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La pesadilla de los jóvenes que soñaron con Alemania

Francisco Sánchez del Pino en la plaza de Alexander de Berlín. FOTO: Daniel Hager

Carmela Negrete

Berlín —

Lo último que se imaginaba Francisco Sánchez cuando decidió probar suerte en la capital alemana es que acabaría siendo atendido en un hospital benéfico para personas sin techo. Fran estudió filosofía en su Jaén natal y tras acabar la carrera, se dedicó durante un año a prepararse unas oposiciones que los recortes han paralizado. Como no encontraba trabajo en Jaén y tenía varios conocidos en Berlín, hace cinco meses hizo la maleta con unos pocos ahorros y su título de nivel intermedio de alemán bajo el brazo.

Fran, por supuesto, no esperaba encontrar un trabajo de filósofo. Su primer empleo fue en una empresa de mudanzas. Le hicieron un contrato de minijob, aunque siempre trabajaba más horas en negro. Le pagaban ocho euros más la propina. Su jornada laboral duraba de 12 a 16 horas cargando muebles. “Encima me llamaban el día anterior, a veces muy tarde ya por la noche, y me decían: Mañana hay trabajo. Después no sabía a qué hora volvería a casa. Así no se puede vivir”. Estas condiciones le hicieron renunciar y buscarse un nuevo empleo.

Su segunda estación, donde sigue trabajando, es un centro comercial de lujo en una de las zonas más caras de la ciudad. Allí sirve comida italiana en un stand donde gana la mitad de lo que hacía cargando muebles. Desde hace un mes y medio espera el prometido contrato. Hasta entonces, sobrevive sin seguro médico y su compañero de piso ha tenido que adelantarle el alquiler, ya que además se retrasan en los pagos. “Ángel me está ayudando mucho, me ha prestado hasta su cinturón, porque se me rompió el mío y no tengo ni para eso. No quiero dramatizar, pero es la verdad”. Su conocido le ha prestado también un abrigo, ya que en Jaén no hace tanto frío y no estaba preparado para los aires berlineses. Fran asegura haber descubierto en su experiencia como emigrante “una red informal de solidaridad que funciona mil veces mejor que las redes oficiales de servicios de empleo o de ayudas sociales”.

Antes de venirse a Alemania, a Fran le habían expedido un certificado provisional de asistencia sanitaria para tres meses. Al cuarto mes de estar en Berlín tuvo un problema médico inesperado. Se dirigió a la embajada española y le explicaron que a los mayores de 26 años que no hayan cotizado, la tarjeta sanitaria europea solo les cubre los desplazamientos temporales. Allí mismo le dieron la dirección de un hospital benéfico que atiende a personas sin techo de forma gratuita. En aquel centro médico dice haber conocido a ciudadanos búlgaros y rumanos, “gente que no tiene derechos como nosotros”. Fran está convencido de que en estos cinco meses ha conocido “todas las cloacas de Berlín”.

Eternos becarios

Patricia López, arquitecta gallega de 30 años, se mudó a Berlín hace ya más de doce meses. Le avergüenza tanto la experiencia que ha vivido aquí que no quiere dar a conocer su identidad ni ser fotografiada, por lo que su nombre es ficticio. Patricia vino a Berlín con su novio. Ambos trabajaban en España como arquitectos antes de quedarse desempleados. En febrero de 2011, la canciller alemana visitó España y en todos los telediarios dejó oír aquello de que la economía alemana marchaba tan bien que necesitaban especialistas, y que ella “estaría muy contenta de que fueran españoles”.

Sin saber alemán pero controlando el inglés, Patricia y su novio hicieron las maletas. Al poco de llegar a Berlín encontraron unas prácticas en un estudio. El idioma no fue un problema, ya que asegura que hacían “todo como un arquitecto normal”. Ambos se encargaban de dibujar los planos finales para la construcción de viviendas unifamiliares. Todo lo hacían igual que un arquitecto...menos cobrar: 300 euros les daba la empresa como remuneración por las “prácticas”, para las que no tenían ni siquiera un contrato y que realizaron durante ocho meses.

En este tiempo Patricia y su novio se han esforzado por aprender el idioma; de hecho, ella asiste ya a clases del nivel superior. Tampoco han parado de buscar trabajo, pero lo único que encuentran son “ofertas de prácticas en las que no pagan más de 400 euros”. Patricia da clases particulares en su casa de español y asegura haberse gastado sus ahorros, así como haber recibido ayuda de sus padres. “Todo con tal de hacer currículum en Alemania”.

