Opinión y blogs

Sobre este blog

El futuro del trabajo está en cuidarnos

La incertidumbre se ha convertido en compañera de viaje, especialmente cuando nos imaginamos adónde nos llevan todos estos cambios rápidos y constantes propiciados por el desarrollo tecnológico. Nos inundan previsiones y cifras que apuntan hacia cambios de escenario más pronto que tarde en diferentes ámbitos. El que quizá más preocupe a la mayoría, por su calado y su importancia, es el futuro del trabajo. ¿Qué futuros se dibujan para las personas trabajadoras? ¿Cómo será “ir” a trabajar dentro de una década o para la próxima generación? Las perspectivas calculan que un 60% de los alumnos que hoy se sientan en primaria optarán a trabajos que hoy no existen (según cifra el Foro Económico Mundial). A la vez, uno de cada cuatro adolescentes sueña con ser youtuber.

Hay dos vectores importantes que van a afectar a cualquier escenario de trabajo: la automatización y las plataformas digitales. El primero apunta a todo lo que tiene que ver con robots, inteligencia artificial y algoritmos. En los últimos años hemos visto aparecer numerosos informes intentando cifrar cuántos millones de puestos de trabajo desaparecerán. El Financial Times desarrolló junto a Mckinsey una calculadora, una especie de oráculo al que preguntarle con qué probabilidad podría un robot hacer tu trabajo. Lo interesante de su aproximación es que han desglosado más de 800 perfiles profesionales en las tareas que los componen. El cálculo se hace entonces en base al porcentaje de tareas automatizables por profesión.

Hay que remarcar eso: lo que se pueden automatizar son tareas concretas, mecánicas y previsibles y no profesiones en bloque. Por ejemplo, una fábrica de envasado cárnico. Es una de las profesiones más automatizables según la calculadora, porque un 86% de las tareas las puede realizar una máquina. Si solo el 14% restante de las tareas requieren una persona, sólo haría falta una persona de cada seis. ¿Dónde irían las otras cinco? ¿A qué empleos podrían optar si su formación y su experiencia son mayoritariamente automatizables? Esto es lo que Yuval Noah Harari (historiador israelí) apunta como el nacimiento de la “clase inservible”. Se trata de millones de personas que en 15 años no estarán empleadas ni serán empleables. Si bien surgirán nuevos empleos - él usa como ejemplo a diseñadores de realidad virtual -, para que una persona se reinvente y pase de la fábrica al diseño cuanto menos requiere un período de formación.

Habilidades para el futuro

Al otro extremo de la calculadora, ¿cuáles son las habilidades que un algoritmo jamás podrá superar? La respuesta suena a poesía: creatividad, curiosidad, intuición y todo aquello que tenga que ver con lo imprevisible. Si lo cruzamos con una estructura social de baja natalidad y una población que goza de mayor calidad de vida, llegamos al debate del envejecimiento de la población. Se espera que la economía de los cuidados experimente un crecimiento notorio, según un estudio de la UAB. Allí donde haya criaturas o mayores, personas con dificultades, convalecientes o que necesiten algún tipo de cuidado, siempre hará falta alguien que les atienda. Exactamente igual que ayer y que hoy. La pregunta aquí no es si existirá la economía de los cuidados, sino en qué condiciones debe existir.

A pesar de satisfacer necesidades humanas básicas, es un sector históricamente invisibilizado, mal remunerado e infravalorado. Como escribe Lina Gálvez en La economía de los Cuidados, “los cuidados se reconocen como una dimensión de la vida humana que es también económica en la medida en que comporta uso de recursos escasos, materiales, inmateriales, de energía y tiempo, con costes directos e indirectos evidentes”. No obstante, hoy en gran parte del mundo se caracteriza por la feminización, la precariedad, el clasismo y el racismo.

Vayamos a los datos: en 2017 un 6% de las mujeres empadronadas en Catalunya están empleadas como trabajadoras domésticas. Según un informe del Centre d’Estudis i Recerca Sindicals de CCOO, si lo desglosamos por nacionalidad supone un 3% en el caso de las mujeres españolas frente al 24% de mujeres extranjeras. Es decir, de todas las mujeres extranjeras empleadas, una cuarta parte se dedican a la economía de los cuidados. En su mayoría (tres de cada cuatro) son latinoamericanas, y las nacionalidades más presentes son la hondureña y la boliviana. La OIT lo identifica como cadena global de provisión de servicios.

El mismo informe muestra el predominio de la precariedad: si bien un 70% están con contrato indefinido, la mitad de los contratos temporales son de tipo verbal. La regulación vigente fija el precio en 7,04 euros por hora (de acuerdo con el BOE, Real Decreto 1462/2018 donde se fijó el salario mínimo interprofesional para 2019). Y una tónica constante es que el cruce con la ley de extranjería hace que las mujeres más vulnerables acaben aceptando los trabajos peor remunerados, aquellos a los que pueden acceder mientras regularizan su situación en el país. Los colectivos de mujeres trabajadoras migradastienen por consigna que “cuando una mujer blanca rompe el techo de cristal, la que lo limpia es inmigrante ilegal”.

