Es imposible clasificar a Gilles Clément en torno a una, dos, tres disciplinas. Las inquietudes múltiples y constantes del francés lo han llevado a un devenir que trasciende su trabajo de jardinero, paisajista y arquitecto. O lo que es lo mismo: a que sus dibujos y sus escritos también adquieran un estatus primordial, no solo como herramientas complementarias para complejizar su profesión sino como medios de expresión autónomos.
Esto ya lo intuía Carlos Ávila, profesor de la Escuela de Ingeniería y Arquitectura de la Unizar, quien decidió meterse con la obra de Gilles Clément para su tesis de doctorado. “Me abrió las puertas de su casa con total amabilidad y estuve un año y medio recopilando documentación, pero no terminaba de encontrar el hilo conductor. Hasta que un día vi unos cuadernos en unas estanterías y le pregunté si los podía ojear, me dijo que sí y, enseguida, me di cuenta que ahí estaba la tesis”, dice Ávila, quien pretendía indagar en los aspectos más desconocidos de esta figura tan relevante.
Tras el arduo proceso que implica escribir una tesis de doctorado, Ávila se enfrentó a otro desafío inédito: trasladar parte de su trabajo a un lenguaje expositivo dentro de un museo. Y así fue como el CDAN (Centro de Arte y Naturaleza) de Huesca le abrió las puertas para comisariar Gilles Clément. Jardines de papel, abierta hasta el 2 de noviembre de 2025 en un centro de arte contemporáneo que tiene una carga muy específica en su vinculación con el paisaje. “Nos pareció que tenía mucho potencial, a pesar de la dificultad de convertir un trabajo teórico y de estudio de elementos con esta corporeidad para ser expuestos en una sala”, dice Elena Del Diego, integrante del equipo didáctico del CDAN.
Acceder a los cuadernos de Gilles Clément es meterse en un universo complejo de ficciones, dibujos, diarios, planos, anotaciones e ideas sueltas. Una carrera que se fue forjando desde muy temprano y de manera muy consciente a través de múltiples disciplinas. “Yo vengo del mundo de la botánica y la jardinería y era ahí, en el ámbito del paisajismo, donde yo tenía más localizado a Gilles Clément. Pero su faceta de escritor es muy amplia y muy importante para él, es una persona muy observadora y que escribe mucho”, dice Ávila quien trabajó con 39 cuadernos de Clément, una cantidad que él estima en la mitad de la totalidad que tiene el paisajista francés. Aunque asegura que lo más probable es que ni el propio Clément sepa la cantidad de cuadernos que tiene.
El viaje de los jardines
Según parece, la madre de Gilles Clément siempre fue una suerte de refugio en sus acentuadas divergencias con el entorno familiar. Y al morir, se quedó sin ella y sin acceso a la finca familiar, tras la prohibición estricta de su padre. Esto le sucedió en un momento clave, justo cuando necesitaba empezar a poner en práctica sus primeras ideas revolucionarias sobre el paisajismo. De manera que se puso a buscar una finca propia. La encontró en 1977 en La Vallée, dentro del departamento de Creuse, en el centro de Francia. Aquí es donde realiza los primeros experimentos que lo llevarían a crear sus conceptos más famosos. Por eso es el primer segmento de la exposición, con fotos de Clément construyendo su propia casa siempre subordinada al jardín que empezaba a proyectar. “Esa forma de romper con los presupuestos establecidos a nivel de jardinería también tiene que ver con romper con la propia estructura familiar” dice Elena Del Diego.
La exposición continúa con algunos de sus cuadernos de viaje, recorridos iniciáticos que acabarán de complementar su concepción de paisaje: en 1970 nueve países de Latinoamérica, entre 1982 y 1983 su vuelta al mundo. Los viajes para Clément son entomológicos y botánicos, los concibe como expediciones científicas y se predispone a adaptarse lo que más puede al entorno, a la costumbre de sus habitantes, a sus lenguas y comidas. Además de los cuadernos en las vitrinas, se exponen dibujos y planos de esos viajes, mapas intervenidos a mano y una mariposa disecada que cazó y cuya especie aún no había sido catalogada, por lo que ahora se llama como él.
La investigación de Carlos Ávila parte desde los años 70 hasta principios de los 2000, desde los inicios de su actividad profesional hasta la Grande Halle de la Villette en París, la bienal consagratoria para Gilles Clément, a través de la cual sus dos conceptos fundamentales se volvieron conocidos en todo el mundo. El primero, el del jardín en movimiento, sobre el cual venía trabajando desde 1985 con la publicación de un libro y que hace realidad por primera vez en 1992 con la inauguración del Parque André-Citröen en la capital francesa. Clément cree que el buen jardinero solo tiene que observar el jardín y no quitar lo que tiene, sino dialogar con lo que hay. Las plantas no viajan, pero las semillas sí, viajan con el viento o en el vientre de los pájaros y se depositan aleatoriamente en otros jardines. Una concepción que cambiará para siempre el paisajismo en todo el mundo y que es el primer paso de lo que más adelante definiría como jardín planetario.
