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Relevo en la vicepresidencia de Andalucía

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Desde que el IFOP, el Instituto francés de opinión pública, irrumpió en la política francesa, apenas hemos podido resistirnos a imitarlos profusamente. Las encuestas no solo son un negocio para empresas de opinión, medios, políticos y académicos; se han convertido en un elemento performativo de la voluntad política expresada de vez en cuando en las urnas. Ya no se trata de saber qué piensa la gente, sino de hacer que piensen como nos convenga. Si es una perversión o no, lo dejo para los sociólogos electorales más enteros. Si aciertan o no, se ha convertido también en un elemento irrelevante y mucho más si hubiera en ellos, empresas de opinión amigas y sus mandantes, alguna responsabilidad.

Las encuestas dicen que en Andalucía va a haber cambio seguro en la vicepresidencia. Solo eso de momento o, al menos, es lo que interesa decir y, quizá, lo más peligroso que ocurra. Los vuelcos electorales que muestran en los dos partidos mayoritarios en relación con las últimas elecciones no parecerían aceptables, por tremendos, en un seminario académico serio, pero es lo que dicen los sondeos y quizá si aciertan lo explicarán.

Experimento o ensayo general, Andalucía será, otra vez, escenario de una guerra de otros

Entre trajes de flamenca y partes de la COVID discurren los primeros escarceos en unas elecciones vicarias, poco andaluzas (disfraces incluidos); siempre pendientes, casi en la totalidad de los contendientes, de macutazos y llamadas desde Madrid. Experimento o ensayo general, Andalucía será, otra vez, escenario de una guerra de otros.

No hay ninguna “pe” en el nombre de Moreno Bonilla, el candidato a nombrar la vicepresidencia según las encuestas, pero hay muchas de esas letras en su sino y destino. Y en el de Andalucía. Las “pes” del PP dice Moreno que le sobran; no es la primera vez de este tipo de engaño o camuflaje, pero en la realidad está rodeado de siglas y de depependencias. Dos de sus consejeros más relevantes -y liantes- ya trabajan para Alberto Núñez Feijóo: Juan Bravo, de Hacienda, y Elías Bendodo, de todo, incluidos los enfangados subsuelos. A cambio, el jefe de las siglas, Feijóo, le ha dado permiso desde Madrid a Moreno para pactar con la extrema derecha.

La santísima trinidad será la que dé entrada en su gobierno a la extrema derecha; no la primera, que ha sido el PP en Castilla y León, pero sí la segunda, con la intención de que con Feijóo, con los españoles con el cuerpecito hecho, sea la tercera

Era lo esperado. Juanma Moreno es Moreno Bonilla, y ambos son el presidente de la Junta de Andalucía y jefe del PP por estos lares, el mismo que abrió la puerta a la extrema derecha en España pactando con ellos; tres personas distintas y un solo dios verdadero. Esa santísima trinidad será también la que dé entrada en su gobierno a la extrema derecha; no la primera, que ha sido el PP en Castilla y León, pero sí la segunda, con la intención de que con Feijóo, con los españoles con el cuerpecito hecho, sea la tercera, esta vez abriendo la puerta de La Moncloa a los neofranquistas, convertido en un nuevo Palacio de El Pardo. La prensa trinitaria andaluza ya le ha dado la bendición.

Entre encuestas andamos, con la Junta Electoral Central tirando de las orejas a la falta de pluralismo de Canal Sur, la tele pública antes devota, con los mismos profesionales, del socialismo casi eterno. Con la candidata de la extrema derecha aflamencada y andaluza exprés empadronada en Salobreña de manera irregular, como una inmigrante privilegiada, aclamada por el paleofranquismo agazapado antes y hoy emergiendo en todas sus reinterpretaciones posibles.

Decía estos días atrás Inés Arrimadas, una jerezana que ya se ha disfrazado de todo y empadronada fecunda, que a Moreno Bonilla se le está poniendo cara de Mañueco. En realidad es a Macarena Olona a la que se le está poniendo cara de Juan Marín. Y a ella, de Albert Rivera, por cierto.

Desde que el IFOP, el Instituto francés de opinión pública, irrumpió en la política francesa, apenas hemos podido resistirnos a imitarlos profusamente. Las encuestas no solo son un negocio para empresas de opinión, medios, políticos y académicos; se han convertido en un elemento performativo de la voluntad política expresada de vez en cuando en las urnas. Ya no se trata de saber qué piensa la gente, sino de hacer que piensen como nos convenga. Si es una perversión o no, lo dejo para los sociólogos electorales más enteros. Si aciertan o no, se ha convertido también en un elemento irrelevante y mucho más si hubiera en ellos, empresas de opinión amigas y sus mandantes, alguna responsabilidad.

Las encuestas dicen que en Andalucía va a haber cambio seguro en la vicepresidencia. Solo eso de momento o, al menos, es lo que interesa decir y, quizá, lo más peligroso que ocurra. Los vuelcos electorales que muestran en los dos partidos mayoritarios en relación con las últimas elecciones no parecerían aceptables, por tremendos, en un seminario académico serio, pero es lo que dicen los sondeos y quizá si aciertan lo explicarán.