. Combatió en Normandía y Alemania y fue en esas incursiones donde comenzó a tomar fotografías. Fue a este trabajo al que se dedicó tras la contienda enviando imágenes para revistas como Life o Look. Precisamente, uno de sus libros más importantes es Entrando en Alemania: Fotografías 1944-1949, con las que en parte se ha creado el imaginario de la guerra, la esperanza y la destrucción. En alguna ocasión ha confesado que, además de los disparos de su cámara, también usó las armas, y lloró como un niño “cuando mataba a alguien”. De ahí que en sus últimas entrevistas se haya mostrado perturbado y decepcionado con nuestro mundo: “La tragedia del ser humano hoy son las Naciones Unidas. Puedo ver la sede desde las ventanas de mi casa en Nueva York y siempre que me asomo pienso en su inutilidad”.

Son los testigos de una guerra y sus consecuencias desde todos los ámbitos. Estuvieron allí y lo contaron. Dentro de algunos años su memoria, al menos, permanecerá en su obra.

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