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Aprender a mirar el barrio malagueño de La Palma-Palmilla sin prejuicios

La Térmica

Néstor Cenizo

El Distrito Palma-Palmilla es sobradamente conocido por los malagueños, pero para los demás diremos que es uno de los once en que se divide Málaga, que está al norte de la ciudad, que tiene algo más de 30.000 habitantes censados y que se construyó en los 60 para realojar a familias de zonas deprimidas de El Perchel y La Trinidad. Desde entonces, arrastra un estigma de marginalidad que ofrece una realidad sólo parcial. Es el distrito más pobre de Málaga y hay tráfico de drogas; pero ni es el único distrito en el que sus habitantes tiene dificultades, ni tiene la patente de la delincuencia. Tiene, además, cosas buenas que suelen obviarse porque el estigma está tan consolidado que es imposible hablar de La Palmilla sin referir lo malo.

Marina Reina posó su objetivo sobre el barrio y sus habitantes, con la idea de exponer lo que a veces obviamos: que aquí también hay vida más allá de la página de sucesos. Expone el resultado de ese trabajo en una exposición de fotografía en La Térmica, que se acompaña de un vídeo de Miriam Mora y puede visitarse hasta el 22 de abril. El trabajo también se expondrá en el San José Photo Festival (Uruguay).

Estereotipos

El origen del proyecto es el desconocimiento. “Soy de Málaga y había vivido mucho tiempo fuera. Cuando vuelvo me pregunto qué hay más allá de ese puente. Ese barrio estaba en mi pensamiento como algo peligroso al que nunca se debe ir”, explica Marina Reina. “Descubrí que tenía una idea equivocada de un barrio y una gente que no conocía, y me dio miedo pensar cómo muchas veces tenemos estereotipos muy marcados de cosas que ni siquiera conocemos”.

Empezó entonces a fotografiar a los vecinos para contar “el lado humano y cercano, que existe y del que nunca se habla”. No se trataba de idealizar el barrio sino de mostrar que una etiqueta no explica una realidad compleja. La propia exposición empieza recordando que Palma-Palmilla es el séptimo distrito más pobre de España. Tiene graves problemas de vivienda (degradación, viviendas sin censar, okupación) y de escolarización, la tasa de paro es altísima y la droga no termina de irse. “Siempre se habla de la situación de exclusión social y la droga, pero hay mucho más que eso”, explica Reina. “Cuando pones Palma-Palmilla en Internet las cosas que aparecen son muy diferentes a lo que nosotras hemos vivido”, comenta Miriam Mora.

El ejemplo de Er Banco Güeno y La Casa de la Buena Vida

Por ejemplo, ellas han reflejado cómo celebran una comunión los nigerianos de La Palmilla, de los que tan poco se sabe; y han reflejado la vida de Natalia y Elena, madre e hija, en La Casa de la Buena Vida, un proyecto al margen de lo institucional donde acuden buscando una esperanza quienes ya sólo ven puertas cerradas. Natalia sufrió maltrato, abusos, abandono, vivió en la calle embarazada… “Me parece increíble que en el contexto de La Casa de la Buena Vida ver la vitalidad y la esperanza de esta niña [Elena]. Les da fuerza a los que van a allí a curarse”, dice Marina Reina.

Antes de poner el foco debieron vencer resistencias. “Yo tenía miedo de ellos y ellos de mí. Pero eso pasa en cualquier lugar donde vayas a hacer un reportaje fotográfico”. Sin embargo, en Palma-Palmilla ocurre algo más. Muchos de sus vecinos suman un sentimiento de agravio y recelo hacia el “extranjero” que posa su mirada, refleja lo de siempre, se va y no pasa nada. Esto ocurre en muchos lugares desfavorecidos. El día de la presentación de la muestra, un vecino lo expresó así: “Llevamos 40 años en la misma situación. Se invierte muchísimo dinero que va a tres asociaciones y allí no llega. Nosotros seguimos igual. Esta exposición está muy bien, pero ¿cuál es la noticia del periódico?. Lo de siempre: ”Una nueva mirada al barrio más peligroso de Málaga“. Aquello lo tenemos que solucionar nosotros”.  

Jesús Rodríguez Chule es uno de quienes puede aportar a ese cambio. Miembro de una conocida familia gitana, perdió dos hermanos por la droga (“una bomba atómica”), pasó una temporada en la cárcel y al salir empezó a poner en marcha proyectos sociales desde la base y casi sin apoyo institucional. Primero, llevando a los críos al colegio; luego, con Er Banco Güeno, un comedor social en una antigua sucursal bancaria; también con un gimnasio; y finalmente, con La Casa de la Buena Vida. “Ahora queremos trabajar con niños problemáticos, porque los problemas vienen a nosotros”, anunció durante la presentación de la muestra: “Este barrio lo estamos vertebrando socialmente los gitanos con barba. Estamos empoderando el barrio”.

El proyecto de Marina Reina incluyó también la puesta en marcha de un taller de fotografía con niños del barrio. Dice que allí se dieron cuenta de que la imagen puede servir no sólo para estereotiparlos, sino para que ellos muestren su propia verdad. La de un barrio, explica ella, en el que a pesar de que hay conflictos, aún existe un sentimiento de colectividad: “Cada uno hace su vida, pero ante un peligro hay mucha comunidad. Lo he visto y lo he vivido”.

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