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Israel Galván: la fiesta o la vida

Israel Galván

David Montero

¿Qué buscamos al final de la noche? ¿Qué nos llama en el exceso y la desmesura? ¿Congregarnos o disolvernos? ¿Constituirnos o destruirnos? ¿Morir o resucitar? ¿Es la fiesta una intensificación de la vida o una huida de ella? Devorar las horas, engañar al cuerpo, ignorar sus síntomas, atravesar el amanecer y estirar el tiempo, llorar por lo irremediable, enamorarse de los fantasmas, juntar una noche con la siguiente, sentirse un dios, tener por instantes la explicación del universo, soñar sin sueños, reír por todo y por nada, creer que un cielo en un infierno cabe: esto es la fiesta, quien lo probó lo sabe.

Así, en esta contradicción que es la fiesta, que es lo humano, late y tiembla la última propuesta de Israel Galván. Si hace años se decía de él que era un bailaor cubista, ahora el cubismo ha muerto. Aquí su propuesta está a medio camino entre la performance desaforada y el delirio lisérgico. Podemos reconocer algunas claves del vocabulario galvánico, pero aquí hay una libertad nueva, una confianza en el caos (o sea, en la vida) que nunca le había visto. Por un ejemplo, la dualidad que latía en La curva (el piano contemporáneo de Sylvie Courvoisier VS. la voz flamenca de Inés Bacán) está aquí resuelta en mezcla.

Ya no hay dos espacios, dos idiomas; hay un solo país, el de la fiesta galvánica en la que deambulan los nueve festejantes: a veces islas, otras archipiélagos; amables y crueles, esperpénticos y realistas, desamparados y soberbios. La falta de centralidad que se venía anunciando en los últimos espectáculos del bailaor, su supuesta pérdida de protagonismo, son un espejismo. Su cuerpo está en todos los cuerpos y todos los cuerpos están en el suyo, porque toda fiesta es un solo cuerpo colectivo.

Apocalipsis y parodia

Esta fiesta es apocalipsis y parodia, y en ese fino límite se mueve el trabajo de los nueve intérpretes, todos ellos entregados a la propuesta y dando lo mejor de sí. Me gustaron especialmente la contundencia y la naturalidad de la Uchi, la dulzura perpleja de Alia Sellami, la versatilidad y el carisma de Eloisa Cantón y la generosidad de Ramón Martínez en todo el espectáculo, destacando su hilarante “solo”. En mitad de todo, hay algo incómodo en este trabajo. Quizá por el caos y la densidad sígnica (dinero, travestismo, muerte, religión, etc), quizá porque nos enfrenta a la radiografía del alma de la fiesta en la que todos hemos creído ser reyes y hemos despertado mendigos resacosos. Aunque hay momentos de diversión y alegría, La fiesta huele a cocaína y a cubata derramado. Sabe a ponme la penúltima, a no te vayas todavía, a ansiedad y dolor, a necesidad de consuelo y huida: “Qué quieres que tenga/ si me han dicho que tu cuerpo (y el mío)/ se lo ha de comer la tierra”.   

Sin duda, estamos ante un nuevo salto de Galván. Aquí la gramática coreográfica y escénica se han trastocado hasta el punto de estar hecha de jirones, como las camisas de los traspasados por ese invento lorquiano: el duende. Para trenzar esos jirones se hace imprescindible la complicidad de Niño de Elche. Su propuesta musical en la que descompone sin piedad ritmo, melodía y armonía; su tratamiento del cante como un objeto musical pero también un mero cuerpo que diseccionar, permiten al espectáculo ir a un más allá que hasta ahora era impensable en los trabajos de Galván. El cante, casi siempre intocado por intocable en su núcleo, más allá de la inclusión de piezas ajenas al repertorio clásico, propiciaba un cierto figurativismo. Al final, las propias letras de las coplas daban concreción a los mensajes, aunque fuera una concreción ambigua o engañosa. Ahora, cuando predominan los balbuceos y los sonidos antes que las palabras, el espectáculo vuela hacia la abstracción casi absoluta. Ahí Israel es libre para hacer baile de todo, sin necesidad de demostrarnos ni demostrarse ya nada, es a la vez hermético y transparente, hombre y mujer, alegre y trágico, guasón y solemne, lento y frenético. Habrá quienes consideren esto una pérdida y quienes una ganancia. Allá cada cual. La vida, como la fiesta, es las dos cosas.   

  

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