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¿Se acuerdan de cuando había invierno?

Unos nazarenos se protegen de la lluvia en Córdoba.

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Frío, viento, lluvia, los días más desapacibles en meses concentrados en una semana, la Semana Santa. Más incluso que en años anteriores. Los telediarios no decaen aun así de uno de sus principales cometidos: la protección y fomento de la hostelería y las compras de todo tipo. Y el país que tantas veces se niega a creer en la evidencia, vuelve a llorar con las nubes y a esperar un milagro que desafíe a la lógica. Y a mirar al cielo como todos los años para sacar o no las procesiones. Esta vez con grandes bajas por suspensión. Y vuelta a llorar y a esperar. El rito.

¿Se acuerdan ustedes de cuando había invierno? Sobre todo, en los meses estipulados para serlo: de finales de diciembre a finales de marzo. Cuando se involuciona se producen consecuencias indeseables. El cambio climático -debido a la emisión de gases a la atmósfera- crea un efecto invernadero y eso es incuestionable, aunque no vivamos en los mejores tiempos para la razón. No lo son: hasta a AEMET agreden por predecir y contar lo que no les gusta. Las evidencias son claras: los gases crean una pantalla que evita salir el calor en lo que es su ciclo normal de ida y vuelta, y provoca episodios climáticos más extremos. Está acortando la primavera y el otoño, en particular. Pero no tiene relación directa con las Semanas Santas españolas que frustran a los aficionados. Y a los medios de entontecimiento y a quienes viven de todo ello.

Ocurre que la Semana Santa se celebra en primavera. Desde tiempos inmemoriales una población dedicada a la agricultura como factor esencial de subsistencia ha concluido en estas fechas la siembra y preparación de las cosechas. Y toca que el ciclo vital del agua las riegue para que crezcan. Al principio los pueblos les pedían a sus dioses varios la lluvia salvadora, luego llegó el cristianismo y organizó sus fiestas sobre la base de las paganas, y éste era el tiempo para pedirla también. Casan mal las rogativas para requerir lluvia con las que no quieren que caiga una gota para salvar el turismo, la hostelería, los viajes, las compras.

Los humanos han celebrado por largo tiempo la Semana Santa o el equinoccio de primavera primigenio, cuando -por la oblicuidad de los rayos solares- el día de la Tierra se divide casi por igual entre unas 12 horas de luz y otras 12 de noche. Es tiempo de descansar, de celebrarlo y de esperar que la Naturaleza haga su trabajo. España se acogió al ritual católico de la Pasión de Cristo para estos menesteres. Un tiempo de renovación sin duda cuando, tras el calvario y la muerte, llega la resurrección. Y gustó tanto que se convirtió en una fiesta turística. Cargada de simbolismos patrio.

Las creencias religiosas son un tema tabú, pero es en la Semana Santa cuando, aquí, emerge la religión del dolor y la culpa que olvida por completo el amaos los unos a los otros, las buenaventuras para quienes tienen hambre y sed de justicia, o para expulsar a los mercaderes del templo, o el escarnio a los fariseos que pueblan de hipocresía -hoy como ayer- el conservadurismo. Inolvidable, por su huella, aquel culto al sadomasoquismo que año tras año durante la dictadura sumía a la sociedad española en el silencio y el luto, cines y tiendas clausuradas, música sacra… hasta el estallido en angustia en la hora estipulada de la muerte, a las 15.00 del Viernes Santo -con los sobrecogedoramente hermosos tambores de Calanda en mi tierra aragonesa, eso sí- para resucitar a los tres días reglamentarios reducidos a 1 día y 9 horas por imperativos de la fiesta.

No pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor, salvo cuando sí lo fue. A los refranes también hay que aplicarles la lógica. Creo que era preferible que hubiera invierno, y primavera, verano y otoño como estaciones definidas que templan el cuerpo y lo preparan para los cambios fisiológicos e incluso emocionales.

