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Puigdemont, sus circunstancias y las de Sánchez

El expresidente de la Generalitat y candidato de Junts, Carles Puigdemont

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¿Cuál es la estrategia de Carles Puigdemont? La respuesta es que él es la estrategia. Es su figura y un concepto tan atractivo como vacío de contenido: “restitución”. Su nombre y su rostro aparecerán en las papeletas del 12M porque él es el mensaje.

Simone Weil escribió que a lo largo de la historia humana se puede verificar que los conflictos encarnizados son, sin comparación, aquellos que no tienen objetivo. La filósofa francesa se refería a los de cariz bélico, pero esa misma historia humana demuestra que la definición sirve también para aquellos que se enconan políticamente y que como en el caso del soberanismo catalán (con todas sus gradaciones) ofrecen episodios de más calma y otros que acaban en los libros de historia, como la etapa del procés. Momentos que para algunos se asemejan a un sueño y para otros son una pesadilla, tal y como se demostró en octubre del 2017. Los hay que viven de ese recuerdo y otros no saben qué hacer para olvidarlo.

Entonces, ¿cuál es el objetivo de Puigdemont? La respuesta fácil es volver a ser presidente de la Generalitat. Es el poder, el mismo anhelo que el del resto de candidatos, como en todas las contiendas electorales. Esa era la sencilla. La cosa se complica cuando se le añade otra pregunta: ¿Para hacer qué? Y aquí se impone la realidad y es que Puigdemont si gana y logra ser investido (ambas cosas están por ver, claro) gestionará una Generalitat igual de autonómica y autonomista que la que presidió cuando estuvo al frente del Govern. No puede reconocerlo y no lo hará porque sería mostrar una debilidad ante los que siguen pensando que él es la persona que puede lograr una Catalunya independiente, signifique eso lo que signifique. 

Aunque, y de nuevo citando a Weil, se puede arruinar un concierto si el director de orquesta adelanta unos segundos la entrada de una nota. Y Puigdemont es lo suficientemente astuto para tener claro que no puede presentarse como el aspirante a liderar un proyecto autonomista y a la vez es sobradamente independentista para saber que en este momento de la historia no le queda otra que hablar de déficit fiscal, falta de infraestructuras y prometer, otra vez, un referéndum. Sí, es lo mismo que reclama ERC. Sí, es lo mismo que reclamaba Artur Mas. Y menos el referéndum, sí, es lo mismo que le permitió a Jordi Pujol encadenar mandatos.

¿Acaso Puigdemont pujolea más de lo que parece? La respuesta es sí. Un sí cada vez más evidente. Mucha gente en el PSC, empezando por Raimon Obiols, podría explicar cómo el fundador de Convergència ninguneaba siempre a los socialistas catalanes porque decía que su interlocutor era el PSOE. Y el PSOE, léase Felipe González, no tuvo ningún reparo a la hora de dejar que se despreciase a sus compañeros a cambio de tener contento a su socio en el Congreso.

Veremos si, llegado el caso, Pedro Sánchez, actúa del mismo modo. Porque en esta partida quien primero se juega su supervivencia es Puigdemont pero no solo él. La legislatura de Sánchez depende de los votos de Junts y con la amnistía ya en el bolsillo (se aplique como y cuando se pueda), el siguiente paso no está escrito. Puigdemont quiere ser presidente y si para lograrlo depende de los movimientos de Illa será muy interesante ver qué dicen en La Moncloa.  

Pujol y Puigdemont tienen otra cosa en común y es que pueden acabar pactando con el PP si las condiciones lo permiten. Sánchez les está desbrozando el camino con la amnistía. Porque a diferencia de ERC o la CUP, por citar las otras formaciones independentistas con mayor arraigo, el catecismo económico es más coincidente entre posconvergentes y populares que entre Junts y el partido de Junqueras, y no tiene nada que ver con el de los cupaires. 

El discurso sobre fiscalidad, modelo educativo (a excepción de la protección del catalán), los conciertos sanitarios, la política de vivienda o la gestión de la migración es mucho más coincidente entre Junts y PP que entre los de Puigdemont y el resto de siglas que también se presentan como secesionistas. Cabría esperar que, mientras la independencia siga siendo una promesa alejada o muy alejada de la realidad, sus partidarios se avengan también a debatir sobre los problemas que tiene hoy Catalunya.

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