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Mohamed VI está acostumbrado a castigar a sus aliados

Hollande y Mohamed VI en el primer viaje el presidente francés a Marruecos en abril de 2013.

Iñigo Sáenz de Ugarte

El Gobierno marroquí tiene un amplio historial de respuestas agresivas a cualquier iniciativa de un Gobierno o tribunal extranjeros que cuestione su control del Sáhara o denuncie las violaciones de derechos humanos en su territorio. Ese nivel de represalias no se altera ni siquiera cuando los países implicados son Francia o Estados Unidos, que son al mismo tiempo los mejores aliados de Marruecos.

Esa actitud, habitual con el rey Hassan II, un monarca poco acostumbrado a aceptar críticas desde fuera del país, se ha mantenido con su hijo, Mohamed VI. En los últimos años, se han producido varios ejemplos que revelan que Rabat no hace excepciones cuando cree que una decisión judicial perjudica a sus intereses.

En febrero de 2014, una investigación judicial alcanzó a uno de los hombres más importantes de la política de seguridad marroquí, y por definición, muy cercano al monarca. Un juez aceptó una demanda presentada por una ONG contra Abdelatif Hamuchi, jefe de los servicios de inteligencia marroquíes, por su presunta implicación en un caso de torturas a un activista saharaui. El caso indignó a Rabat, porque Hamuchi se encontraba precisamente en París esos días, acompañando al ministro de Interior en una visita oficial. Para las autoridades marroquíes, se trataba de una ofensa que siete policías franceses se presentaran en la residencia del embajador para entregar en persona a Hamuchi la orden judicial que le llamaba a declarar.

François Hollande llamó por teléfono a Mohamed VI para confirmar la amistad entre ambos países, una forma diplomática de decir que llamó para pedir disculpas. Eso no impidió que el Gobierno organizara manifestaciones de protesta contra Francia ante la embajada en Rabat, ni que se produjera una respuesta oficial aún más radical. El Gobierno, lo que en este caso quiere decir del rey, ordenó que se suspendiera la colaboración judicial con Francia. El juez marroquí que se encontraba en Francia como magistrado de enlace con las autoridades galas fue enviado de vuelta a Marruecos.

El conflicto duró casi un año. Marruecos ponía como condición para resolverlo que sus altos cargos tengan inmunidad en suelo francés. El 29 de enero de este año, el ministro marroquí de Justicia viajó a París, y dos días después se anunció que la cooperación se reanudaba y volvería a haber jueces de enlace en los dos países.

Para el Gobierno de Hollande y Manuel Valls, esa colaboración es absolutamente fundamental por el peligro del terrorismo yihadista que pueda tener su base en el Magreb, en especial después del ataque contra la revista Charlie Hebdo. Uno de sus autores, Amedy Coulibaly, que se consideraba simpatizante del ISIS, viajó varias veces a Marruecos antes de participar en el atentado.

“La cooperación policial y judicial (con Marruecos) no es una opción, sino una obligación absoluta”, había dicho en el Senado el ministro de Exteriores, Laurent Fabius.

También contra EEUU

Washington tampoco se libró de una fulgurante respuesta marroquí en otro caso relacionado con el Sáhara. En abril de 2013, EEUU intentó que se ampliaran las competencias de Minurso (la misión de la ONU para el Sáhara) para incluir la vigilancia de los derechos humanos en el Sáhara y en los campamentos de los refugiados saharauis en Tinduf (sur de Argelia).

Como Rabat no tolera que otros países cuestionen la situación de los derechos humanos en la antigua provincia colonial española, su Gobierno respondió en cuestión de horas y canceló las maniobras militares conjuntas con EEUU que se iban a celebrar en el sur de Marruecos. La suspensión cogió a los norteamericanos por sorpresa. Por lo que a ellos les afectaba, las maniobras –llamadas El León Africano– ya habían comenzado. Unos días antes, 1.400 militares, la mayoría marines, habían llegado al país y un buque de carga había descargado 250 toneladas de material en un puerto del sur.

El desplante alcanzó un nivel al que no está acostumbrado el Pentágono. Pocos países se atreven a tanto. Sólo cinco meses después, Barack Obama recibió a Mohamed VI en la Casa Blanca y le colmó de elogios. Obama le felicitó por su liderazgo en la “profundización de la democracia” y destacó que el plan de autonomía que Rabat ofrece al Sáhara “podría satisfacer las aspiraciones del pueblo de Sáhara Occidental para administrar sus propios asuntos en paz y dignidad”.

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