Y que la lluvia, el viento y el frío en días de vacaciones casi generales -nunca lo son del todo para todos- representan un magnífico momento para la introspección y el relax. Renovación, como empezó.

Y vamos para atrás. Y nunca el cangrejo llegó a buen puerto huyendo. Porque ellos no saben hacerlo para tomar impulso y adelantar camino. Invierno en invierno, lluvia en primavera caiga quien caiga, y muchas más cosas infinitamente más esenciales. No debe ser una utopía inalcanzable que los tomates sepan a tomates y no los vendan ni verdes ni pasados. Sobre todo, que no nos den trampa por decencia; periodismo por manipulación, política por rapiña, disfrute por frivolidad malsana, desbarre por pensamiento lógico. Va en el mismo pack de venta y compra.

El paréntesis pasado por agua y frío da paso a un nuevo comienzo de etapa. Vienen amenazas de tiempos duros que exigen tener la cabeza muy templada y la energía puesta a punto. Elecciones que pueden cambiar los equilibrios actuales a mucho peor aún. Los avances y retrocesos en la guerra total, a muerte y destrucción, que quieren las altas cumbres para forrar más algunos bolsillos y someter a la población. Y, mientras, buena parte de la sociedad llorando por el bendito “mal tiempo” y la suspensión de procesiones.

Viene de lejos. De vez en cuando la codicia hegemónica en el mundo da una tregua. No mucha, hay que estar atentos para agarrarse a ella a tiempo cuando pasa. En 2008, con la quiebra del sistema financiero mundial -por culpa de las trampas del sistema financiero mundial- se asustaron algo y prometieron cambios. Qué ocasión perdida: fueron a peor. La labor de idiotización y culto al egoísmo había triunfado. Todavía venía de más atrás. La gran hecatombe se produjo antes, con el crack del 29 que llevaría a la Humanidad rodando a la guerra mundial que desencadena la Alemania nazi. La aniquilación de cuanto sustentaba a las sociedades fue tal que se reaccionó como nunca:  todo el sistema de libertades y derechos, las instituciones que deberían velar por su cumplimiento, parte de entonces. Pero ya no. ¿Cómo es posible que tampoco lo recuerde la memoria viva de los pueblos? Y es cierto que a gran parte de la sociedad ya no le importan ni lo más mínimo las violaciones de los Derechos Humanos, las agresiones brutales, el genocidio desalmado de inocentes. Nada sino su sitio, su goce y sus pasiones, hasta sus caprichos.

El sistema parece basarse en que cada cual amase la fortuna que pueda, sin detenerse en molestos escrúpulos como medio, pero el pastel ni siquiera da para todos. ¿Resultado? Zombis en vida librando una batalla contra sí mismos. ¿Qué pueden esperar los votantes de personajes sin peso, turbios per sé, malos de solemnidad,  si no son potentados o beneficiarios del toma y da? ¿El odio al otro? ¿Qué se construye con eso para la vida? En el caso de llegar a una vejez en dependencia échense a temblar, ustedes ya saben.

Un paseo por los hermosos parques de Madrid supervivientes aún a los ciegos arboricidios de los mandatarios actuales, con ese chaquetón cálido que quita el frío del cuerpo y deja libre y despierto el rostro. Conversando, del invierno y las estaciones, de los equinoccios, de la vida. Sintiéndola. Dejando fluir ideas y sensaciones.

¿Se acuerdan de cuando había invierno y además cuando tocaba? De la manta y la calma, de los reconfortantes abrazos en las tardes indolentes de los días de fiesta. De la lluvia venturosa cuando cae, constante y suave, detrás de los cristales. Todo lo demás, hoy, puede esperar. Están a punto de volver ellos, con sus lágrimas y sus torrijas, con el ruido, los improperios,  las mentiras, la bronca, el cinismo, la insolencia, el tedio. Aprovechen el tiempo de sosiego cuanto puedan. 

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