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Cascarones vacíos

5 de julio de 2025 05:30 h

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El profesor e historiador turolense Serafín Aldecoa escribía el pasado miércoles en Facebook: “El Museo de la Guerra Civil, Batalla de Teruel, lo veo muy parado. Mi experiencia como jubilado me dice que parece -solo parece- que ya está finalizado el continente”.

Añadía: “Es posible que se hayan gastado ya los 2,8 millones de euros del Fondo de Inversiones de Teruel (FITE) tal como aparece en el cartel de la obra, pero falta pensar y diseñar el contenido, lo que va a haber dentro… Hasta ahora no han dicho nada públicamente, aunque lo han hecho al revés, primero se tenía que haber planificado el contenido y, con arreglo a ello, haber realizado el edificio”.

Concluía con un pálpito pesimista: “Me temo que el inmueble se va a quedar ahí sin actividad deteriorándose con el paso del tiempo”. Mario Benedetti popularizó la expresión “un pesimista es un optimista bien informado”, alguien que hace una evaluación realista de las circunstancias.

El Museo de la Guerra Civil, Batalla de Teruel, nació por iniciativa de los Gobiernos de Javier Lambán y del Gobierno de España. Los consejeros turolenses Mayte Pérez y Vicente Guillén contribuyeron a que la idea tomara cuerpo con la cesión de un solar de la Diputación General de Aragón de 7.000 metros cuadrados junto al Hospital Provincial.

Hay museos locales y comarcales dispersos con aportaciones de coleccionistas privados, pero falta el gran Museo de la Guerra Civil en España. El simbolismo y el dramatismo de la batalla de Teruel estaban fuera de toda duda. Desde el 15 de diciembre de 1937 hasta el 22 de febrero de 1938, murieron cerca de cien mil combatientes en condiciones climáticas extremas y de penurias y devastador sufrimiento también para la población civil.

Se adjudicó el proyecto al historiador de la Universidad de Barcelona, Joan Santacana, y al despacho de arquitectos de Toni Casamor. Diseñaron un edificio de tres plantas, una subterránea para salas de exposiciones y auditorio, la planta baja como jardín de la memoria y la planta superior como centro de documentación.

Simultáneamente, se encargó a Alberto Sabio, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza y desde el pasado mes de marzo director de la primera cátedra de Memoria Democrática, la puesta en marcha de una comisión asesora en la que iban a estar el ya fallecido profesor Eloy Fernández Clemente con los hispanistas británicos Paul Preston y Helen Graham y el estadounidense Stanley G. Payne

Fernández Clemente fue uno de los grandes estudiosos de la batalla de Teruel y de la personalidad del coronel Domingo Rey d´Harcourt, juzgado por traición y maltratado por el franquismo por haber rendido la plaza al Ejército republicano. Esa rendición permitió salvar muchas vidas civiles.

Uno de los objetivos que perseguía la comisión asesora era que los contenidos se centraran en el sufrimiento de la población civil y no solo en el punto de vista militar. La iniciativa se perdió con el paso del tiempo como lágrimas en la lluvia.

Y ahora nos queda un continente, sería prematuro e injusto llamarle ya cascarón vacío, al que habrá que llenar de contenido en unas circunstancias extremadamente adversas. PP, Vox y Par derogaron la Ley de Memoria Democrática en febrero del año pasado sustituyéndola por otra bautizada de la concordia que no condena la dictadura franquista y que invisibiliza a las víctimas del bando democrático durante los años de la dictadura.

Pendiente del fallo de Tribunal Constitucional, al que recurrió el Gobierno de España, ni de lejos hay aproximaciones sobre el hilo narrativo del Museo de la Guerra Civil y no solo eso sino que la memoria histórica polariza a las fuerzas políticas aragonesas. Vox hace gala de su desprecio por las políticas de reconocimiento, reparación y justicia. Y Vox le da la mayoría PP en las Cortes de Aragón. ¿Y ahora qué hacemos presidente de Aragón, Jorge Azcón, y ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres? Somos incapaces de llegar a un entendimiento para hacer pedagogía social sobre la guerra civil basada en el riguroso trabajo de los historiadores.

Confiemos -me ha venido a la cabeza- en que no pase como con el Museo del Grabado de Goya en Fuendetodos, cascarón vacío desde hace 12 años cuando la Diputación Provincial de Zaragoza y el Ministerio de Cultura cerraron el grifo. Y confiemos que tampoco pase con el Museo del Ferrocarril y sus tres subsedes en Canfranc, Casetas y Caminreal-Fuentes Claras. Por el momento lo único que hay es un mosqueante silencio.

Como en el Museo de la Guerra de Teruel, las obras de recuperación de la estación de Luis Gutiérrez Soto de Caminreal-Fuentes Claras están prácticamente terminadas. La inversión rondó los dos millones de euros. Allí tendría que abrirse una sala de exposiciones, un albergue (en el entorno confluyen las vías verdes del Central de Aragón y la de las minas de hierro de Ojos Negros, el Camino del Cid, Gallocanta, el yacimiento romano La Caridad…) y esto empieza a ser ciencia ficción un gran Museo de nueva planta de máquinas, vagones y tecnologías ferroviarias acordado con la Asociación de Amigos del Ferrocarril y Tranvías (AZAFT).

Hay un precedente que escama. Hace ya muchos años se rehabilitó la primera estación, de 1901, gracias al trabajo de una escuela taller del INAEM en la que participaron gentes de la comarca. Tenía que dedicarse a exhibir los hallazgos del yacimiento romano de “La Caridad”, uno de los mejores conservados de España porque sus pobladores huyeron sin que mediara acción de guerra.

No me digan qué paso pero el alcalde de Caminreal y el director del Museo de Teruel chocaron. Se cerró el Museo y como decía al principio del artículo Serafín Aldecoa: “Me temo -esto ya no es un temor, es una evidencia- que el inmueble se va a quedar ahí deteriorándose con el paso del tiempo”. Exactamente eso es lo que está ocurriendo con la estación del Central de Aragón. Con mi pálpito pesimista, solo he intentado hacer una evaluación realista de las circunstancias y de cómo se utiliza el dinero público