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No habrá paz hasta que acabe la ocupación israelí de Palestina

Maruán Barguti, dirigente de Fatah, en el juicio en 2004 en que fue condenado a cadena perpetua.

Maruán Barguti

La escalada no comenzó cuando mataron a dos colonos israelíes. Comenzó hace mucho tiempo y ha continuado durante años. Cada día en que matan, hieren o detienen a los palestinos. Cada día en que el colonialismo avanza, el sitio de Gaza continúa y la opresión persiste. Mientras muchos quieren hoy que nos sintamos anulados por las consecuencias potenciales de una nueva espiral de violencia, yo pido, como hice en 2002, que nos ocupemos de las causas fundamentales: la negación de la libertad de los palestinos.

Algunos han sugerido que la razón por la que no se consiguió un acuerdo de paz fue por la falta de voluntad del presidente Yaser Arafat o la incapacidad del presidente Mahmud Abás, pero ambos estaban dispuestos a firmar un acuerdo de paz. El problema real es que Israel ha elegido la ocupación sobre la paz y utiliza las negociaciones como una pantalla para que progrese su proyecto colonial. Todos los gobiernos del mundo son conscientes de este hecho, y sin embargo, muchos pretenden que regresar a las recetas fracasadas del pasado puede hacer que se alcance la libertad y la paz.

No puede haber negociaciones sin un compromiso israelí claro para una retirada completa de los territorios palestinos que ocupó en 1967, incluida Jerusalén Este, el fin completo de todas las políticas coloniales, el reconocimiento de los derechos inalienables del pueblo palestino, incluido el derecho de autodeterminación y de retorno, y la liberación de todos los presos palestinos. No podemos coexistir con la ocupación y no nos rendiremos a ella.

Nos pidieron que fuéramos pacientes, y lo fuimos, ofreciendo una oportunidad tras otra de alcanzar un acuerdo de paz. Quizá sea útil recordar al mundo que nuestras privaciones, el exilio y las expulsiones forzadas, y la opresión han durado casi 70 años. Somos el único asunto que perdura en la agenda de la ONU desde su fundación. Nos dijeron que si recurríamos a medios pacíficos y a canales diplomáticos, recibiríamos el apoyo de la comunidad internacional para poner fin a la ocupación. Y sin embargo, la comunidad internacional ha sido incapaz de aplicar medidas reales, ni de poner en marcha una estructura internacional con la que aplicar el derecho internacional y las resoluciones de la ONU, ni llevar a cabo medidas que hagan posible la rendición de cuentas, incluidos el boicot, el fin de las inversiones y las sanciones, que jugaron un papel básico para que el mundo se deshiciera del régimen del apartheid (en Suráfrica).

Por tanto, en ausencia de una actuación internacional que ponga fin a la ocupación e impunidad israelíes, o que al menos nos sirva de protección, ¿qué se nos pide? ¿Quedarnos quietos y esperar a que la próxima familia palestina sea quemada, o que maten o detengan al próximo niño palestino, o que se construya el próximo asentamiento? Todo el mundo sabe que Jerusalén es la llama que puede inspirar la paz o provocar la guerra. ¿Por qué entonces el mundo no hace nada mientras continúan los ataques israelíes contra palestinos en la ciudad y contra los lugares santos musulmanes y cristianos, en especial Al-Haram Al-Sharif? Las acciones y los crímenes israelíes no sólo destruyen la solución de los dos estados sobre las fronteras de 1967 y violan el derecho internacional. Amenazan con transformar una solución política viable en una guerra religiosa permanente que socavará la estabilidad en una región que ya experimenta una conmoción sin precedentes.

Ningún pueblo en el mundo puede aceptar convivir con la opresión. Por naturaleza, los seres humanos anhelan la libertad, luchan por la libertad y se sacrifican por la libertad. Y la libertad del pueblo palestino lleva mucho tiempo sin existir. Durante la primera intifada, el Gobierno israelí lanzó su política de “romper huesos para romper su voluntad”, pero una generación tras otra el pueblo palestino ha demostrado que su voluntad es inquebrantable y que es inútil comprobarlo.

Esta nueva generación palestina no ha esperado a que las conversaciones de reconciliación ofrezcan un acuerdo de unidad política (entre Fatah y Hamás) que los partidos no pudieron conseguir, sino que se ha levantado por encima de divisiones políticas y geográficas. No ha esperado instrucciones para exigir sus derechos y su deber, el de resistirse contra la ocupación. Lo ha hecho sin armas, frente a una de las mayores potencias militares del mundo. Y aun así, seguimos convencidos de que la libertad y dignidad triunfarán y que venceremos. La bandera que izamos en la ONU ondeará algún día y pronto en Jerusalén para anunciar nuestra independencia.

Me uní a la lucha por la independencia palestina hace 40 años y fui encarcelado por primera vez con 15 años. Eso no me impidió reclamar la paz a partir del derecho internacional y las resoluciones de la ONU. Pero he visto a Israel, la potencia ocupante, destruir de forma metódica esta posibilidad año tras año. He pasado 20 años de mi vida en cárceles israelíes, incluidos los últimos 13 años, y todo este tiempo me ha convencido de esta verdad inalterable: el último día de ocupación será el primer día de la paz. Aquellos que buscan lo segundo necesitan actuar para que pueda producirse lo primero.

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