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No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.

Arturo Fernández, hielo para los esquimales

Arturo Fernández (aquí con Esperanza Aguirre) ha labrado su carrera empresarial al calor de sus contactos políticos. Foto: Chema Moya/EFE.

Ramón Lobo

En España no tenemos emprendedores como Steve Jobs (Apple), Mark Zuckerberg (Facebook), Bill Gates (Microsoft) o Jeff Bezos (Amazon), pero tenemos a Arturo Fernández Álvarez y a su concuñado Gerardo Díaz Ferrán, hoy en la cárcel. ¿Aún no conoce cuál es la diferencia esencial entre España y EEUU?

El primero es presidente de los empresarios madrileños, incluso de aquellos a los que adeuda cientos de miles de euros, lo que es ensañamiento en el recochineo. El segundo lo fue de todos los empresarios de España, la CEOE, ese grupo yihadista en lo económico que genera, junto sus círculos (de empresarios, se entiende), decenas de propuestas con el fin de hacerle la vida imposible a la mayoría en nombre del bien de la minoría: supresión del salario mínimo interprofesional, despido barato, gratis si fuera posible, mujeres menos fértiles entre los 25 y los 45 años, supresión de los domingos libres, que ya no va a misa ni dios, y acabar con el dispendio de 30 días de vacaciones pagadas. Estos dos últimos puntos no son una invención, es que se ven venir. Al tiempo: nos quitarán lo bailado y con intereses de demora.

Juntos o separados, Fernández y Díaz Ferrán representan una clase empresarial rentista, cutre, de mira corta, cobarde, que se nutre del amiguismo, el pelotazo, y no de la cultura del esfuerzo y la capacidad. ¡Que inventen ellos! ¡Que muera la inteligencia! En eso seguimos, contando las excepciones.

Lo mismo que no debemos mezclar el Círculo de Empresarios con los círculos de Podemos, tampoco hay que confundir al presidente de los empresarios y acreedores madrileños con el actor Arturo Fernández Rodríguez (Gijón, 1929). Les une el nombre, un apellido y la ideología, pero les separa el físico y la decencia, o eso creo.

El ­Fernández malo nació en Madrid, en 1945. Alardea de ser un hombre hecho a sí mismo, frase decimonónica que suele pronunciar un tipo de empresario que basa su negocio en amistades bien situadas y la escasa transparencia de las concesiones y prebendas. No se hacen a sí mismos, les hacen, les esculpen al tanto por ciento.

Dicen que heredó a los 17 años la empresa Cantoblanco fundada por su abuelo en 1898, año del hundimiento del resto del imperio español. Debió de ser una señal del destino, algo chungo relacionado con los hados y los astros. Pese a nacer gafado, a nuestro emprendedor le ha ido bien en la vida. Supo diferenciar nuestras deudas de su beneficios. Era cuestión de tiempo de que al mal fario se sumara la célebre sentencia: la tercera generación es la que hunde los imperios y empresas.

Se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales en la Universidad Complutense de Madrid, lo que en su caso es una doble exageración lingüística e intelectual, y cursó un máster en Business Administration en Boston. Eso sostiene su currículo, esa letanía de méritos abultados que luego casi nadie lee. Estudiar tanto, al menos en apariencia, no fue determinante en su ascenso a los cielos. Ser el más listo suele ser un problema en España; aquí triunfan los jetas.

El braguetazo, con perdón, fue sentarse en el pupitre adecuado, seña pepera del éxito, y no el talento, la capacidad de innovar y escoger colaboradores entre los más capaces y no entre los más obedientes. Donde esté un buen amigo o amiga que se quiten los inventores y los americanos.

Ya sabemos que Miguel Blesa se lo debe todo, incluso el no estar en la cárcel con Díaz Ferrán, al hombrecillo insufrible (Aznar). Fue un golpe de suerte coincidir con él en la preparación de una oposición a inspectores de Hacienda. También sabemos que Juan Villalonga labró su sino de asquerosamente rico en pantalón corto, pierna con pierna con Aznar en la bancada del Colegio del Pilar. El hombre hecho a sí mismo se lo debe todo a coincidir en el Colegio Británico con Esperanza Aguirre, a quien saca siete años. Pero si lo dice su biografía, si él presume de ello, no vamos a dudar de su verosimilitud. No me los quiero imaginar correteando por los pasillos, llenos de sueños de recortes, privatizaciones de hospitales y una vida en papel cuché.

Nuestro tipo inquietante se lo debe todo a la lideresa, esa mujer exuberante en el habla, capaz de aparcar en el carril bus cuando le sale… sí, de ahí; que se enfrenta como una Doña Quijota a los molinos de viento de la policía machista de movilidad; la celebérrima descubridora de la red Gürtel, la mismísima que nos dejó en prenda al prenda de Ignacio González. Ella es la ‘padrino’, que no madrina, de Fernández el malo. Él, agradecido a la mano que mece su cuenta, no oculta la admiración por la lideresa más liberal de la Vía Láctea.

Al hombre hecho así mismo le regalaron por la filosa la concesión del catering de la Asamblea de Madrid, del Congreso de los Diputados, del Teatro de la Ópera, del IFEMA, Telefónica, TVE, Endesa, los cuarteles de la OTAN en España y alguno más. Todo legal, eso sí, como el asunto de las tarJETAS de Caja Madrid. Que para eso hacemos la leyes y tenemos asesores a 8.000 euros el mes.

