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El romance de Hollande rebaja a la Presidencia francesa al “papel couché”

El romance de Hollande rebaja a la Presidencia francesa al "papel couché"

EFE

París —

El romance con una actriz que la prensa adjudica al presidente francés, François Hollande, marca un giro en el tratamiento mediático de la vida privada de los políticos en Francia y, según especialistas, resta crédito al jefe del Estado.

Hasta ahora, la vida privada de los presidentes franceses estaba vetada al “papel couché”, demasiado mundano para tratar la institución más sagrada de la República, pero la revelación de la relación de Hollande con Julie Gayet en una revista del corazón abre una etapa nueva.

“Vida privada, vida pública, la nueva frontera”, titula hoy el diario “Libération”.

“Es el fin de una hipocresía que pretende que a los franceses no les interesan estas historias. No es cierto y la prueba es que la revista que publicó el romance ha multiplicado sus ventas”, asegura a Efe el editorialista del diario conservador “Le Figaro” Ivan Rioufol.

Algo similar opina el sociólogo Jean-Claude Kaufmann, que cree que “la tregua que hubo entre los medios y los políticos ha terminado por la irrupción de las redes sociales, más adaptadas a saciar la sed de conocer del público”.

“Sarkozy abrió la veda, pero jugaba el juego, daba su permiso para salir en este tipo de revistas, como 'Paris Match'. Hollande no quería, pero ha caído en la trampa”, afirma a Efe este especialista del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS).

El “caso Hollande-Gayet” supone una nueva forma de tratar la intimidad de los políticos.

Una novedad en un país que tuvo que esperar a la muerte de François Mitterrand para conocer que el primer presidente socialista tenía una amante oficial con la que tuvo una hija que, incluso, vivía en el Elíseo.

Imposible de pretender que la prensa lo ignoraba, pero ningún medio lo publicó en vida del presidente.

Rioufol cree que en tiempos de Mitterrand la prensa dejaba el espacio privado a los políticos “porque estaban a la altura, eran estadistas”, pero que actualmente “su nivel es tan bajo que el público no les perdona que no estén permanentemente centrados en resolver los problemas del país”.

“Si todo fuera bien en la política este asunto no habría salido”, se atreve a afirmar el editorialista.

“Los franceses quieren respuestas a sus problemas económicos y cuando ven que el presidente pasa su tiempo con estas pequeñas historias le resta crédito y seriedad”, asegura Kaufmann.

Más allá de la imagen propia de Hollande, los expertos consideran que la irrupción del “papel couché” en la más alta instancia política del país es malo para su imagen.

“El presidente encarna a Francia y tal y como está desarrollándose este asunto, con Hollande en una motocicleta para ver a su amante,... Francia está siendo el hazmerreír de Europa”, asegura Rioufol.

Atrás quedaron los tiempos en los que, analiza Kaufmann, el presidente era “una figura aristocrática, que tenía que parecer superior a sus súbditos y, al tiempo, cercano a ellos, accesible, afable”.

Es “el fracaso absoluto de la 'presidencia normal'”, en palabras de Riuofol, en referencia a la definición de su mandato que hizo Hollande tras su elección en mayo de 2012, alejado del “glamour” y la “hiperactividad” con el que quiso revestirse Sarkozy.

En el terreno personal, Sarkozy fue el primer presidente que se casó estando ya en el cargo, mientras que Hollande fue el primero que asumió la función sin haber contraído matrimonio.

Hollande nunca se casó con Ségolène Royal, la madre de sus cuatro hijos, con quien compartió 30 años de vida común, y no lo hizo tampoco con Valérie Trierweiler, actual primera dama.

Pero la revelación de su presunto romance con Gayet pone de manifiesto que los franceses no aceptan a la cabeza del Estado el mismo comportamiento que se reproduce en la calle y que quieren en el Elíseo una pareja más clásica, según el sociólogo François de Singly.

Con una primera dama cuyo estatus no aparece en ningún texto oficial pero que la costumbre ha dotado siempre de atribuciones representativas, de un despacho oficial y de un presupuesto, la pareja presidencial está encorsetada en el esquema tradicional, cada vez menos presente en la sociedad.

Un presidente no puede tener dos esposas, no tanto por motivos morales, señala De Singly, como por las “exigencias de autenticidad” que conlleva el cargo.

“Al fin y al cabo los franceses identifican el poco crédito que el presidente tiene para cumplir sus promesas electorales con el que tiene para cumplir su fidelidad conyugal”, asegura Rioufol. Luis Miguel Pascual

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