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Hace un siglo fuimos modernos

Begoña Huertas

Madrid —

En 2010 Lady Gaga apareció en una gala con un traje confeccionado a base de chuletas crudas. Pero ya en 1910 la Baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven (1874-1927) se paseaba por Nueva York con un vestido hecho a base de basura. Gloria G. Durán, cuyo último ensayo se centra en la figura de esta artista inclasificable (Baronesa dandy, Reina dadá, Díaz & Pons Editores, 2013), apunta las dos transgresiones del dandysmo. Por una parte este cuestiona “lo masculino normalizado” y la polaridad burguesa masculino/ femenino. Por otra, la obra de arte del dandy es su propia vida, y el deseo de conseguir rédito de este hecho o acumular dinero no formaba parte de esa performance.

Dorothy Sayers (1893-1957) fue una exitosa publicista cuarenta años antes de que Peggy Olson, personaje de la serie Mad Men, nos fuera presentada como una avanzada para su época. Además, Sayers fue escritora de magníficas novelas de misterio al más puro estilo inglés (ante el mínimo mareo de un personaje se le ofrece un chupito de gin, y su detective protagonista, Lord Peter Wimsey, se dedica a resolver asesinatos como podría haberse dedicado a la jardinería). Sayers fue además traductora de Dante y autora de varios ensayos. La visión transgresora que le otorgamos hoy en día al personaje de Peggy porque se fuma un porro o habla de tú a tú con sus compañeros, ¿no es un poco desproporcionada?

A veces da la sensación de que miramos al pasado desde un sitio más antiguo y más pacato que el que esas personas habitaron hace cien años. Si el paso del siglo XIX al XX estuvo marcado por la confianza en el progreso humano, por la discusión sobre los diferentes modelos posibles de sociedad y la voluntad de avanzar en distintas áreas de conocimiento, en una ebullición creativa sin precedentes, los primeros años del XXI parecen avocados al retroceso. El presente siglo nace lastrado por el sometimiento a los mercados, y en ese contexto queda poco espacio para todo lo que no sea un negocio, una compra-venta, una transacción monetaria. Lo que no da dinero no vale y se aparta. En consecuencia la escena se empobrece en su vertiente más innovadora y todo lo que se difunde se banaliza en el empeño por resultar comercial.

Fue también alrededor de 1900 cuando el Círculo de Viena funcionaba como un hervidero de creatividad: los estudios de Freud y Jung, las pinturas de Klimt y Kokoshka abrían caminos al inconsciente que comunicaban el arte con la neurobiología. Todo interesaba, y los nuevos avances científicos se proponían algo más que resultar rentables. Hoy, todo lo que sea una posible fuente de ganancia arrasa frente a cualquier otra consideración (la construcción de un centro comercial en medio de las ruinas de Pompeya). Van desmontándose los proyectos colectivos a favor del enriquecimiento de unos pocos. “Pareciera que se ha instalado todo un sistema para recortarnos el espíritu”, dijo Juan Gelman.

Sin embargo el caso es que no estamos ciegos. En nuestro país las mareas por la sanidad, por la educación pública no paran. El 15M sigue vivo. Las recientes protestas en el barrio de Gamonal por vecinos hartos de la corrupción demuestran también el malestar social. Hay un movimiento, sí, pero modesto y a veces impotente. Lo que falta es la confianza en poder cambiar el mundo desde abajo. Las reivindicaciones sociales eran posibles hace años gracias al poder desestabilizador de los trabajadores: antes se paraban las fábricas, se paralizaba el país. Ahora la sensación que prima es la impotencia por no tener capacidad para influir en nada. Y así, vemos desfilar ante nuestros ojos la entrada del catecismo en los colegios, la prohibición del aborto, las jornadas laborables interminables y los salarios ridículos, el trabajo gratis, el desánimo creativo, la falta de proyectos, el desmantelamiento de lo público. El retroceso afecta a todos los campos.

Javier Marías llamaba desde su última columna a la desobediencia civil. Pero ¿qué presión podrían ejercer hoy los millones de parados, los trabajadores precarios, los que realizan empleos no remunerados, la gente que se queda en la calle sin recursos? A lo mejor lo moderno es eso, la capacidad para imaginar lo que no existe. Dorothy, pásame el gin.

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