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Más que un texto sagrado: el Corán como patrimonio cultural
Pocos libros en la historia han suscitado y siguen provocando, en su compleja universalidad, emociones tan dispares como el Corán. El libro sagrado del islam ha sido y es objeto de devoción, veneración y admiración, pero también de disputa, polémica y enfrentamiento. Entre fervor y llamas, el Corán se erige como un elemento nuclear de nuestro pasado y de nuestro presente, de encuentros y desencuentros que han ido, de una otra manera, conformando culturas, identidades y formas de pensamiento.
Según el relato tradicional, la historia del libro sagrado del islam comienza una noche del año 610 en la soledad de una cueva a las afueras de La Meca, donde Mahoma recibe por medio del arcángel Gabriel la primera de varias revelaciones de la palabra de Dios. Esta mensajería divina, que se sucederá a lo largo de toda la vida del Profeta, se plasmará tras su muerte por escrito en forma de libro articulado en 114 azoras o capítulos, cada uno de ellos dividido en un número variable de aleyas o versículos.
El Corán vertebra desde entonces la vida del creyente y la vida de la comunidad, en lo religioso, lo social y lo político. Es su motor y corazón. Y así lo fue entre las últimas minorías musulmanas de la próspera y convulsa España de los siglos xv al xvii, primero entre los mudéjares y, más tarde, entre los moriscos. La exposición Los latidos del Corán. La vida del libro sagrado entre mudéjares y moriscos, que puede verse en el Hospital Real de Granada hasta octubre de este año, permite conocer un momento de nuestro ayer para entender hoy por qué el Corán ha desempeñado un papel determinante en la construcción histórica de nuestra realidad.
La exposición 'Los latidos del Corán. La vida del libro sagrado entre mudéjares y moriscos' revela la riqueza de esta tradición islámica hispánica y nos desvela el Corán como un elemento nuclear de la vida cultural e intelectual de la península ibérica y, por ende, de Europa
¿Quiénes eran los mudéjares y los moriscos?
La expansión hacia el sur de los reinos medievales cristianos de la Península supuso la asimilación de una importante masa de población musulmana, que hasta entonces había sido dueña y señora del territorio, Al-Ándalus. Autorizados, en un primer momento, como mudéjares, a vivir su fe en una contenida libertad, la situación cambiará drásticamente a principios del siglo xvi con la conversión forzosa de estos musulmanes al cristianismo. Oficialmente cristianos, los ahora moriscos continuarán sin embargo siendo musulmanes en la clandestinidad de sus hogares, generando una singular forma de islam adaptado a las condiciones adversas del momento.
La intransigencia del poder cristiano ante la heterodoxa identidad de estos musulmanes españoles se traducirá en la prohibición de la lengua árabe y de los usos culturales de estas minorías, si bien es cierto que ya desde el siglo xv se aprecia una asimilación consciente de parte de estas comunidades a la cultura cristiana dominante, sin por ello dejar de ser musulmanes.
Mientras que granadinos y valencianos conservaron el árabe hasta fechas tardías, castellanos y aragoneses paulatinamente lo irán olvidando. El abandono de la lengua sagrada, lejos de traducirse en un empobrecimiento de la cultura islámica, supuso la naturalización de un islam autóctono, expresado ahora preferentemente en lengua romance. Esta situación lingüística, unida a la práctica religiosa más o menos clandestina, será determinante en la conformación y transmisión del Corán en la península ibérica.
La singularidad del Corán en la Península
Aun desahuciado el árabe, el Corán evidentemente continuará copiándose de forma íntegra en esta lengua hasta finales del siglo XVI, conservando los modelos de la anterior tradición andalusí. Entre estos manuscritos, se conservan piezas muy significativas, de gran calidad, como el denominado Corán de Gayangos (Real Academia de la Historia, ms. 11/10619), procedente de la localidad zaragozana de Aranda de Moncayo, o el magnífico ejemplar de Segorbe (Archivo Municipal).
Frente a estos raros y poco comunes ejemplares de coranes completos, testimonio de usos comunitarios del texto sagrado, la singularidad de la producción coránica mudéjar y morisca se manifiesta en su tipología y en su lengua. Es así que la mayor parte de las copias coránicas de esta época se caracterizan por un modelo textual compuesto por una selección de azoras y aleyas, que responden a las necesidades litúrgicas básicas del creyente.
Este singular modelo hispánico, similar en su esencia al que encontramos en otras tradiciones islámicas, suele acompañarse de su traducción aljamiada (romance en caracteres árabes), que se entrevera entre el texto árabe de forma interlineal o consecutiva. Asimismo, estas traducciones se enriquecen frecuentemente de comentarios exegéticos (esto es, explicativos) con el fin de facilitar al lector no arabófono la interpretación de la palabra divina.
