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Un británico que luchó contra el ISIS en Siria: “Estaba totalmente aterrorizado”

Joe Robinson en Makhmour, en el Kurdistán iraquí

The Guardian

Josh Halliday —

En un rincón tranquilo de un pub familiar tras un estadio de Blackburn (Reino Unido), Joe Robinson mira su pinta. Cuenta que lleva dos meses de los nervios, sin poder dormir más de dos o tres horas por noche. Este exsoldado británico de 22 años volvió hace dos meses de Siria, donde luchó como civil junto a las fuerzas kurdas contra el Estado Islámico durante uno de los periodos más sangrientos de la guerra civil. Desde que regresó a Blackburn –sin dinero, sin trabajo y sin casa– se ha dado cuenta de lo duro que es adaptarse a la vida civil.

“Cuando vas [a una zona de guerra] con las Fuerzas Armadas, te pagan, te dan mucho apoyo, tienes la posibilidad de descansar y cosas así”, explica. “Cuando regresé, me había gastado todo el dinero que tenía en llegar hasta allí, dejé mi trabajo para irme a Siria. No tengo dónde vivir. He vuelto sin nada, sin apoyo y sin nadie con quién hablar”, continúa.

La semana pasada, Robinson contactó con la organización para la salud mental de veteranos Combat Stress, por consejo de su madre y de su novia. Ahora ha encontrado un puesto en un departamento de ventas para salir del aprieto y duerme en casa de un amigo hasta que encuentre otro sitio. Las cosas están empezando a mejorar.

Robinson no puede salir del país. Volvió a Reino Unido el 28 de noviembre, con la necesidad de “un descanso” tras cinco meses luchando con poca protección, fusiles AK47 antiguos y tácticas de combate de bajo nivel. Cuando llegó al aeropuerto de Manchester, la Policía antiterrorista le arrestó, incautó el pasaporte e interrogó durante diez horas, asegura. Sigue en libertad condicional hasta marzo.

Fue el día después del atentado terrorista en una playa de Túnez, en junio del año pasado, cuando dejó su trabajo para ir a luchar a Siria. A su jefe solo le dijo que se iba al extranjero. Durante los doce meses anteriores, a raíz del asesinato del cooperante de Salford Alan Henning, se fue poniendo cada vez más furioso tanto por la propaganda cruel del Estado Islámico como por lo que consideraba la pasividad de Reino Unido en Siria.

“Nuestro Gobierno no estaba haciendo nada. Ese es el motivo por el que fui”, afirma. “Todo el mundo sabe lo que ha ocurrido y nuestro Gobierno no hacía nada ante eso. Pensé: si ellos no van a hacer nada, lo haré yo. Tengo la formación, así que ¿por qué no usarla para ayudar a la gente?”, explica.

“Tuve que meterme en el coche, no sabía dónde iba”

Su vida en Blackburn ya antes era turbulenta. Una noche de fiesta se metió en una pelea, dio un puñetazo a un hombre y le rompió la mandíbula por dos sitios. Le cogieron después de que pidiera disculpas a su víctima en Facebook y le sentenciaron a servicios a la comunidad. Pero antes de cumplirla del todo (ahora casi la ha terminado, aclara) se fue a Siria.

Le dijo a su madre que iba a Francia a intentar entrar en la Legión Extranjera francesa –lo había intentado sin éxito después de dejar el Ejército británico hace dos años– y empezó a buscar maneras de entrar a Siria. Robinson contactó a través de Facebook con Jordan Matson, exmilitar estadounidense y uno de los occidentales más famosos que luchan contra el ISIS. Matson lo puso en contacto con los Leones de Rojava, una unidad kurda que acoge a muchos milicianos extranjeros, británicos incluidos.

Varios días después, voló de Manchester a Alemania, donde reservó un vuelo separado a Suleimaniya, en el Kurdistán iraquí. A su llegada, llamó a un intermediario y le pasó el teléfono a un taxista que esperaba fuera de la terminal del aeropuerto. Este le llevó a un lugar seguro.

“Tuve que meterme en el coche, no tenía ni idea de adónde iba. Hasta donde sabía, iba a acabar con un mono naranja y me cortarían la cabeza”, recuerda. Cuando llegó al refugio, un motel a unos 20 minutos en coche, le alivió ver a cuatro estadounidenses. En ese momento le contó a su madre dónde estaba y lo que planeaba hacer. “Estaba desconsolada. Te lo puedes imaginar, ¿no?”, dice mirando hacia abajo, avergonzado.

Al día siguiente, Robinson y los estadounidenses viajaron con el grupo de milicianos kurdos YPG, o Unidades de Protección Popular, a las montañas iraquíes que limitan con Turquía y Siria antes de dejarse caer al otro lado de la frontera. Cuenta que ahí se cruzó con occidentales que habían sufrido heridas devastadoras por artefactos explosivos improvisados, pero no fue hasta su primera semana sobre el terreno en Siria cuando fue testigo de toda la magnitud de la guerra.

Robinson fue uno de los milicianos de las YPG que lucharon en la batalla de Sarrin, en la que tomaron esa ciudad del norte de manos de los fanáticos del ISIS, que la usaban como punto de lanzamiento de ataques a Kobane. Cuenta que su grupo tomó una escuela en el centro de Sarrin que el ISIS había convertido en un tribunal de la sharia en el que tenían esclavas sexuales.

“En los primeros tres días en que estuvimos ahí, nos enviaron una oleada de 23 terroristas suicidas”, asegura. “Tratábamos de esquivarlos y volaban en pedazos. Era bastante despiadado. Cuando se dieron cuenta de que no podían atacarnos con suicidas, empezaron a atacar a civiles. Entonces fue cuando las víctimas civiles llegaron a las puertas”, continúa.

La imagen de un grupo de víctimas en particular le quema en la memoria. Trajeron a un padre y sus hijos pequeños a la puerta de la escuela con heridas terroríficas. El padre, cuenta, pisó una trampa explosiva mientras huían de la ciudad y perdió su pierna derecha. Su hijo perdió ambos brazos y su hija, la pierna derecha y el brazo derecho. Robinson los trató a todos. No cuenta si sobrevivieron.

En su primera entrevista en un periódico desde que volvió de Siria, se ve claramente que Robinson está profundamente afectado por lo que presenció. El exsoldado de infantería, que combatió en Afganistán en 2012, habla emocionado de los apuros del pueblo kurdo –en particular, de los que fueron capturados hace poco en una operación militar de Turquía en sus regiones kurdas–, del que admite que no sabía nada antes de ir a Siria.

Robinson opina que Turquía debería ser expulsada de la OTAN. Asegura haber visto en agosto a soldados turcos dando armas y munición a combatientes del ISIS en Yarabulus, una ciudad siria junto a la frontera turca. Esa acusación es casi imposible de verificar y Turquía la negaría.

Desde que regresó, lo tratan como a un héroe en su ciudad de origen, Accrington, en Lancashire. “No quiero la atención, no me gusta la atención. Quiero que la gente sea consciente de lo que está pasando”, afirma. “Mucha gente te ve como esa persona valiente, pero yo no lo veo así. No creo que sea valiente. Yo estaba totalmente aterrorizado con lo que estaba pasando”, confiesa.

Ahora quiere volver a algún tipo de vida normal: “Pasar de esa situación a estar de vuelta en la vida civil... Espero que todo empiece a arreglarse”. ¿Volvería a Siria? “No tengo permiso para responder a eso”, dice con una sonrisa.

Traducción de: Jaime Sevilla

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