ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Entre rejas
Para el que vive entre rejas solo suenan candados. Una cara se pega a los barrotes, intenta tocar más allá de ellos y llegar más lejos, hasta los que están fuera. Con la mirada cuadrada el preso se aferra a la reja: busca hacer realidad. Sus palabras pesan en la lengua como piedras de molino. La soledad, compañera de celda, se materializa entre los aceros perpendiculares y se hace esperanza frente a la cárcel del Pópulo, coloreándose de verde mientras suena su voz como si no fuera de nadie:
Soleá, dame la mano
a la reja de la cárcel
que tengo muchos hermanos
huérfanos de padre y madre
y no tengo quien me ampare.
Otras palabras pesan en otra lengua. Es otro tiempo, otra ciudad. Una cabeza piensa como otras quince y los corazones palpitan al unísono. Se prometen un premio como si prometieran su mismo mar y, agarrados a la reja, sueñan con claveles que caigan a sus pies pidiendo la libertad. El niño de San Vicente mira a los suyos como si no los hubiera visto nunca, mientras esperan que se abra el telón rojo que es la puerta de su celda. El rugido del Gran Teatro Falla se traduce en compás y las voces que rebotan en sus muros suenan como si las escuchara el mundo:
Quiero romper las cadenas
y olvidar las penas
que nos da la vía
decir lo que siento
por ti, Tierra mía
aunque me condenen a perpetuidad.
En otra ciudad, una cabeza sueña con claveles que caen a los pies de un cautivo. Es otro tiempo, en otro barrio, en otra reja. Un niño pega la cara a los barrotes, intentando ver mejor lo que hay dentro. Su madre siente el frío del acero en la mano mientras se agarra al pequeño. Ella mira a través de la reja como si lo que custodiara pudiera ser más grande que el mundo, más poderoso que el lenguaje, más humano que los humanos. Su plegaria silenciosa retumba por aquella parroquia de San Pablo, al otro lado del río, donde solo ellos tres pueden escucharla.
Dos hombres miran entre los aceros como si lo que hubiera detrás fuera todo lo que existe, todo lo que se ama, todo su mundo. Uno mira a la mujer divina, el otro a la humana. Una virgen marismeña y una mujer casadera. Son dos rejas, dos lugares distintos. Ambos sienten que mirarla a los ojos es agua fresca para el caballo en el corazón del hombre. Siguen sentimientos más viejos que las palabras que se inventaron para decirlos. Responden a tradiciones más antiguas que la existencia de sus cuerpos y, mientras en la aldea del Rocío uno alza el pie para adelantar el amanecer, el otro, clavando sus ojos en los de aquella mujer con la que se sueña casado, se inclina para susurrar una despedida, recordando a Juanito Valderrama:
Eres toda mi alegría
y hasta deliro por verte.
Ya se acabó la pena mía
porque acaba de volverse
realidad mi fantasía.
En otro barrio, en otro tiempo, en otra ciudad, Juan Manuel Trinidad Berlanga se aferra a la reja del balcón de la Diputación Provincial. Lleva un símbolo de libertad en la mano, una libertad coloreada de verde y blanco. La ondea ante el rugido de un pueblo que suena como si lo escuchara el mundo. Es el rugido del que está buscando un cambio como se busca una estrella en el cielo. Es el momento en el que un símbolo puede significar mucho más que las palabras que se usen para explicarlo. Ese sueño que persiguen ya queda cerca, casi a ras de suelo.
Quien se agarra a la reja lo hace siempre con intención. Ha venido a saludar, a ver, a pedir, a saltar, a esperar, a agradecer, a protestar, a despedir. Para eso se agarra a ella, busca un asidero, como si quisiera traspasarla para conseguir aquello que ha venido a buscar. Ella separa lo divino y lo humano, lo público y lo doméstico, el poder y el pueblo, lo suyo y lo nuestro… Y quien tiene que abrirla siempre llega tarde.
No hay reja que contenga al pueblo. Él canta entre los barrotes una carcelera, la salta, la atraviesa, cuelga en ella vestidos de flamenca, la llena de promesas, de velas ardiendo... El pueblo vuelca la reja, la gira y la hace paralela, convirtiéndola en escalera en la que lo nuestro y lo suyo ya no está tan lejos.
En esa distancia que ya no existe sueño que Trinidad Berlanga fue quien cantó a la Esperanza inspirando a Font de Ana. Deliro diciendo que Antonio Martín escribió el repertorio de Entre rejas pensando en aquel joven malagueño que perseguía el sueño de la independencia. Pienso en una mujer que pide al Cautivo por aquel que la cortejó a través de los barrotes en los tiempos de antes. Sueño que alguien saltó la reja en el Rocío para colocar la arbonaida. Me imagino cómo sería la copla si en aquella reja de Triana Juanito se hubiera encontrado un candado guardallave con clave numérica.
En este tiempo, en todas las ciudades, en todos los barrios el pueblo pide no encontrar más candados en las rejas de sus casas. Lo pide cantando, rezando, gritando y protestando. Lo pide a través de los barrotes que cercan este sur. Los candados no encierran deseos, ni custodian promesas de amor, ni contienen plegaria alguna. Son solo contenedores de la llave que cierra pisos, puertas, barrios, negocios y ciudades. Una llave que cierra todas las rejas, que las hace más altas, tan altas que nadie puede saltarlas. Tan gruesas que nadie escucha al otro lado. Tan frías que nadie puede aferrarse a ellas y derribarlas. Para el andaluz, el que vive entre estas rejas, solo suenan candados.