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De la ola de calor y la felicidad
Iba con mi marido e hijos en el coche, a la sazón de 37 grados a las 9 de la noche en el extrarradio de Sevilla para ir a cenar a un restaurante (con aire acondicionado). Mi hija mayor, Candela, que tiene cinco años, de pronto nos dice: “Mamá, ya sé por qué no vivimos aquí. Es que hace muchísimo calor”.
Claro, le respondí yo. Esa es una de las razones por las que seguimos viviendo en San Diego, California. “Porque todo lo demás está muy bien, mamá,” apuntó ella.
Y es que en las últimas 24 horas, según el mapa de la ola de calor, la máxima de 42,8 grados centígrados ha superado en Sevilla la media de las temperaturas del mes de junio de 1981 a 2010 en más de 10 grados.
Yo que me había venido en junio para no pasar tanto calor, y resulta que en Sevilla se está viviendo una de las peores olas de calor en junio desde que hay registros, y que la máxima de 46 grados registrada en El Granado (Huelva) supuso el récord nacional para el mes de junio.
Vale, que en Andalucía hace calor en verano, eso lo sabemos, y que ahora haga más calor y el calor dure más tiempo, no es baladí. Pero, lo que yo me empecé a preguntar, a raíz de esta reflexión de cincoañera, es: ¿afecta el calor a la felicidad?
En un estudio que se extiende por 160 países a lo largo de 13 años, los autores concluyen que un día muy caluroso disminuye el bienestar en un 0,5%
Como siempre, saco mis gafas de empollona de la clase y me pongo a mirar qué dice la ciencia. Primero encuentro este estudio de Barrington-Leigh y Behzadnejad realizado en Canadá en 2017, donde compararon diferencias de temperatura diaria e índices de calidad de vida. Los autores encontraron que, en Canadá, donde hace frío y está nublado una gran parte del tiempo, cuando hay sol se aprecian niveles de felicidad un poco más altos. Sin embargo, dicen los autores, los índices socioeconómicos de una sociedad tienen mucho más efecto en la felicidad de sus habitantes que el tiempo.
Y es que lo socioeconómico siempre tiene mucho que ver con lo humano. Este estudio realizado en China encontró que ante eventos meteorológicos extremos, los hogares en zonas rurales o de bajos recursos están peor equipados para manejar los riesgos que conllevan estos eventos. Por ejemplo, en Andalucía, todo el mundo sabe que la única manera de subsistir una ola de calor es aire acondicionado y un amigo con piscina.
En este comprensivo estudio que se extiende por 160 países a lo largo de 13 años, los autores concluyen que un día muy caluroso disminuye el bienestar en un 0,5%. Los autores sugieren que la sensación de malestar que uno experimenta ante las altas temperaturas es la principal causa, y no tanto los niveles socioeconómicos.
Mientras Candela continúa descubriendo lo que significa la caló, yo sigo preguntándome hasta qué punto afecta esto a nuestra felicidad y, sobre todo, a nuestro futuro
En Andalucía, tenemos una palabra para este malestar: la caló. No el calor, que es la sensación térmica en general, sino la caló, la flama, la bofetá que te pega cuando abres la puerta de la calle y se te queda el cuerpo como si te hubieran apaleado.
Un dato más, ya que estás por aquí: la caló te disminuye las capacidades cognitivas, o como decimos en Andalucía, te quedas apollardao. Un poco como estoy escribiendo este artículo, la verdad. Fuera de bromas, Schmit et al. descubrieron que la temperatura mágica a la que el cerebro se nos reblandece y no pensamos bien está a los 38.5 grados centígrados.
Así que, mientras Candela continúa descubriendo lo que significa la caló, yo sigo preguntándome hasta qué punto afecta esto a nuestra felicidad y, sobre todo, a nuestro futuro. Si algún día daremos el paso de volver de la emigración, aunque sea porque el calor sevillano nos ha dejao apollardaos.