Estas copias coránicas suelen aparecer en volúmenes misceláneos acompañadas de otros capítulos prácticos, relacionados frecuentemente con el ciclo vital del creyente; así, la descripción del ritual de la indispensable ablución, de las oraciones preceptivas y sus horas, del protocolo funerario, así como otras tradiciones y ritos islámicos.
Junto a los coranes en árabe o en árabe-aljamiado, se conservan también algunas pocas copias romances monolingües. La única copia completa que ha llegado a nuestros días es el denominado Corán de Toledo (Biblioteca de Castilla-La Mancha, ms. 235) que, además, constituye la auténtica joya de las letras islamoespañolas, dado que es la primera traducción conservada del texto sagrado a una lengua vernácula europea realizada desde el árabe.
Y a pesar de la pérdida del árabe, la lectura, recitación y memorización del Corán en la lengua sagrada constituía para estas minorías un acto piadoso recompensado con no pocas bendiciones divinas. Mudéjares y moriscos se afanaban en el aprendizaje de las nociones básicas del árabe indispensable para estos menesteres. Así, cartillas como las procedentes de Hornachos (Biblioteca de Extremadura, ms. FA-M 3), con las que los moriscos se iniciaban en la escritura del árabe que se iniciaban en la escritura son un buen ejemplo de los materiales empleados en estos contextos pedagógicos. Más singulares resultan las selecciones coránicas con orden inverso de azoras (procedentes de Calanda, en Teruel) que, comenzando por los capítulos finales, más breves, permiten una memorización progresiva del texto. Aunque este método mnemotécnico es conocido en otras sociedades islámicas, la singularidad hispánica reside precisamente en el uso del soporte papel en el que se plasma este contenido coránico inverso.
El Corán, sus usos y propiedades
Junto a los usos litúrgicos canónicos, el texto coránico era empleado por mudéjares y moriscos en otros contextos y prácticas rituales pertenecientes al ámbito de la religiosidad popular; usos heterodoxos que aún persisten en los registros bajos de las sociedades islámicas contemporáneas. El Corán se lee, se recita, se escucha…, pero también se bebe. Las anušras o bebedizos, a base de aleyas coránicas que se escriben con azafrán en escudillas y se deslíen con agua de lluvia, son solo un buen ejemplo de los abundantes usos populares del libro sagrado. Amuletos, talismanes, conjuros y fórmulas adivinatorias se nutren de la palabra divina que se emplea como potenciador del remedio mágico y aseguran su efectividad para combatir todo tipo de males y padecimientos.
Y aun en el tránsito entre la vida y la muerte, el Corán juega también un papel determinante. La carta de la fuesa, de la fosa, de la muerte o del muerto, como la procedente de Morata de Jalón (Zaragoza), es un talismán mortuorio que acompañaba al difunto en su paso al más allá. Entre los lienzos de la mortaja, en la mano o en la mejilla del fallecido, se depositaba esta carta con su profesión de fe como musulmán que le servía de salvoconducto ante Munkar y Nakir, dos terribles ángeles que lo visitarán e interrogarán en la fría oscuridad de la tumba.
Los coranes ocultos
Con la irremediable y precipitada expulsión de la Península de los moriscos a principios del siglo xvii, sus bienes más preciados, entre ellos el Corán, fueron ocultados por sus propietarios en las casas, entre muros y falsos techos, quizá con la esperanza de retornar un día. A finales del siglo xix, se produce el hallazgo más importante hasta la fecha de manuscritos árabes y aljamiados en Almonacid de la Sierra, una pequeña localidad de la provincia de Zaragoza. El centenar de códices que aparecieron entre la techumbre de lo que parece haber sido un taller de copia, constituye un testimonio elocuente de la importante labor editorial clandestina de estas minorías islámicas.
Y aunque menos numerosos, otras ocultaciones y hallazgos revisten por su simbolismo un notorio interés. Es el caso de las hojas del Corán (Fondo Documental Histórico de las Cortes de Aragon, ms. D-1) que alarifes (albañiles) musulmanes depositaron entre los techos del salón del trono de los Reyes Católicos del palacio de la Aljafería de Zaragoza, como prueba de que sobre el poder de Dios no hay otro poder.
La importancia de estos y otros hallazgos, en los que se cuentan cientos de códices, supone el inicio de la investigación científica moderna en torno a la cultura escrita de mudéjares y moriscos. Los proyectos European Qur’an (EuQu), Deciphering Qur’anic Dynamics (DeQuDy) y Corán Aljamiado (CorAl), liderados por investigadores del CSIC, dan cuenta del interés y vitalidad de estas líneas de investigación, en la que el Corán ocupa, como no podía ser menos, el lugar más destacado, y se convierte, superando otras narrativas, no sólo en un texto determinante para la vida religiosa de estas minorías islámicas hispanas, sino de la vida cultural e intelectual de la península ibérica y, por ende, de Europa.