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Mi dinero es mío y me lo follo como quiero

Andreu Escrivà

Últimamente se viene repitiendo un esquema similar en las redes sociales: un cargo público se gasta su dinero en algo que a nosotros no nos parece bien, y procedemos a un linchamiento mediático usando como ariete las facturas. En los ataques de la derecha más recalcitrante a Cándido Méndez por su reloj, a los sindicalistas por sus cervezas, a los de izquierdas con iPhone, subyace el mismo análisis erróneo y falaz que cuando se critica a Sánchez Camacho por haber recurrido a la cirugía plástica. Por mí puede untarse el cuerpo entero en babas de caracol mezcladas con oro y caviar, si se lo paga ella y no me obligan a mirar.

Parece ser que muchos no entienden que hay una diferencia fundamental entre gastarse el dinero público con fines de disfrute personal –lo cual es corrupción- y gastarse el dinero ganado mediante el ejercicio de un cargo público. ¿Le pedimos las mismas cuentas a los cirujanos, a los profesores, a los inspectores de hacienda? ¿Nos metemos con qué se compra cada uno, o qué se deja de comprar?

Los ataques a Méndez y la insistencia con las mariscadas corresponden a una cosmovisión de corto alcance, rancia hasta la médula, que además considera la “mariscada” como peldaño insuperable en la escala del refinamiento gastronómico (y eso no necesita ni comentarios). ¿Y a mí qué más me da en qué se gaste su dinero Cándido Méndez? ¿Por qué no se cuestiona al que tiene un pase de fútbol de primera división, al que tiene como hobby restaurar muebles, a quien posee centenares de discos, al que fuma como un carretero? Porque en el fondo se interpreta su dispendio como una traición de clase, y la derecha, que en esas cuestiones es avezada y cizañera, lo utiliza en nuestra contra: los obreros no deberíamos comer marisco.

Y la verdad es que el gobierno de Rajoy está poniendo complicado lo de tener una buena alimentación (ahora van a por la carne), pero eso no justifica actitudes como la de Alberto Garzón, quien añadió leña al fuego cuando dijo, orgulloso, que nunca se había gastado más de 30 euros en una cena. ¿De qué tiene miedo Garzón? ¿De una lapidación pública por comer entrecot? Mientras no haga ostentación –lo que sí sería censurable, en su caso y en el de cualquiera-, puede hacer con su sueldo de diputado lo que le plazca. Cuando cobraba un sueldo (y eso que era una quinta parte de lo que él ingresa todos los meses), me gasté más de una vez 30 euros en una cena. Y no me arrepiento, ni pido perdón, ni entrego las armas. Alberto, no tengas miedo: una buena cena son sólo dos discos de Ismael Serrano.

Y así todo, que se lee por Twitter. Un cargo público no debe hacer alarde de las propias pertenencias o de dónde va a almorzar, pero en su vida privada puede hacer una falla con billetes de 500 euros y bailar desnudo a su alrededor, si le hace feliz. En lo que debemos ser implacables es en la corrupción, en el uso del coche oficial para ir a la peluquería, en las concesiones de licencias de TDT, en las recalificaciones de terrenos y el desvío de fondos para ONG, en los viajes en yate tras la concesión de la contrata de basura, en el pago de prostitutas a cuenta de una depuradora que somos todos, en los trajes que se regalaban a quien manejaba el epicentro de la podredumbre institucional. Eso sí nos afecta. Si Camps, con su sueldo del CJC, se compra la tirada entera de Telva para empapelarse su casa, permítanme que sólo sienta lástima, pero que no me indigne.

Y por qué no decirlo, me jode que la derecha esté siempre vigilante sobre qué comemos o dejamos de comer los de izquierdas, porque en el fondo implica que no asumen que somos iguales. Que quieren seguir construyendo un muro entre clases. > Eso sí, con un par más de años de Rajoy en el gobierno no hará falta ninguna campaña de desprestigio para los que coman bien: para una mayoría de gente esa posibilidad ni existirá.

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