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Ciberespionaje y terrorismo, en “El quinto elemento” de Alejandro Suárez

Ciberespionaje y terrorismo, en "El quinto elemento" de Alejandro Suárez

EFE

Santiago de Compostela —

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El escritor y empresario Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña ha hecho un riguroso análisis de los problemas de intimidad y privacidad surgidos con las tecnologías, en especial en materia de terrorismo y ciberespionaje, cuestiones que analiza en su nuevo libro, “El quinto elemento”, del sello Deusto.

Después de la publicación de “Desnudando a Google”, obra en la que cuestionaba los métodos empleados en sus prácticas empresariales por la compañía norteamericana, afirma que sigue usando el buscador de esta entidad, porque “todo el mundo, si quiere vivir en este siglo, tiene que usar todo”, pero deja claro que “otra cosa es que no veas las consecuencias que tiene ese uso”.

Suárez, que está promocionando su obra en Galicia, cree, y así lo explica en una entrevista con Efe, que “la gente no es consciente de que realmente estamos pagando un precio por el uso” de este tipo de servicios y considera que “no es posible” evitar esta vigilancia permanente a la que estamos sometidos, mostrándose tajante al sentenciar que “no es que sea un pesimismo mío, es que es el día a día”.

Un pesimismo, o un realismo, patente en otras frases suyas, como la que le lleva a sostener que durante el próximo lustro “viviremos un atentado mayor que el perpetrado el pasado mes de noviembre en París, una reflexión de la que dice que no es atrevida, sino ”lógica“.

Explica que es normal que este tipo de hechos “tiendan a desaparecer”, mientras que otro tipo de cibercrímenes como los que narra en el libro, apertura remota de presas, apagones en ciudades, actuaciones en centrales nucleares; “son lógicamente el futuro” y que “poco a poco irá desapareciendo la figura de un tipo que aparece con un Kalashnikov en la calle”, sustituida por el ciberterrorismo.

Comenta el escritor de “El quinto elemento” que estas “son cosas que técnicamente son posibles” y que “algunas ya han ocurrido hoy en día”, citando además intervenciones del FBI deteniendo a “grupos terroristas que están preparando este tipo de atentados”, más atractivos por el hecho de que “el terrorista no tema por su vida” mientras los comete.

Para Suárez existen tan solo “dos tipos de sistemas informáticos: los que han sido vulnerados y los que lo van a ser próximamente”, a la vez que asegura que existen mercados negros de malware con el que infectar todo tipo de dispositivos, desde ordenadores a móviles.

En este mercado ilegal “los compradores son desde policías de todo el mundo, hasta agencias de inteligencia, y organizaciones criminales terroristas y grandes corporaciones”, que se aprovechan de que no existe apenas normativa en este sentido para abusar de la intimidad de los individuos.

Una intimidad que el autor entiende que, a día de hoy, “como privacidad total, no existe”, sino que este es “un concepto que se está redescribiendo” y para el cual existen “amenazas que son mucho más sofisticadas” y que hacen que sea imposible defenderse.

Define el espionaje policial como “la actividad más legal que hay” dentro de estas actuaciones éticamente reprobables y cita la reciente norma que permite a las fuerzas de seguridad infectar dispositivos privados para monitorizar su actividad, algo que asevera que llevaba haciéndose años sin ningún tipo de amparo legal ni control.

La actividad de las compañías “no se rige por ninguna ley”, dice Suárez, quien se muestra reticente acerca del nombramiento de Estados Unidos como “puerto seguro” para el traslado de información por parte de la Unión Europea, después de habérselo retirado por posibles malas prácticas, ya que quiere ver “cómo son” las “garantías de que el tratamiento de los datos de los ciudadanos europeos no será utilizado para espionaje”.

En este sentido, menciona la ley patriótica americana, que establece la obligación legal para las empresas estadounidenses de “dar cualquier dato de cualquier ciudadano no americano al gobierno de los Estados Unidos incluso aunque se lo pida sin orden judicial”, simplemente con el envío de un fax.

El escritor explica que todos los ciudadanos están sometidos a esta monitorización y que nadie pasa desapercibido, a pesar no de ocupar cargos relevantes ni funciones públicas, en una realidad turbia y opaca que “El quinto elemento” trata de reflejar en sus páginas.

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