Dos colegas de la pareja, también aquitectos españoles, trabajan en otro estudio berlinés desde hace varios meses totalmente gratis, incluso los fines de semana. “Son estudios que presentan proyectos a concurso y tienen mucho estrés, por eso les piden que hagan horas extra”. Patricia tiene ojeras y parece como tristona. Aún le queda la esperanza de encontrar trabajo en otra ciudad alemana como Múnich o Hamburgo, pero por ahora no ha habido suerte. “He ido para atrás”, asegura recordando sus primeras prácticas cuando acabó la carrera en Santiago, “esas prácticas estaban mejor pagadas que lo que nos ofrecen hoy aquí”.

Empezar de cero

Aurora Martín (nombre ficticio por deseo de la entrevistada), enfermera, vino a Berlín desde Ciudad Real después de rodar durante más de dos años por hospitales de toda Castilla La Mancha con contratos temporales. Allí, en el mismísimo tablón de anuncios del colegio de enfermería, encontró la oferta de empleo en Alemania. Una oferta suculenta en la que ofrecían un compromiso inicial de contrato de doce meses, un buen salario, un curso de alemán pagado por la empresa y la posibilidad de firmar un contrato indefinido tras dicho periodo de prueba.

Envió su currículum y meses después viajó para una entrevista de trabajo hasta el pueblecito de Geldern, cerca de Düsseldorf. Al llegar a su destino, después de pagar el viaje de su bolsillo, se encontró unas condiciones muy diferentes a las ofrecidas originalmente. Los contratos en alemán y en español tenían un contenido diferente en cuestiones fundamentales como el salario y las horas de trabajo.

En Geldern conoció a Ángela Vázquez (nombre ficticio). También ella vino atraída por las condiciones que ofrecía la empresa desde Veda, en Murcia. A Ángela le debían dos meses de salario en su último trabajo y la situación se había vuelto tan insostenible para pagar el alquiler del piso que compartía con su novio, que decidió hacer las maletas. Su novio trabaja en una empresa que ha anunciado un ERE y su madre lleva tres años en paro. “Mi familia no me puede ayudar”, dice apesadumbrada. También ella tuvo que gastarse unos pequeños ahorros en el infructuoso viaje hasta Geldern. Según el contrato que les presentaron al llegar a Alemania, deberían estar un año en prácticas cobrando nada más que 500€. Ambas decidieron rechazar la oferta; otros candidatos la aceptaron. “No sé de qué se supone que deberíamos haber vivido todo ese tiempo”, señala Aurora indignada.

Antes de que se marchasen, el jefe de la empresa de trabajo temporal les ofreció buscarles otro puesto con mejores condiciones en un hospital, para lo que necesitaría un par de meses. Ni Aurora ni Ángela se podían permitir mantenerse dos meses en Alemania sin trabajar. “Tengo un amigo que tiene una empresa de productos cárnicos y podéis trabajar ahí esos dos meses hasta que os encuentre otra cosa en un hospital”, les dijo el jefe. Como no tenían nada que perder, concertaron una cita en el matadero.

El trabajo consistía en empaquetar carne y las condiciones, trabajar diez horas de lunes a viernes , así como dos fines de semana al mes, por mil euros. La casa la ponía la empresa. Era un piso con dos habitaciones y en cada cuarto había cuatro y cinco camas. Todos los inquilinos compartían un solo lavabo. “Un piso patera de toda la vida”, asegura Ana. Ambas se volvieron asustadas a sus respectivas ciudades.

Meses más tarde, tras seguir buscando trabajo en España sin obtener respuesta, ambas han vuelto a Alemania. Esta vez han encontrado un trabajo en Berlín y esperan que no sea otro timo. “Con la crisis hay muchas empresas que estafan. Nosotras no firmamos el contrato, pero otros compañeros sí y ahora andan de juicios”.

El hecho de que las condiciones que les ofrezcan sean las que se ofrece en Alemania a una enfermera que acaba de terminar su formación no las entristece. Sus turnos son de doce días seguidos y dos de descanso. No hay más vacaciones ni pagas extra más allá de los días de descanso. Cobran nueve euros la hora, también cuando trabajan de noche o los domingos. El idioma es lo que más les cuesta. Y es fundamental en su profesión: “No poder comunicarte con tu paciente es una tortura horrible”, asegura Ángela.

Los enfermeros españoles tienen muy buena imagen en Alemania, ya que hasta hace muy poco tiempo la enfermería era considerada una formación profesional, mientras que los españoles llegaban con una preparación de cuatro cursos de universidad. “Este no es el trabajo que hemos aprendido en la facultad. Nos preguntan si sabemos tomar la tensión o medir la insulina. Eso ya lo hacíamos en primero de carrera”, dice Lorena un tanto impaciente. Añade que quiere quedarse el tiempo necesario para ahorrar y poder hacer un máster en España. “Tal vez así consiga un trabajo y pueda estar cerca de mi novio”. Aurora, escéptica, asegura que ella ya hizo un máster y tampoco le ha servido para encontrar trabajo.

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