La mirada integradora
Después de quitarle estaticidad al jardín, en 1995 Gilles Clément empezó a hablar del concepto de jardín planetario, como una manera de concebir la diversidad de un ecosistema mundial que se configura siempre en movimiento. Algo así como una constelación universal en la que la naturaleza se abre a un diálogo perpetuo, a una metamorfosis contraria a cualquier intento de estandarización. Así lo escribía en un artículo para The Architectural Review: “La naturaleza no está al servicio del hombre: existimos en ella, inmersos en ella, íntimamente asociados con ella. El «jardín planetario» es una forma de considerar la ecología como la integración de la humanidad —los jardineros— en sus espacios más reducidos. Su filosofía rectora se basa en el principio del «jardín en movimiento»: hacer lo máximo para [el], lo mínimo contra [el]. El objetivo final del jardín planetario es explotar la diversidad sin destruirla, perpetuando la «máquina planetaria» y asegurando la existencia del jardín —y, por ende, del jardinero—”.
Todas estas pulsiones, la progresión de las mismas, sus marcas e impresiones pueden verse y seguirse en la evolución de notas de sus cuadernos dentro de los paneles del CDAN. “Los cuadernos reflejan las vivencias personales ligadas a la publicación de un libro o a la realización de un proyecto. Entender los altibajos de la persona referidos a lo que es el trabajo proyectual me parecía muy interesante”, dice Carlos Ávila quien, durante la investigación, se alojó en la casa de Clément y cada noche, antes de la cena, compartía con el francés un aperitivo, un momento íntimo en el cual surgieron conversaciones que le revelaron muchas cosas que no comprendía de los cuadernos.
La exposición potencia, entonces, dos aspectos poco explorados en la obra de Clément. El primero es su pulsión de escritor, la necesidad plasmar lo que ve, piensa o imagina a través de la palabra escrita: el poema, el ensayo breve, la reflexión filosófica o el relato de ficción. Y la escritura urgente: en trenes, estaciones, restaurantes, aeropuertos y jardines. El segundo, su libertad para expresarse a través del dibujo abstracto, una corriente creativa que consigue desarrollar al despreocuparse de la dedicación profesional a las artes plásticas.
La exposición acaba con algunas joyas como las fotos y los planos de un proyecto que Clément presentó para el Parque del Agua durante la Exposición de Zaragoza y que no fue aprobado. Y una serie de dibujos, algunos abstractos y meramente estéticos y otros más funcionales o más ligados a su profesión. Y ediciones en diferentes idiomas de sus libros más reconocidos: El jardín en movimiento, Jardín planetario y el Manifiesto del tercer paisaje, en el cual pone el foco en la vegetación que nace en zonas abandonadas, en territorios que nadie mira.
En este caso, el CDAN no es solamente un continente adecuado para la exposición, sino que también aprovecha la ocasión para replantearse la lógica de su propio jardín y su relación con el edificio construido por Rafael Moneo. En uno de los textos del catálogo, el propio centro expone como pasó de percibir su propio jardín solo como un decorado natural que enmarcaba la obra de Moneo a concebirlo como la pieza que ensambla todas las demás: “La mirada atenta nos fue revelando que también en la gestión del verde nuestro jardín tenía cosas que enseñarnos (…) Un jardín en movimiento que permite el desarrollo de las especies plantadas, pero también de aquellas que aparecen espontáneamente, después de que sus semillas hayan sido transportadas hasta aquí por el viento o los animales. Un espacio natural compartimentado que pasa a ser protagonista y que conecta la vegetación exterior con la visita a las exposiciones, buscando el equilibrio entre belleza, sostenibilidad y fomento de la biodiversidad”.
Por esto mismo se resaltan las palabras de Clément sobre lo que le debería ser el jardín del futuro: “aquel en el que disminuya su inversión en mantenimiento y aumente su inversión de conocimiento”. Y las carretillas con el lema “Jardín en movimiento” que distribuyeron por toda la ciudad de Huesca y que contienen trozos del jardín del propio CDAN, actúan como elementos disruptivos que celebran un gesto fundamental en torno a la obra y legado de Gilles Clément: la conciencia de reformulación del propio espacio en el que se manifiesta.