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El arte de la coalición

Sigmar Gabriel (SPD), Angela Merkel (CDU) y Horst Seehofer (CSU), el día que sellaron el pacto de gobierno en Berlín.

Andrés Ortega

La cultura de la coalición, tan difundida en otras partes de Europa, no está arraigada en esta España, con algunas excepciones (como Cataluña y el País Vasco). Y sin embargo vamos a tener que hacer todos –los partidos, los políticos e incluso los ciudadanos, aunque éstos no sean los responsables– un cursillo acelerado si, a juzgar por lo que indican las encuestas, se quiere evitar tras las próximas elecciones a todos los niveles (municipales, autonómicos y generales) la generalización de la inestabilidad o de la ingobernabilidad.

Esta cultura debe partir de que los ciudadanos votan, pero los partidos políticos no han de interpretar absurdamente lo que el cuerpo electoral quiere en su conjunto, sino que han de gestionar la situación. Esto es lo que pasó en Alemania en otras ocasiones y tras las últimas elecciones en las que, pese al triunfo de Merkel y sus democristianos, la única mayoría aritméticamente posible y estable era con los socialdemócratas. Pues la cultura alemana lleva que sean los políticos los que tengan que resolver la papeleta y no volver a convocar unas elecciones para que se la solucionen los ciudadanos. Mucho depende, claro está, de la aritmética del resultado electoral, y de consideraciones ideológicas sobre todo cuando hay varias alternativas. Y las habrá.

En Alemania, los gobiernos de ciudades, Länder y el nacional son de coaliciones variables, y no pasa nada. En unos sitios gobiernan verdes y socialdemócratas, en otros, excomunistas de Die Linke con el SPD, etc. Como decimos, las coaliciones son lo normal en países como Holanda o Bélgica, de gran raigambre democrática. Incluso los británicos, tras las últimas elecciones, se han tenido que amoldar a eso.

Una coalición implica que los coaligados han de ceder respecto de sus programas electorales para lograr un pacto de gobierno común. En España es más difícil pues la cultura del gobierno en solitario, al menos el nacional, ya sea con mayoría absoluta o en minoría, está en el ADN de los dos partidos que han gobernado España desde 1982: el PSOE y el PP. Sólo en 1993 cuando perdió la mayoría absoluta, Felipe González ofreció a Jordi Pujol que CiU entrara en el Gobierno, a lo que el entonces presidente de la Generalitat se negó. Craso error de Pujol. Algunas coaliciones, como la reciente entre PSOE e IU en Andalucía, acaban mal. Como acaban mal casi todas las coaliciones cuando se acerca el momento de nuevas elecciones y cada parte ha de diferenciarse de la otra.

Pero en 2015, previsiblemente el PP y el PSOE van a tener que cambiar sus planteamientos. Aunque los socialistas se niegan a considerar un gobierno de coalición con el PP, pues creen que sería su suicidio, con Podemos o Ciudadanos u otros, está en el aire, como todos estos planteamientos. La única imposibilidad es Podemos con el PP. Si nadie logra una mayoría absoluta, y no lo parece, rechazar coaliciones llevará a un gobierno en minoría inestable que no resistirá más de dos años y que no podrá llevar a cabo las reformas que este país necesita, incluida la de la Constitución.

En España hay un problema añadido (que se da en otros países de la periferia europea, pero no en los del norte): una coalición significa no sólo programa y puestos ministeriales y de secretarías de Estado (o concejalías municipales y consejerías autonómicas) sino, en la tradición española, ocupar las administraciones y repartirse muchos puestos públicos que en otros países no serían políticos. Lo saben muy bien los del Tripartito en Cataluña.

Hay que insistir: La responsabilidad de encontrar una solución no será de los ciudadanos que hayan votado, sino de los políticos que hayan sido elegidos.

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