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“Los radicales que trataron de boicotear el Quinto Centenario fracasaron”

Luis Yáñez

Alejandro Ávila / Luis Serrano

Hace más de cuarenta años, aparecía en la famoso foto de la tortilla, tumbado y sonriente en los pinares de Puebla del Río. Corría 1974 y un Luis Yáñez veinteañero no podía ni imaginar que, ocho años después, el muchacho melenudo de las gafas que se encontraba a unos metros de él sería el primer presidente del gobierno socialista.

“Felipe (González) y yo éramos muy íntimos. En diciembre de 1982, uno de los primeros nombramientos que hizo fue el mío, el de presidente de la Comisión del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Mi predecesor, el sevillano Manuel Prado y Colón de Carvajal, muy amigo del rey (Juan Carlos I) ya había hecho un pequeño trabajo. Entre él y el rey habían concebido que el 92 era un momento oportuno para hacer una serie de cosas en España”, explica el exdiputado socialista en la terraza de un apacible café del sevillano barrio de Nervión.

“En el 92 –continúa Yáñez- había un triple reto simultáneo: la Expo de Sevilla, los Juegos Olímpicos de Barcelona, que asociamos al Quinto Centenario, y el propio Quinto Centenario, que celebró en Madrid la II Cumbre Iberoamericana (de Jefes de Estado y de Gobierno). Cuando la empezamos a diseñar, no era una sucesión de cosas, sino una oportunidad para relanzar la imagen de España, que se encontraba muy deteriorada tras cuarenta años de franquismo”.

Dos años después de su nombramiento como presidente de la Comisión del Quinto Centenario, llegó el momento de nombrar al comisario de la Expo 92. “Felipe (González) me insinuó que podía ser yo mismo, pero no me veía de organizador de una exposición universal, no me veía con la capacidad. La verdad es que no le di pie y le fui dando nombres, pero él no cogió ninguno. Uno de ellos fue Ricardo Bofill, ya que me parecía que el arquitecto catalán sería capaz de montar algo tan polifacético y arquitectónico como una exposición universal. Cuál sería mi sorpresa cuando la Sevilla Eterna no lo quiso, argumentando que era catalán. Precisamente, cuando estábamos hablando de una exposición universal y cosmopolita. Lo cierto es que a Narcís Serra no le gustaba tampoco Bofill”.

Fue entonces, según recuerda Yáñez, cuando a Felipe se le ocurrió el nombre de un profesor que le había impactado siendo alumno: Manuel Olivencia. “Le planteé mis dudas a Felipe y le dije que, como mercantilista, era un maestro, pero que no sabía cómo sería de organizador de una expo. Lo hizo para apaciguar a la Sevilla Eterna, que efectivamente lo acogió con los brazos abiertos”.

“Pellón le dio un vuelco a la situación”

Aunque Olivencia se movía muy bien en los aspectos diplomáticos, según el expresidente del PSOE en Andalucía (1977-1985), “su punto débil era el organizativo”. “Entre 1988 y 1989 le empezamos a ver las orejas al lobo, porque la expo no avanzaba. Fue entonces cuando Felipe nombró al ingeniero Jacinto Pellón, que le dio un vuelco a la situación y sin cuya intervención no se entiende la Expo terminada a tiempo. Era muy resolutivo”. Cuando Olivencia dimitió, Emilio Cassinello asumió sus funciones. “Con Cassinello encargándose del aspecto diplomático y con Pellón en la sala de máquinas, la Expo fue uno de los grandes éxitos de la historia reciente: no hubo problemas ni de organización ni de seguridad. De pronto, los sevillanos lo asumieron como algo propio”.

Como presidente de la comisión, Yáñez recuerda la madeja de hilos diplomáticos que hubo que mover para que la celebración del 92 tuviera éxito. “Había muchos problemas diplomáticos. México veía el Quinto Centenario como una celebración de la conquista y el exterminio de los indios y hubo que convencerlos de que conmemoración no significa celebración, pues no cabía duda de que 1492 marcó un antes y un después en la historia del mundo entero. Brasil también consideraba que la metrópolis (España) le pedía algo que no le convenía, mientras Portugal sentía complejo de inferioridad e Italia consideraba que Colón era italiano. Para colmo, todo eso ocurrían en mitad de la Guerra Fría. Recuerdo que tuve que ir a Moscú, ya que veían con recelo todo lo que procediera del bloque norteamericano. Era, en fin, un frente diplomático muy complejo y polifacético”.

El político socialista asume que “el Quinto Centenario quedó oculto por la Expo, pero ésta era hija del Quinto Centenario y yo la siento como algo propio”. Yáñez recuerda que los principales frutos de aquella conmemoración fueron cuatro: el Instituto Cervantes, la Casa de América de Madrid, las Cumbres Iberoamericanas y, por supuesto, la Expo 92.

Ginecólogo de profesión, asegura que fue “un larguísimo parto”. “Más bien, diez años de embarazo y un parto que me dejó muy contento, porque ni en mi visión más optimista, me podía imaginar un éxito tan completo. No hubo ni un solo atentado de ETA, al contrario, fue cuando se detuvieron más comandos. El servicio de inteligencia me enviaba informes semanales sobre movimientos terroristas o violentos relacionados con la Expo y el Quinto Centenario. Además, un par de funcionarios de los servicios secretos me visitaban dos veces al mes para informarme verbalmente. Me sorprendía que supieran lo que íbamos a hacer tres meses después sobre cosas que sólo había comentado a cuatro o cinco personas”. Según Yáñez, “hubo radicales minoritarios que trataron de boicotear el Quinto Centenario por razones ideológicas, pero fracasaron”.

El Quinto Centenario quedó muy asociado a Huelva, pues las carabelas de Cristóbal Colón (Pinta, Niña y Santa María) “que cruzaron el Atlántico y descubrieron un nuevo continente, salieron de Moguer (Huelva). Fue el mensaje que se potenció. Algunos onubenses vivieron con incomodidad que la Expo se celebrara en Sevilla, pero neutralizamos ese descontento haciendo muchas cosas en Huelva y La Rábida. Las réplicas de las Carabelas, que se encuentran en La Rábida, son hoy en día uno de los monumentos más visitados de España”.

Fue precisamente el naufragio de la Victoria el día de su botadura en noviembre de 1991, lo que le valió el peligroso calificativo de gafe. “Viví con incomodidad (que me llamaran gafe), no tanto por el hecho mismo, ya que la nave capotó, pero no había profundidad para que se hundiera y apenas quedó volcada 24 horas, sino por el daño de imagen. Me acusaron de ser el responsable, a pesar de que yo estaba invitado. La réplica y la botadura eran responsabilidad de Jacinto Pellón y salió del presupuesto de la Expo y no del Quinto Centenario. Fue una manipulación tremenda, que me eché a las espaldas, dejando que mis enemigos y los del PSOE se explayaran. El capitán de aquello fue (el periodista de ABC) Antonio Burgos. Para nadie es agradable que le digan eso (gafe), pero los hechos han demostrado que no lo soy: he tenido una vida feliz y de éxito y no he hecho nada a nadie”, concluye.

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