Su quebrado Grupo Cantoblanco, quebrado para esquivar a los acreedores, otra de sus especialidades, llegó a emplear a 4.000 personas. Tampoco es su fuerte la ley laboral. Pese al chollo de los ingresos garantizados por el Dedo Divino de Ella, el Fernández malo era incumplidor por costumbre en el pago de las nóminas de sus empleados, tampoco lo era con Hacienda ya que abonaba en negro las horas extras y otros complementos. Todo muy liberal.

Este gran empresario presunto defraudador es aún presidente de la Confederación Empresarial de Madrid (CEIM). Sus amigos de la patronal local le acaban de salvar de la quema al prorrogar su confianza hasta las elecciones de 2015, a las que, en teoría, no se presentará. Que los grandes empresarios madrileños apoyen a un colega con estas credenciales da la idea del nivel del empresariado español. Es como el caso del pequeño Nicolás: ¿cómo descubrir a un simulador en un mundo de simuladores?

Fernández vive en una nube de ego, borracho de sí mismo; una nube blindada, eso sí, y fabricada con los mismos materiales de impunidad de su vida terrenal. Allá arriba no ven ni sienten las penurias de sus trabajadores con familia, niños y pagos a los que hacer frente a comienzo de cada mes. Un grande como él no se fija en menudencias que afectan al populacho.

Los que le tratan sostienen que es cordial, con la labia cálida del embaucador. Es de los que se quita la chaqueta, no para repartir mamporros como Manuel Fraga, sino por campechanería, para relajar a su interlocutor, es decir, su víctima. Puede que no sea solo una treta populista (¡vaya!: ya está la palabra) sino una precaución, un movimiento defensivo para que no le birlen la cartera. Incluso los que le sufren en sus impagos dicen que es capaz de vender hielo a los esquimales. En su caso no tiene tanto mérito cuando el jefe de los esquimales es Espe, la mujer de hielo.

Como a Miguel Blesa, otro perseguido del rojerío que nos invade, le gustaba la vida a lo grande. Célebres eran sus cumpleaños en el Teatro Real junto a decenas de dirigentes y amigos del PP. ¡Qué días aquellos! ¡Qué palmadas en la espalda! ¡Qué risotadas! Si la risa es un acto revolucionario, en su caso es indecente.

El hombre hecho a sí mismo presume de contactos. Ese es su verdadero currículo, el que se lee. ¿Para qué trabajar si todo se arregla acodado en la barra de un bar o sentado a la mesa de un restaurante de no sé cuantos tenedores? Le gusta la cámara más que a un tonto una tiza. Le embriaga sentirse reconocido. Su lema “que hablen de mí aunque sea mal” le tendrá eufórico estos días porque por fin está en boca de todos, incluidos los blasfemos y malhablados.

Como los grandes emprendedores de este país, a los que el trabajo bien hecho les importa un bledo, el Fernández malo tiende a rodearse de fieles, incondicionales sin voz, sirvan o no sirvan. Lo importante es que obedezcan sin rechistar. Es un mal extendido. ¿Para qué queremos talento en la alta dirección si el maná desciende del cielo?

Ahora está en caída libre, pero con paracaídas; no sabemos aún si ‘made in Suiza’, Andorra o en algún paraíso fiscal. Dicen que las primeras en abandonar un barco que se hunde son las ratas. No hay causa-efecto con la frase anterior, pero varios de sus antiguos amigos, los hermanos Pascual y Mahou, entre otros, demandan la devolución de lo adeudado. El hombre hecho a sí mismo ha perdido casi todas sus concesiones. Al dedazo se le acabaron las pilas.

Adeuda mucho a pequeñas empresas y a sus trabajadores. Abandonado por todos, no sabemos si por Aguirre también, le queda su sitio preferente en el palco del estadio Vicente Calderón para ver al Atleti junto a su amigo Enrique Cerezo.

En la CEOE de Madrid, tuvo como número dos a Lourdes Cavero, mujer de Ignacio González, con quienes ha compartido mantel y viajes. Así, el vendedor de hielo a los esquimales se aseguró el trato de favor cuando su amiga lideresa tuvo que dar un paso a un lado. Todo siguió viento en popa hasta que se acabó el viento.

Pese a su largo historial, ha sido el escándalo de las tarjetas en negro el que le ha dado la puntilla. No es por lo que se gastó –37.326,57 euros– sino por dónde lo gastó. ¡Mira que pagar facturas elevadas y de números extrañamente redondos en sus propios restaurantes! Se investigan los créditos blandos en condiciones perjudiciales para la caja de la que era consejero. Él afirma que no ha hecho nada malo, que es víctima de sus enemigos, como el pequeño Nicolás. La diferencia es que a uno le pueden brear y los demás se irán de rositas, como siempre.

Corrió un tuit ingenioso en las redes sociales que resume la situación de este tipo inquietante y de todo lo demás: una comida entre el hombre hecho a sí mismo y su amigo Rodrigo Rato. Al terminar, ambos sacan sus tarjetas pufo y empiezan a discutir: que si pago yo; que no, que pago yo. ¿Saben quién paga al final? Al final paga usted.

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