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Sobre este blog

En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Cómo ser mujer y que no te maten por serlo

Una mujer en la manifestación del Día Internacional de la Mujer

Amparo Díaz Ramos, abogada especialista en violencia de género

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Esto de ser mujer está lleno de limitaciones que no son biológicas ni casuales. Que te valoren desde pequeña por lo dulce y complaciente que seas, por lo guapa que seas y que te pongas, y muy pronto por lo apetecible y accesible que resultes sexualmente para los hombres. Que sin ser aún adulta ya empieces a sufrir que hombres te digan por la calle barbaridades que te asustan, que hombres te persigan cuando vuelves por la noche a casa, que hombres que no conoces, o que conoces, te toquen sin tú quererlo en las discotecas, en el metro, en el autobús, en las calles. Que tengas que decir no y no y no y no, tantas veces, intentando no molestar tú al hombre que se está pasando contigo, que te resulte insoportable, o asumas que ese es el precio que tú tienes que pagar por salir a la calle, o ambas cosas a la vez. Que tu profesor se siente sobre tu mesa y se eche hacia ti, dejándote muy claro que tus límites no importan porque él tiene poder sobre su cuerpo y el tuyo, y tú no. Que tal vez incluso tengas por pareja a un hombre que se sienta muy mal porque ganes más dinero que él o porque brilles más, o porque tomes tus propias decisiones, y te desprecie y ataque por ello. Que un día bebas y el hombre que está a tu lado aproveche para violarte junto con sus amigos, o lo haga aprovechando que estabas corriendo por el parque o que fuiste a su casa a tomar un café. Que si un día estás involucrada en una catástrofe natural o en un guerra, lo único seguro es que vas a ser tratada como sierva y  objeto, y probablemente violada. Que entre tus opciones vitales se promuevan las que le viene bien a los hombres, que incluso te convenzan de que ser la acompañante sexual de un hombre, generalmente unos veinte años mayor que tú, a cambio de seguridad económica, es el colmo del empoderamiento femenino, igual que lo es cambar tu físico para convertirte en la muñeca de goma que más excita a tu hombre. Que a muchas niñas se las aboque a complacer sexualmente a hombres adultos de su entorno: profesores, amigos de sus padres, familiares… 

¿Cómo podemos las mujeres sobrevivir a las conductas machistas que penetran en nuestra cotidianeidad? Desde niñas nos advierten sobre los peligros, limitando nuestra libertad no la de los agresores. Desde niñas se nos inocula la ley del silencio: no te quejes, no digas nada, o será peor para ti, peor para tu familia. Porque se espera de ti que seas cuidadora incluso de quién te ha martirizado o te está atacando. Se espera de ti que te calles, que no cuentes nada, que te quedes paralizada de por vida o te vuelvas todavía más complaciente y accesible. Se espera de ti que no generes ningún conflicto familiar ni social, y se nos dice que esta es la única forma de sobrevivir: llevarte bien con los hombres de tu entorno, no llevarles la contraria, y menos aún si tienen especial poder. Desde niñas nos enseñan estrategias para sobrevivir que conllevan eludir los enfrentamientos con los hombres, y por tanto limitar nuestra libertad o hacernos creer que la libertad es precisamente hacer lo que ellos, los hombres machistas, quieren que hagamos.

No queremos ver ni escuchar lo que significa ser mujer en una sociedad que cosifica a las mujeres y a las niñas. No queremos enterarnos de los datos escalofriantes que ofrecen instituciones públicas nacionales e internacionales, no queremos las propias mujeres sentirlo ni recordarlo. Preferimos poder seguir asistiendo a las reuniones, seguir formando parte de nuestros grupos, antes que desvelar lo que sabemos sobre lo que hace uno de los hombres de nuestra familia, o uno de nuestros amigos, o uno de nuestros compañeros de trabajo o de clase, o uno de nuestros jefes o vecinos. 

Porque para sobrevivir a todo este horror individualmente hemos tenido que tapar lo que sucede, hemos tenido que disociarnos, inventarnos una realidad en la que ese horror no sucede o no nos afecta. Y ese ha sido el gran éxito del patriarcado: embellecer la violencia y convencernos de que no es algo grave, o de que somos nosotras las culpables o, incluso, de que nosotras es esto lo que queremos. El patriarcado actual, el del consentimiento, nos dice  que es un acto de libertad de las mujeres optar por perder el trabajo al convertirnos en madre o por tener una menor proyección profesional, que es un acto de libertad convertirnos en objetos sexuales, que es un acto de libertad dejar que tres jóvenes hagan contigo lo que quieran porque prefieres eso a que te hagan daño físico si te resistes.

Tal vez la pregunta que necesitamos ahora las mujeres que aspiramos a la igualdad no sea cómo ser mujer sin que te maten por serlo, sino a qué estamos dispuestas con tal de acabar con el patriarcado.

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