Una categoría especial es el régimen de empleadas internas. En este caso son todas mujeres extranjeras y apuestan por ello como vía de supervivencia. Muchos colectivos piden su abolición puesto que lo consideran una situación de esclavitud. Ellas mismas cuentan que es una forma de tener techo garantizado, aunque sea a cambio de sueldos irrisorios, por ejemplo 600 euros mensuales por estar cuidando a una persona mayor día y noche día 7 días a la semana, lo que cronifica su vulnerabilidad y fomenta el aislamiento social. Con suerte tienen espacios de descanso, a veces de unas cuantas horas. Y de puertas para dentro “es un infierno”, en palabras de una representante de Sindillar. Mujeres que en sus países de origen tienen formación y ejercen una profesión, cuando están trabajando como internas son objeto de todo tipo de acoso sexual. Un estudio de la Universitat de Barcelona sitúa las insinuaciones o comentarios de carácter sexual por parte de hombres mayores como tónica habitual (lo han sufrido el 41% de las mujeres), además de tocamientos o acercamientos excesivos (28%). Una de cada diez narra experiencias de abuso sexual.

Cuando tras un episodio de acoso piden respeto, reciben como respuesta abusos: la persona mayor siente que la cuidadora está ahí para satisfacer todas sus necesidades. Si se lo cuentan a las familias, éstas no las creen. Vivir todo eso, sin una red de apoyo y atrapada 7 días y 7 noches cada semana, claramente tiene consecuencias psicosociales. ¿Qué margen tienen para rechazar un trabajo o exigir una mejora de las condiciones? Cuando están en condición de irregularidad, ninguno. Así cuidamos a las que cuidan.

Ahora que la digitalización del trabajo está atravesando todos los sectores, ¿qué oportunidades se abren con la irrupción de las plataformas? Barcelona acogió un encuentro donde nos sentamos con trabajadoras de plataforma y los fundadores de dichas start-ups. La mayoría de plataformas nacen como un espacio de conexión entre familias y cuidadorsas. Una versión digital del tablero de anuncios, sofisticando el boca-oreja con sistemas de puntuación y reputación. Darse de alta como cuidadora es sencillo, las barreras de entrada para crear un perfil son bajas y no suelen pedir el NIE. A partir de aquí las reglas del juego las fija cada plataforma y decide qué grado de responsabilidad toma con las trabajadoras a las que facilita las transacciones. Las oportunidades de ganar visibilidad y profesionalizar el trabajo doméstico son enormes. Toda esa actividad que antes estaba sumergida ahora puede registrarse de forma minuciosa. Existe la oportunidad de ganar en transparencia en positivo. Sabiendo el riesgo de aislamiento de las trabajadoras internas, las plataformas podrían activar programas de prevención y detección. Las mujeres, que ofrecen sus servicios a título individual, podrían encontrar en las plataformas un espacio de referencia donde encontrarse con sus pares, contactar y tejer redes de apoyo en lo laboral pero también en lo personal y lo social. Las promesas son múltiples y los riesgos no faltan. Es la tormenta perfecta para diseñar un futuro del trabajo alineado con cuidar a las que cuidan.

[Este artículo ha sido publicado en el número 74 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

La incertidumbre se ha convertido en compañera de viaje, especialmente cuando nos imaginamos adónde nos llevan todos estos cambios rápidos y constantes propiciados por el desarrollo tecnológico. Nos inundan previsiones y cifras que apuntan hacia cambios de escenario más pronto que tarde en diferentes ámbitos. El que quizá más preocupe a la mayoría, por su calado y su importancia, es el futuro del trabajo. ¿Qué futuros se dibujan para las personas trabajadoras? ¿Cómo será “ir” a trabajar dentro de una década o para la próxima generación? Las perspectivas calculan que un 60% de los alumnos que hoy se sientan en primaria optarán a trabajos que hoy no existen (según cifra el Foro Económico Mundial). A la vez, uno de cada cuatro adolescentes sueña con ser youtuber.

Hay dos vectores importantes que van a afectar a cualquier escenario de trabajo: la automatización y las plataformas digitales. El primero apunta a todo lo que tiene que ver con robots, inteligencia artificial y algoritmos. En los últimos años hemos visto aparecer numerosos informes intentando cifrar cuántos millones de puestos de trabajo desaparecerán. El Financial Times desarrolló junto a Mckinsey una calculadora, una especie de oráculo al que preguntarle con qué probabilidad podría un robot hacer tu trabajo. Lo interesante de su aproximación es que han desglosado más de 800 perfiles profesionales en las tareas que los componen. El cálculo se hace entonces en base al porcentaje de tareas automatizables por profesión.