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Lecciones italianas: el final de las oligarquías políticas

El presidente de Italia, Giorgio Napolitano, pasa revista a la guardia de honor en el Palacio de Quirinale de Roma. / Efe

Mario García de Castro

Italia tiene un presidente de la República que ya fue elegido en 2006 y que repite mandato con 87 años de edad y con siete más por delante. Cuando termine, tendrá 94. Justo los que ahora tiene Giulio Andreotti. ¿Recuerdan a Andreotti en Il Divo? Pero es que Silvio Berlusconi tiene 77, aunque tenga una novia de veintitantos, Mario Monti, 70 y Giuliano Amato, que dicen podría ser el nuevo presidente del consejo de ministros, 75.

Giorgio Napolitano, un hombre venerable, que participó en la guerrilla antifascista y que desde el año 53, como diputado comunista, trabaja en política por su país, ha sido reelegido in extremis, apoyado por Bersani, Berlusconi y Monti para tratar de constituir un Gobierno de concentración o salvación una vez fracasadas las intentonas del centro izquierda por formar gobierno.

Italia es un país donde los viejos quieren ser eternamente jóvenes, donde las estructuras de poder están en manos de elefantes, gente muy mayor que solo ha cambiado leyes y normativas para permanecer acomodada en sus posiciones de mando. La oligarquía política. Los diputados y senadores son onorevole de por vida y todos tienen pensiones vitalicias.

La universidad, por ejemplo, está anclada en el pasado con los departamentos en manos de barones cátedros que hacen imposible su adecuación al futuro. La televisión sigue siendo muy antigua. Con orquestas y bailarinas en plató. Y sus presentadores están llenos de injertos de cabello y las damas de botox en la boca.

La administración no reacciona sino es a través de burofax, la prensa subvencionada sigue devorando bosques de árboles con ayuda del Estado, y a los servicios públicos, por ejemplo los sanitarios, no les dan una mano de pintura desde hace décadas. Todo es decadente, como si fueran los grabados de Giovanni Piranesi, enormes piezas arqueológicas, ruinas sagradas, extraordinariamente bellas. Pero a la vez son tan vitales que da vértigo observar cómo les pasa a ellos lo primero que después les va a pasar a los demás. Parece que siempre van por delante. Porque paradójicamente experimentan sin cesar.

El único que en los últimos 20 años abrió la política a los jóvenes fue Berlusconi, pero no exactamente a los jóvenes sino a las jóvenes. Hacía los castings en su casa de Cerdeña en vez de hacerlo por youtube como los grillistas. Algunos piensan que quería ligar con ellas más que acabar con la gerontocracia masculina.

Políticos, periodistas, profesores apartan de la foto con el codo a todo aquel joven que busca alguna oportunidad. Por eso los jóvenes italianos veían hace una década a España como una tierra de oportunidades, estudiaban español y corrían a hacer el Erasmus aquí. Hoy ya prefieren irse a Brasil o a Alemania. Cuando los jóvenes prefieren irse fuera, es país para viejos.

El naufragio de la Casta Concordia

El naufragio de la Casta ConcordiaPor eso, su nivel de decadencia política cada vez es mayor. Y la historia de la sinistra italiana, aquella que fue toda una referencia para la izquierda europea, se ha precipitado finalmente por el abismo. En su contribución editorial al programa de televisión Servicio Público, de Michele Santoro, el periodista Marco Travaglio calificaba este fenómeno como “el autohudimiento de la Casta Concordia”, en referencia al reciente naufragio del Crucero Costa Concordia. El naufragio de una oligarquía política. La izquierda tradicional y sorda a los nuevos mensajes convertida en una casta que prefiere el hundimiento del barco antes que dar paso a las nuevas generaciones.

Y no es tanto una cuestión de edad, ni que sea necesario excluir a los mayores. Beppe Grillo, que encarna ahora en Italia la aspiración de cambio, tampoco es un jovencito, tiene 65 años. Pero existen momentos históricos en los que hay que romper con el pasado para inventar algo nuevo porque el presente no da más de sí.

