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El conjuro

Chus Villar

Resulta muy curioso ver cómo en numerosos votantes de izquierda de la Comunidad Valenciana está instalada la idea de que, a pesar del enorme desgaste del Gobierno autonómico, es difícil que el PP no gobierne de nuevo tras las próximas elecciones. Muchas veces me da la sensación de que, más que una convicción fruto de un análisis de la situación, se trata de una especie de pensamiento mágico, de una sensación profundamente arraigada en el subconsciente de que existe un conjuro imposible de deshacer o de que los populares tienen poderes sobrenaturales que los hará resistir hasta el infinito y más allá.

Es normal. Seguramente se tenga la misma percepción en otras autonomías con largos gobiernos del mismo color, como Murcia, Andalucía, Asturias… o en municipios como Marinaleda, por no hacer distinción por partidos. Aquí son 20 años de poder ejercido de forma bastante absoluta. Aquí, la gente que se ha empeñado en denunciar la corrupción, o las desigualdades sociales, o las deficiencias democráticas, o los desmanes urbanísticos y medioambientales, o los excesos del endeudamiento, o las obras faraónicas, o el desmantelamiento de servicios públicos ha estado muy sola. Han sido muchos años de sentirse minoría (y no hablo sólo de los representantes políticos, sino también de organizaciones ciudadanas), de predicar en el desierto, de ser el bicho raro, de sufrir en muchos casos las represalias laborales y sociales de pensar de otra forma y atreverse a defenderlo públicamente. En otros casos, ni siquiera el pensamiento divergente se ha exteriorizado.

A pesar del auge que están teniendo algunos movimientos sociales y partidos políticos como Podemos, y de que dar caña al Gobierno ahora está bien visto, se sigue observando en no pocas personas el desencanto, la desesperanza en que la acción ciudadana pueda cambiar cosas. En estos días, he participado en una movilización para denunciar el exceso de calor en las aulas por falta de infraestructuras, y me ha sorprendido mucho ver cómo incluso personas comprometidas socialmente y que defienden claramente la escuela pública comentaban la inutilidad de emprender acciones que no iban “a servir para nada”. Si esto está pensando parte de la izquierda, tradicionalmente combativa e inconformista, no quiero imaginar lo que pensará la gran parte de la población que no se preocupa por la política y que encima ahora piensa que la política no se ha preocupado ni se preocupará jamás de ella…

Yo no creía que a estas alturas me vería recordando a personas demócratas, formadas, con profesiones muy conectadas con lo social, con lo ciudadano, que reivindicar lo que nos corresponde (y al margen del resultado concreto que pueda tener en un momento determinado cada reivindicación puntual) es nuestro derecho, y creo que tal y como están las cosas, nos lo deberíamos tomar hasta como una obligación.

Pero al margen de los derechos democráticos teóricamente considerados, la demanda ciudadana (y más cuando está organizada) sí surte efecto. La función de denuncia que se realiza desde medios de comunicación sí tiene consecuencias. Y la acción de la justicia también. Aquí parecía que nunca se vería a un Fabra entre rejas mendigando un indulto, y lo estamos viendo; que nunca asistiríamos al desfile de altos cargos imputados, y estamos asistiendo; que nunca destaparía la corrupción que unos pocos denunciaban y que muchos veían como un mal endémico; pero se está destapando; que nunca conoceríamos qué pasaba con las cuentas públicas, pero lo estamos conociendo.

Si analizamos lo que está ocurriendo, no tenemos más remedio que darnos cuenta de cambios significativos: el PP de Madrid da por perdida la Comunidad Valenciana, que ha dejado de ser la alfombra roja del poderío popular a nivel nacional. Rajoy pasa de las demandas de financiación, desprecia al president y procura no juntarse mucho con los de aquí para que la mierda no le salpique; a la vista está la representación madrileña en la cena de apertura del curso político en Las Alquerías (del Niño Perdido, que es Alberto Fabra).

La intención de reforma electoral del PP también habla a las claras de los temores de pérdida notable de votos. Pero es que ni siquiera los populares confíandel todo en ser la lista más votada en sus feudos históricos,cuando desde hace meses suenan las llamadas a la unión con el PSOE, que se acrecentaron de cara a las europeas (recordemos que Fabra también sostuvo esta postura) y que estoy convencida que se reeditarán de cara a las autonómicas y a las municipales.

También es un dato importante el ascenso de Podemos, ya no sólo en extrapolaciones de europeas, sino en sondeos de intención de voto de las otras elecciones. Parece que su aliento va en la nuca de EU y hasta del PSOE, según diversas encuestas, incluida la nada sospechosa del CIS. Una encuesta del PP lo ha situado por delante del PSPV en la Comunidad, y aunque incluso lo tomemos como una estrategia para azuzar el posible pacto bipartito, sería un punto a favor de la tesis de que el régimen popular en la Comunidad Valenciana está seriamente tocado.

En cualquier caso, y al margen de resultados electorales y de partidos concretos, lo que nunca debemos olvidar es que las cosas no suceden por inercia propia, sino que las provocamos y las cambiamos las personas. Pensar en cambiar las cosas no es ser un soñador. Es todo lo contrario, es apartar el pensamiento mágico, dejar que sentir que nos han echado una maldición, y recurrir al pensamiento racional. ¿O es que desde antiguo y aún ahora no se utiliza la magia negra para lograr súbditos sumisos?

No debería hacer falta que recordase ejemplos históricos de cambios con mayúsculas que dejan en pañales a estos pequeños cambios que algunos ven imposibles, pero, a la vista del panorama, lo voy a hacer. Cuando esa rara especie a la que pertenecemos ha sido capaz de abolir la esclavitud, de lograr derechos para los trabajadores impensables durante milenios, de explorar el espacio, de doblar nuestra esperanza de vida… ¿En serio me decís que es una utopía que nuestros hijos tengan aire acondicionado en su clase?

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