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Quedada para dimitir

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un acto público esta semana.

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“Cuando las cosas están en peligro alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas para que otros las conserven”

J.R.R. Tolkien

Por favor, recuerden que varias cosas pueden ser verdad al mismo tiempo.

Escribo deprisa, desde la vega murciana, con la prevención de ser triturada como el tomate, antes de terminar, por el susodicho MAR. No crean, tengo costumbre, ya me trituró de Telemadrid después de una pila de años. No son rumores. Su entonces director, que hoy lo es de RTVE, me confirmó que mi nombre estaba en cabecera de sus indeseables. Nunca he escrito de él, hasta hoy en que ha colmado el vaso, no el mío que no soy nadie, sino el de su papel institucional.

“Os voy a triturar. Vais a tener que cerrar”. No hay democracia que soporte que el responsable de relacionarse con los medios de comunicación, la mano derecha de un cargo público electo, se dirija en estos términos a un diario sea cual sea su tendencia y haya publicado lo que haya publicado. No va de bandos sino de sobrada de la función de un funcionario aunque sea eventual. ¿Dónde cabe que el llamado a relacionarse y a engrasar, el factotum de una presidenta de todos, oigan, ese señor que cobra de mis impuestos, amenace con destruir a un medio tenga el ideario que tenga o denuncie con pruebas lo que denuncie? Ni Berstein ni Woodward recibieron ningún mensaje escrito en el que se les anunciara que Nixon iba a intentar destruirlos a ellos y a su periódico. No digo que no lo hubieran intentado, cosas de ver muchas pelis, pero no en amenazarlos desde una institución.

Nadie así puede seguir en una institución y cobrando dinero público. La defunción de Miguel Angel Rodríguez es un harakiri. Te pasaste, mano, y no hay clemencia dionisiaca que te salve. No puedes seguir. Nadie puede confiar en ti. Hiciste una pésima gestión de la mayor crisis de comunicación que te ha caído en suerte y la cagaste. Adiós, tío. Con el dinero de los madrileños no puedes macarrear ni a este medio ni a ningún otro. No puedes continuar. No se trata de si te denuncian y esto es condenable o no, es pura decencia democrática y personal. “Que os den. Idiotas”. Mi madre y la tuya, que somos del mismo año, te hubieran lavado la boca con jabón. Tienes que irte. Tienes que mirar la hora de la quedada para la dimisión.

Cuando Levitsky y Ziblatt formularon la forma en la que las democracias pueden defenderse del populismo y de la mala praxis para no desaparecer, aunque pensaban en Trump, establecían el principio general de que la forma de gobierno más asumible que el ser humano ha sido capaz de establecer no desaparecerá por violentos golpes militares o por la sangre derramada sino por la degradación de sus instituciones. El hecho cierto de que si los partidos que sustentan las democracias empiezan a comportarse mal, no hay Constitución que lo tenga previsto ni que lo soporte. Bien, hemos llegado ampliamente a este punto de no retorno, lo estamos rebasando. Ambos consideran que la única forma de lucha contra la degradación democrática reside en dos principios: tolerancia mutua y contención institucional.

No hace falta que les diga dónde ha quedado en España la tolerancia mutua. Un muro de contención que se ha desplomado totalmente.

El problema es pues la última barrera, la del desbordamiento institucional. Ese momento en el que ningún actor democrático respeta su papel y todos lo desbordan, salen, rebosan los límites que les impone el propio mecanismo democrático. Que Rodríguez los ha superado no deja lugar a dudas. No es un tema penal sino de decencia institucional. Es lo mismo que le sucede a su jefa. Que tú que no tenías nada, un golfito y un alquiler gracias al sueldo de Espe, accedas a un cargo público y todo tu entorno acabe saltando de clase social (tu hermano, tu pareja, tus amigos…) es éticamente inaceptable. No es la única que ha alterado de forma rápida su estatus social y su forma de vida ni la de su entorno. No, no hay nada que defender ahí. Igual da que no haya causa penal o que no se sustancie. No es eso, no es eso.

Pero recuerden que varias verdades pueden darse simultáneamente.

Si MAR ya ha dimitido, Óscar Puente puede irse tomando las medidas. Un ministro del Gobierno de España no puede macarrear acusando de defraudar a una política y a su pareja de ejercer como su testaferro. Unos dicen que por machismo, otros que por calumniar, yo digo que por sobrarse, sobrar su función, rebosar su papel, comportarse de una forma desmedida e inaceptable para un ministro. Y suma y sigue. 

Contención institucional. El fin no justifica los medios. La Fiscalía no está para enmendar la plana a los medios, para desmentir informaciones, para aclarar la verdad. ¡Ojalá para los periodistas fuera así! Bastaría con publicar una especulación para que te dieran los datos reales que te negaban en un comunicado de rectificación. A la Fiscalía, a un juez, al sistema, se la pela que los medios publiquen incorrecciones. No es su papel combatirlas. Su papel es defender la legalidad y los derechos fundamentales dentro del proceso. ¿Quién ha filtrado no ya el espíritu sino la literalidad con captura de un correo privado entre operadores jurídicos asistidos por el derecho profesional? Dejemos aparte la cagada de un letrado poco experimentado, que negocia por escrito y que reconoce la comisión de delitos donde ningún penalista lo hubiera hecho ¿no son conscientes de que al hacerlo público han degradado la presunción de inocencia de un justiciable y, a la par, han violado el secreto de la relación abogado-cliente? No me digan que ellos filtraron un correo sesgado, vale, pero la parte si filtra lo que le compete no vulnera sus derechos o si lo hace es un elección. No, no se trata tanto de ese comunicado que otras veces no hacen, y que en el fondo pretende dejar en un mal lugar a un justiciable que es pareja de un político sino de que ese no es su papel, de que no están llamados a hacerlo, de que rebasan su ámbito y bajan a un terreno que no les corresponde, en suma, de que rompen la contención institucional a que están llamados. 

Y suma y sigue. ¿Dónde y a quién hay que gritarle que el fin no justifica los medios? Aceptar tal aserto nos lleva al totalitarismo del signo que sea. No, que caiga Ayuso no justifica destruir el sistema. No, que caiga Sánchez no justifica socavar las instituciones o que los jueces se confabulen para inaplicar una ley y rompan la contención que a su papel se impone. No, que siga Ayuso no puede servir para aplaudir una forma de comportamiento ajena a toda ética democrática. No, que siga Sánchez no consagra que la necesidad sea una virtud sin se sirve de medios execrables. No, preferir alguna de las opciones anteriores no puede prostituir tu pluma.

Hagan una quedada, una gran quedada democrática. Queden para dimitir aunque no sea al amanecer. Lárguense todos los que sobran. Ninguna idea ni ideología depende de sus erráticos e inaceptables comportamientos. Quedan muchos más capaces de tomar la antorcha de los principios y seguir sin todos aquellos que no saben comportarse ni entienden que la democracia y nuestra forma libre de vida es más importante que cualquiera de ellos. Queden para la gran dimisión y dejen a otros que intenten enderezar lo que ya ha deteriorado tanto que resulta terminal. 

Y sepan que para triturarnos deberían destruir en nosotros el espíritu crítico y la independencia de espíritu y que tal cosa no está en su mano. Son tan pequeños y tan mezquinos que piensan que su temporal y exiguo poder político puede acabar con el amor a la verdad y la decencia. No es cierto. Pasarán y seguiremos. 

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