Cuando la presbicia se generaliza y no hay lentes correctoras, la visión de la realidad se nubla por el egocentrismo. Entonces no se ve el futuro o se ve deformado. Así que hacer tabla rasa con el pasado no puede hacerlo nadie que haya adquirido con él muchos compromisos. Solo mentalidades frescas con creatividad para imaginar el futuro pueden responder a los desafíos. Hoy Europa vive esta tensión. Como la política italiana o española. Como la izquierda europea.

¿Quién acudirá el próximo año a votar en las elecciones europeas? Mientras los líderes de toda esa izquierda europea, incluido Hollande, no aparquen sus propias ambiciones personales y partidistas y no se enfrenten a la hegemonía actual del poder financiero sobre el político, y si limiten a ofrecer una fiscalidad progresiva como menoscabada alternativa, sus partidos no obtendrán el voto de millones de europeos que se encuentran ahora perdidos.

20 años de centro izquierda

20 años de centro izquierdaEn una anterior colaboración en este mismo diario y a propósito del caso español, hacía referencia a que el naufragio de la izquierda clásica en Europa podía visualizarse entre dos gags cómicos del cine italiano: aquel icono del abrazo que el cómico Roberto Benigni daba al secretario del PCI, Erico Berlinguer, en el film de Giuseppe Bertolucci, de 1977, Berlinguer, ti voglio bene, y el “¡D'Alema, di algo de izquierdas!”, que clamaba Nanni Moretti, en su película Abril de 1998, dedica a un Massimo D'Alema televisivo, quien entonces primer ministro sin ideas, todavía sigue hoy intentando decidir en la sombra el destino y el rumbo del partido tradicional de la izquierda italiana.

Desde entonces han pasado casi 20 años y la vieja guardia de la izquierda no ha hecho más que abrasarse a lo bonzo. El histórico partido de los comunistas italianos optó por disolverse tras la caída del muro de Berlín haciendo esfuerzos por unificarse con las corrientes más socialdemócratas de Bettino Craxi. Pero el líder socialista tuvo que marcharse del país tras ser acusado de corrupción en el proceso de Manos Limpias y todo saltó por los aires. Desde entonces, progresistas de izquierda y centristas de la antigua democracia cristiana se unieron electoralmente para hacer frente a la nueva derecha de Berlusconi. Realmente aquello supuso un extraordinario proceso de adaptación para la izquierda reformista, que apoyó a un católico progresista como Romano Prodi, fundador de la coalición El Olivo, y el único que venció por dos veces a Berlusconi en las urnas, en 1996 y en 2006.

En las dos ocasiones le echaron del Gobierno desde su propia coalición. Y ahora acaban de humillarle de nuevo en otra votación insuficiente para suceder a Napolitano en la presidencia de la República. Quizá por eso mismo, ya fue primer ministro y presidente de la Comisión Europea. Un largo pasado.

Lo peor es que ahora ya hace 20 años que se inventó el centrosinistra italiano, la refundación de la izquierda, de los excomunistas con los progresistas de inspiración católica, después de que a Craxi, el líder socialista, le echaran del país haciéndole un escrache y tirándole monedas a la cara. Desde entonces, el centroizquierda ha tenido siete líderes incapaces de cambiar nada o acometer reformas sociales e institucionales, que han ido cada uno de ellos abrasándose y siendo pasto de las luchas cainitas de castas de una formación política artificiosa. Y un descrédito político ganado a pulso. Una izquierda que ya no escucha ni atiende a lo que la supera por la izquierda en reclamo democrático.

Veinte años de naufragio y derrota de los sucesivos líderes del centro izquierda, mientras que la derecha ha tenido uno solo, Silvio Berlusconi. Sostenido por un gran patrimonio nacional como Mediaset, ha gobernado Italia durante 10 años y aún sigue sonriendo al futuro mientras el último líder abrasado de la izquierda, Bersani, llora sus derrotas.

