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De gobernadores generales y gobernadorcillos

El ex presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Javier Aroca

En 1893, el entonces ministro de Ultramar, Antonio Maura, puso en marcha una reforma legislativa para integrar y dar algún poder a los indígenas filipinos, ante la rebelión de la colonia. Posteriormente, en 1897, el ministro del mismo ramo, Tomás Castellano, continuaría en su línea, en un intento desesperado por retener la colonia asiática española. En Filipinas, mandaba un gobernador general, casi siempre un militar con rango de Capitán general, y de ahí para abajo, algún poder llegaba a los nativos. El rango era el de gobernadorcillo.

Entre los privilegios de los gobernadorcillos estaba ocupar un lugar preferente en los actos de las autoridades coloniales, derecho a banda de música en sus alardes y ser acompañado a prestar respeto dominical al párroco de su jurisdicción al ritmo de pasodoble. Ni más ni menos. Desde luego que el poder se ejercía de verdad desde la metrópolis. Desde Madrid. Ante el descontento, el propio Maura, que vio el peligro, impulsó nuevas medidas descentralizadoras con Cuba, frente el auge filisbusterismo. Pero ya era tarde; el resultado ya se sabe. Entre el patrioterismo y el centralismo mesetario, debidamente acompañado por “la cochina prensa madrileña”, como clamó Unamuno.

Madrid, siempre Madrid. En la villa tiene que ser donde se estén, por estos días, decidiendo los destinos de Andalucía. El pueblo ha hablado, pide cambios, pero la interpretación que hacen los contendientes, todos reclamando la victoria, es que en Madrid decidan. Lo curioso es que se acaban de cumplir más de veinte años desde que Mariano Rajoy, sí, Mariano, por entonces ministro de Administraciones Públicas, anunciara el fin de los gobernadores civiles, fruto del pacto del PP con PNV y CiU; sí, siempre vascos y catalanes.

Casado, Rivera y Abascal pactan en la metrópolis. No habrán leído a Maura, ni siquiera sabrán de los lamentos de Fernando Primo de Rivera, capitán general, clamando algo de comprensión metropolitana con Filipinas. Interpretan que hay que cambiar Andalucía, ahí tienen razón, pero lo hacen desde Madrid. Uno, a las claras, Casado; otro, Rivera, tratando que no se note; el otro, Abascal, coherente con su idea de España. Quieren acabar con el Estado de las autonomías y nada mejor que empezar por Andalucía. Devolver competencias, vaciar de contenido el autogobierno de Andalucía, reformar el Estatuto, acabar con la RTVA, convertir Andalucía en campo de batalla de su asalto a La Moncloa. Pero sobre todo, mandar desde Madrid. Otra vez. Cuarenta años para esto.

Aún no sabemos quién va a ser el gobernador general de Andalucía, el virrey, los demás serán gobernadorcillos. Eso sí, con derecho a banda de música, lugar preferente y otros privilegios. En Madrid no se olvidarán de sus indígenas, como no lo hizo Maura, tienen reservado para ellos el papel subalterno que les corresponde. Ya ellos decidirán qué hacer, día a día, con los andaluces. Bastará con un simple guasá.

Y todo porque los andaluces quieren. Hace dos semanas hemos celebrado nuestras primeras elecciones catalanas. Se han empleado a fondo los partidarios del Estado centralista, también, aunque muy relajados, los partidarios de la sumisión, enterrado en el baúl el mandato del pueblo andaluz del 4-D y 28-F. Tanta desidia tenía que llevar a esto, tanto olvido del pueblo, tanta arrogancia, tanta ineficacia y falta de voluntad en cambiar las cosas.

Unos se han movilizado, otros muchos han castigado no se sabe a quién, otros muchos ni caso a eso de “andaluces levantaos”, olvidado el 2-D. No, no era andaluces resignaos, ni andaluces absteneos. Eso sí, hay cuatro años para pensar y disfrutar. Mientras, tendremos nuestro gobernador general, puesto desde Madrid, y muchos gobernadorcillos, pero con banda de música y pasodoble a la parroquia a ver al cura. Y mucho arte y universales y mucho chauchau.

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