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Iudaea tota vastata est

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Nuestra sociedad ha crecido con la frase “quienes no conocen la historia están condenados a repetirla”, acuñada en 1905 por el filósofo George Santayana. Pareciera que los desastres del siglo XX (y algunos del XXI) nos deberían haber enseñado que las respuestas dadas en el pasado a ciertos acontecimientos pueden servir de orientación para “predecir” las consecuencias de las decisiones que se están tomando en el presente. Pero para ello, habría que cumplir con la primera parte de la premisa de Santayana: conocer la historia. Y la historia, a pesar de lo que muchos piensan, no se limita a los dos últimos siglos, no se reduce al presentismo actual, en el que se desconocen o ignoran los contextos históricos que han determinado el porqué de las situaciones. Y que, a menudo, se remonta a varios siglos o milenios en la distancia.

Y si existe un pueblo o estado que en la actualidad reivindica su pasado como justificación de su presente es Israel. No solo porque su origen reciente es el resultado de la “deuda” contraída por las naciones modernas tras el holocausto de la II Guerra Mundial, sino porque su razón de ser para germinar en el territorio palestino se fundamenta en un pasado remoto, de miles de años, con sanción divina o no. Pero esa misma cobertura histórica no puede ser utilizada de forma sórdida, excluyendo los capítulos que no interesan. Porque lo que señalábamos era que hay que conocer la historia, para aprender de ella y tomar decisiones acertadas y moralmente justas.

La historia judía y su relación con el territorio en el que se asentó en el pasado está definida por la violencia. Según cuenta su propia literatura bíblica, los judíos arrebatan Canaan a las tribus allí presentes por la fuerza. El reino de Judá surgirá tras luchas contra los filisteos. La independencia de este reino será combatida contra asirios, babilonios, persas, macedonios y, finalmente, romanos. En todos esos episodios, siempre habrá una lucha asimétrica en la que un puñado de luchadores tratará de doblegar al ejército imperialista de turno, que ha puesto sus zarpas en el corredor que conecta Asia con África. Los casos mejor conocidos son los que ocurrieron en las dos grandes guerras que los judíos tuvieron contra el imperio romano. La de los años 70 de nuestra era tuvieron como resultado la destrucción del templo de Jerusalén, el exilio masivo de población y el final agónico de la muerte por inanición de miles de civiles en Masada. Pero la segunda, ocurrida entre los años 132 a 135 d.C., tuvo consecuencias aún más desastrosas. Liderada por Simon bar Kojba, movilizó a la población judía contra las políticas de romanización iniciadas por el emperador romano Adriano. Kojba puso en marcha una guerra de guerrillas y construyó túneles para poder enfrentarse a las poderosas legiones romanas. Tras tres años de enfrentamiento, el resultado fue demoledor. Como señala el autor Dión Casio, quien recoge en su obra este episodio: Iudaea tota vastata est (69, 12–14). No solo toda Judea quedó devastada, sino que se extiende de la siguiente manera: “A causa de esta guerra (la de Kojba), murieron muchas decenas de miles de personas. Se dice que perecieron en total más de quinientos ochenta mil hombres en combate, sin contar los que sucumbieron al hambre, las enfermedades o el fuego. Toda la tierra de Judea quedó devastada, y se dice que las aldeas destruidas fueron cincuenta, y las fortalezas arrasadas, novecientas ochenta y cinco”. Pero la principal consecuencia que tuvo esta guerra fue la decisión de Adriano de eliminar toda presencia judía en la zona. Prohibió que se acercasen al territorio de Jerusalén, hasta el punto de cambiar el nombre a la ciudad y crear la colonia romana de Aelia Capitolina. No solo eso, sino que donde estaba construido el templo, erigió uno en honor del dios romano Júpiter. Este es el origen definitivo de la diáspora judía del territorio, del que fueron expulsados y obligados a emigrar a todas las demás regiones del imperio romano.

Generaciones enteras de judíos se han criado conociendo esta historia, que ha sido el origen de otras muchas diásporas y sufrimientos. El anhelo del retorno a la tierra de sus padres ha sido el leitmotiv que ha mantenido viva la identidad y que se concretó con la creación del estado de Israel en 1948. Sin embargo, parece como si la historia que les ha mantenido vivos no les haya servido para aprender nada. El sufrimiento experimentado en todas las etapas de la historia ha quedado como un recuerdo del pasado que no les permite sentir ningún tipo de empatía. El revanchismo por conseguir lo que “consideran que es suyo por derecho divino” les ha puesto definitivamente en el mismo rol de quienes les provocaron a ellos su pasado. Porque no es posible ignorar, ya que para eso sirve la historia, los paralelismos que existen entre la situación actual que se está produciendo en Gaza y lo que hace dos mil años pasó allí. La legitimidad o no del origen de los conflictos queda en un segundo lugar, cuando las consecuencias son desproporcionadas y quien más sufre es la población civil inocente.

Resulta evidente que el contexto actual no es el mismo que en el año 132 d.C. No hay paralelos entre los actores intervinientes, pero sí existe ahora una realidad que entonces no había. Dependemos de lo que un historiador nos contó años después de lo que pasó en aquella revuelta. Hoy en día, tenemos acceso a la información inmediata de lo que está sucediendo. No podemos esperar a que esto termine para lamentarnos de lo que sucedió. Tenemos medios para exigir a quienes nos gobiernan que se dejen “lamentar profundamente lo que sucede” y actúen. Tenemos medios para individualmente levantar nuestra voz y organizarnos para protestar activamente contra lo que le está sucediendo a la población palestina de Gaza y, exigir, al mismo tiempo, la libertad de los rehenes israelíes. Tenemos medios para hacer sentir, a quienes apoyan económicamente al gobierno israelí, que su postura tiene consecuencias. Y si todo eso no es suficiente, también tendremos medios para recordarles a todos los que pudiendo hacer, no hicieron, que nosotros tenemos memoria y aprendemos de los errores del pasado.

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