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Botijo de La Rambla: la nevera ecológica perfecta

Alfarería en La Rambla.

Nacho S. Corbacho

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Con la sabiduría que le dan décadas de experiencia, Álvaro Montaño trata con delicadeza la arcilla. La acaricia suavemente. Y transforma un kilo de barro en un botijo en apenas unos minutos. Con minúsculas y precisas herramientas y, sobre todo, la acción de sus manos, modela la tierra, que toma forma como por arte de magia. Pero aquí no hay trampa ni cartón, no hay truco. Todo depende del conocimiento heredado, de la pasión por hacer las cosas bien y el dominio de un torno que ya casi es una extremidad más de este artesano.

“Yo veía a mi padre trabajar desde muy pequeño y ya con ocho o diez años empezaba a ayudar después del colegio”, cuenta Montaño, que junto a su hermano Antonio lidera la alfarería tradicional Álvaro Montaño. “Llevamos toda la vida aquí”, subrayan. 

Ubicado en el municipio de La Rambla (Córdoba) y creado en 1968, este taller es prácticamente el único que mantiene la elaboración artesanal del botijo en La Rambla junto al de Antonio Reyes. Se trata de uno de los productos más típicos de esta localidad cordobesa a la que, de hecho, se le conoce como la ciudad alfarera: cuenta con más de 40 empresas dedicadas a la cerámica.

Basta pasear por sus calles para observar mil y un carteles de venta de estos productos. También hay un Museo de la Cerámica donde conocer de cerca la tradición y la historia de la alfarería local, que se remonta a hace 4.000 años, aunque tuvo su mayor auge a partir del siglo XV. 

La clave es la arcilla que se puede encontrar fácilmente en el subsuelo de la zona, perfecta para la elaboración de botijos por su porosidad. Una característica que permite al botijo sudar y que el agua que permanece en el interior quede fresca. Concretamente, a unos 10 grados menos que la temperatura ambiente. “Y no sabes cómo se agradece en sitios como éste”, cuenta Montaño por las altas temperaturas que vive la provincia cordobesa cada verano. 

Varios camiones de esta arcilla son los que tiene Álvaro Montaño extendidos en el patio de su taller. Allí la deja secar totalmente para, posteriormente, volver a humedecerla en unas pilas llenas de agua donde también se aporta un poco de sal común. “Es lo que hace que el barro tenga un color homogéneo al salir del horno”, cuenta el alfarero, que indica que el cloruro sódico también aumenta la dureza al material.

Más tarde, la arcilla se extiende sobre el suelo para que pierda humedad durante un par de días, pasa dos veces por una máquina denominada galletera para ser tamizada y perder las impurezas y, finalmente, se almacena en un rincón oscuro y húmedo del taller.  

Es ahí donde empieza la verdadera esencia del trabajo alfarero. La de sentarse frente al torno durante horas e ir moldeando poco a poco la arcilla para que tome la forma deseada.

Los Hermanos Montaño fabrican con sus manos cántaros, jarras, cuencos, huchas, macetas, bebederos de animales o morteros, entre otros objetos. También botijas, que tradicionalmente han utilizado las gentes del campo para transportar su agua fresca pero que hoy se utiliza, sobre todo, para decoración.  

Sin embargo, el producto estrella es el botijo, que se vende en su mayor parte -alrededor del 90 por ciento- en distintos puntos de Andalucía. El resto, en España y excepcionalmente en el extranjero. En total, fabrican anualmente entre 8.000 y 9.000 botijos. Y los elaboran de distintos tamaños, que van desde los 0,5 litros de capacidad del más pequeño a los ocho litros de mayor. “Aunque el tradicional es el mediano, de cuatro litros y medio ”, cuenta el artesano. Eso sí, antes de estar listos para usar deben pasar 36 horas por un horno que alcanza los 1080 grados de temperatura.

 

Bajo la mirada de su padre, fundador de la alfarería ya jubilado y que de vez en cuando pasa por el taller para seguir de cerca sus evoluciones, Álvaro Montaño cree que no habrá relevo generacional y en unos años su oficio habrá desaparecido. “Ya nadie lo aprende”, subraya mientras enumera las ventajas que deberían permitir que el botijo estuviera viviendo una nueva época dorada: “Es una nevera ecológica perfecta: no usa electricidad, refresca en su justa medida y es una perfecta alternativa al plástico que tanto contamina”.  

A pesar de sus bondades, el negocio va cayendo lentamente. “Hace 50 años aquí había 30 talleres de botijos y hasta una cantera, pero la llegada del plástico, las neveras y otras circunstancias ha ido haciendo que tenga cada vez menos tirón comercial”, explica el alfarero mientras se limpia las manos de barro y saca el botijo recién realizado al patio para que se seque al sol durante algo más de una hora. Entonces será el momento de añadirle los denominados avíos: la boca, el asa y el pitorro por donde se beberá el agua. Un refrescante placer con origen en La Rambla. 

 

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