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Por qué hay que temer a un mundo sin dinero en efectivo

Londres tiene ya un bar en el que no se paga con efectivo.

The Guardian

Dominic Frisby —

La cadena de comida saludable Tosed ha abierto recientemente la primera cafetería del Reino Unido en la que no se paga con dinero en efectivo. Otro paso más hacia la muerte del pago al contado.

Los cambios en la forma del dinero no son nada nuevo. El dinero es tecnológico. Las monedas de metal volvieron obsoletas a las conchas de mar, los dientes de ballenas y otras formas primitivas de dinero. La imprenta tuvo el mismo efecto sobre los metales preciosos: en su lugar, empezamos a utilizar papel moneda. La banca electrónica terminó con la era del cheque y ahora, los sistemas de pago 'sin contacto' o contactless están haciendo lo mismo con el efectivo, cada vez más incómodo. Por lo general, en el mercado gana la comodidad.

Está muy bien, siempre y cuando las personas puedan elegir con libertad. Lo que me preocupa es la guerra extraoficial desatada contra el dinero en metálico, desde las miradas de sospecha que uno recibe cuando paga grandes cantidades de dinero al contado hasta la cruzada europea para decomisar los billetes de 500 euros. No creo que se hayan pensado bien las consecuencias.

En lo que respecta a la distribución de la riqueza, ya vivimos en un mundo que no puede ser más desigual. Hasta puede que sea más desigual de lo que nunca ha sido. Mi preocupación es que una sociedad sin dinero en efectivo pueda exacerbar aún más esa desigualdad.

Los sistemas de pago sin contacto le darán aún más poder al sector financiero: los bancos y las empresas de tecnología financiera supervisarán todas las transacciones. La crisis de 2008 demuestra que, cuando la situación apremia, los bancos logran ser eximidos de regulaciones tan importantes y eficaces como la de la bancarrota, una ley bajo la que el resto de nosotros debemos operar. ¿Estamos seguros de que es bueno darle aún más poder e influencia a este sector?

En un mundo sin efectivo, cada pago que se realice será fácil de rastrear. ¿Quiere usted que gobiernos (no siempre benévolos), bancos y procesadores de transacciones tengan la posibilidad de acceder a esa información? Eso daría a estas entidades un poder enorme: la vigilancia podría llegar a un nivel orwelliano aterrador.

Por el contrario, el dinero en metálico confiere el poder al que lo usa. Le permite comprar, vender y guardar sus ahorros sin depender de nadie. Si así lo quisiera, esa persona podría mantenerse completamente fuera del sistema financiero.

Hay muchas razones, tanto morales como prácticas, para querer estar fuera del sistema. En 2008 muchas personas se apresuraron a sacar su dinero de los bancos. Si es cierto que el sistema financiero estuvo tan cerca del colapso como nos dijeron, la reacción estuvo más que justificada. En 2011, con los bancos de Chipre al borde del desastre financiero, nos enteramos de la existencia de “bail-ins” o rescates internos: con el fin de salvar el sistema, se incautaba el dinero que la gente común tenía depositado. Si los ahorros de toda su vida estuvieran en peligro de ser confiscados para rescatar a una corporación a la que considera derrochadora, me imagino que usted también retiraría su dinero a toda prisa.

Hemos visto temores similares en Grecia y, en menor medida, en el sur de Europa. Hace poco, Mervyn King, exgobernador del Banco de Inglaterra, declaró que no se había arreglado el sistema bancario y que, otra vez, habría pánico financiero. En Japón, donde el banco central ha impuesto tasas negativas, los bancos le cobran a la gente para guardar su dinero. Es un intento de incitarlos a gastar, en lugar de ahorrar. Los japoneses han sacado tanto dinero de los bancos que, según algunos informes, todas las cajas fuertes del país ya se vendieron.

Son todas razones bastante legítimas para querer salirse del sistema. No digo que todos deberíamos sacar nuestro dinero del banco, pero sí que todos deberíamos tener la opción de hacerlo. El efectivo nos da esa libertad. ¿Por qué dejarlo de lado? El dinero es nuestro, no del banco.

El teléfono nos enseñó una valiosa lección. En su pico más alto, en 2008, había 1.300 millones de teléfonos fijos para una población mundial de 7.000 millones. En la actualidad, más de 6.000 millones de personas tienen un teléfono móvil. Según un estudio de la ONU, son más personas que las que tienen acceso a un inodoro.

Muchos asumen que los móviles tuvieron éxito donde el teléfono fijo falló: la tecnología más avanzada hizo posible que la cobertura fuera más extendida. Hay algo de cierto en eso. Pero la razón principal es más simple: para tener un teléfono fijo se necesita una cuenta bancaria y un crédito. Cerca de la mitad de la población mundial no está bancarizada, o sea que no tiene acceso a los servicios financieros básicos requeridos. Las empresas de telecomunicaciones no veían potenciales clientes, la infraestructura nunca se construyó y millones de personas quedarons con pocos medios para comunicarse.

Pero con dinero se puede comprar un móvil y el tiempo de llamada. No se necesita bancarización. Casi cualquier persona podía conseguir un móvil y eso fue lo que ocurrió. El sistema financiero era una barrera que impedía progresar a los de menos recursos, mientras que el dinero en metálico fue un factor facilitador.

Para mediados de 2020, 6.000 millones de personas en todo el mundo tendrán un teléfono inteligente. También tendrán casi todo lo necesario para acceder al comercio electrónico (básicamente, acceso a Internet), excepto la inclusión financiera. Es por eso que, en el futuro, las nuevas formas de dinero digital desempeñarán un rol muy importante (desde los M-Pesa de Kenya hasta los bitcoin): dinero que se podrá utilizar aunque no estén incluídos en el sistema financiero.

En el Reino Unido, el pago al contado sirve para pequeñas transacciones (comprar una barra de chocolate, un diario o un cartón de leche), que aún no es rentable procesar de otra manera. Siempre será el medio de pago más rápido y directo. Por ejemplo, a mí me gusta dejar propina en efectivo a los camareros, con la certeza de que recibirán ese dinero y no quedará en manos de un empleador con pocos escrúpulos. También me gusta comprar en los mercados, donde puedo adquirir directamente del productor con la certeza de que recibirá el dinero sin que un intermediario se lleve un porcentaje.

El dinero en efectivo sirve también para las transacciones privadas, muy conveniente por una gran cantidad de razones posibles, de las cuales no todas son ilegales. Los pequeños comercios que recién empiezan necesitan que su economía dependa del metálico. La gente pobre, también. La guerra contra el dinero en efectivo es una guerra contra ellos

Si hacemos caso a las voces alarmistas, empezaremos a pensar que todos los que usan efectivo son delincuentes, evasores de impuestos o terroristas. Claro que algunos usan el dinero para evadir impuestos, pero no es nada en comparación con las argucias de Google y Facebook para la elusión fiscal: Google no utiliza efectivo en su sistema de elusión fiscal, lo consigue siguiendo fielmente la normativa.

Sólo gracias al dinero en efectivo tenemos inclusión financiera total, un lujo que los más acomodados dan por hecho. Si sacamos el efectivo y restringimos la inclusión financiera total, muchas personas quedarán atrapadas en la pobreza. Cuidado con la guerra contra el efectivo.

Traducción de Francisco de Zárate

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