La vieja guardia

La vieja guardiaPorque los errores de Pier Luigi Bersani no han sido la edad. En las primarias le votaron a él frente a Matteo Renzi, el joven alcalde de Florencia. Y los sondeos electorales le daban el triunfo en las últimas elecciones. Se equivocó porque ambas cosas fueron por un estrecho margen, caldo de cultivo de la inseguridad y del descrédito. Y porque en esas condiciones nunca llegó a representar ningún cambio. Un político profesional que aplicó la estrategia más simple: no decir nada, no hacer nada, en espera de que los errores de Berlusconi le permitieran pedir la vez. Esta estrategia ególatra y repetida en la izquierda europea suena de algo.

Una vez más su problema ha sido su pasado, que ya había sido varias veces ministro en los Gobiernos de Amato, Prodi o D'Alema. La vieja guardia que quiere seguir siendo la solución. Así que ha acabado siendo uno más de esta vieja casta que pringa como el lodo, o mejor dicho abrasa como lava volcánica.

Bersani no fue consciente de que a su izquierda le crecía un movimiento anticasta liderado por un payaso que dio la noticia de su dimisión en un mitin entre vítores y gritos de “a casa”. Gritos también dedicados a Rosy Bindi, la presidenta del centro izquierda, otra vieja guardia dimitida ahora. Un Bersani que prefirió callar ante Berlusconi por responsabilidad de Estado, y apoyar después al Gobierno de los tecnócratas de la troika de Mario Monti, que consagraba el triunfo de la economía sobre la política. Mientras su partido se desangraba entre los recortes y los impuestos y que, con la única neurona que todavía le quedaba viva tras la quema electoral, se imaginó que podía gobernar con el apoyo del payaso.

Pero Grillo, que más que payaso parece The Joker, le llamó muerto hablante y le mandó a casa. Así que prefirió, por responsabilidad de Estado, jugar a pactar con Berlusconi y proponer cualquier candidato pactado con él antes que apoyar a Stefano Rodotá, el candidato del M5Stelle, un jurista prestigiosísimo de izquierda, catedrático de Derecho Civil, con otros 80 años encima y muchos libros publicados, pero el único dispuesto a una reforma de la ley electoral urgente y a mirar el futuro sin nada que perder. Otro valiosísimo abrasado por la soberbia de la izquierda italiana.

Así que el resultado final del autonaufragio de la casta concordia, de unos líderes de izquierda que durante 20 años no han hecho una sola reforma institucional sino luchar por mantenerse en los cargos de poder, asumir sus derrotas o intrigar contra sus compañeros, es hoy una izquierda abrasada, el populismo antipolítico y antieuropeo en ascenso, la política desacreditada, y el estado en una crisis institucional irreversible.

Una nueva generación

Una nueva generación¿Por qué no se van a casa como dice Grillo/Joker y en su lugar dejan paso a una nueva generación? Ya son mayorcitos los nuevos. La de Debora Serracchiani, presidenta de la Region Friuli Venecia con 43 años, Nichi Vendola, presidente de la Puglia con 55, o Matteo Renzi, alcalde de Florencia con 38, y así evitan lo que pronto será un hecho, que el Movimiento 5Stelle sea el primer partido del país, que ya lo es, como dicen las encuestas.

En España parece llevamos el mismo camino si alguien no lo remedia. Ya no habrá más mayorías absolutas.

El Gobierno agravando la recesión y el paro galopante. La izquierda, fragmentada sin alternativas. El populismo y la abstención, prevenidos, y una crisis institucional de mayor envergadura que la italiana. Y parece que nadie tenga ideas de cambio o quiera arreglarlo.

Aunque algo deben de haber entendido cuando sectores del PSOE proponen a Edu Madina tras conocer que Izquierda Unida estudia proponer al joven Alberto Garzón, y en el PP evalúan cómo sale el joven David Hernández de las tertulias a las que acude con frecuencia. A ver si en lo que piensan ahora es en presentarlos a las elecciones europeas y así se los quitan de encima como ya han hecho antes.

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