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La huelga en la Industrial Química de Zaragoza

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El 27 de mayo de 1931 dio comienzo en Zaragoza una huelga que puso de manifiesto la rivalidad entre los dos sindicatos de clase más importantes entonces: UGT y CNT

En la margen derecha del Ebro, al oeste de la ciudad, en el triángulo cuyo vértice comienza en la plaza Europa y se extiende entre la avenida Pablo Gargallo y las calles Reino y de los Diputados, se desplegaban las instalaciones de la Industrial Química de Zaragoza. Constituida en 1901, dio nombre al barrio y por su consejo de administración pasaron figuras como Tomás Castellano Villarroya, un capitalista que llegó a ministro; o el infausta Gonzalo Calamita, el depurador franquista de la Universidad.

La factoría estuvo vinculada al negocio agroalimentario, en particular a la fabricación de fertilizantes para la remolacha que, tras la pérdida de las explotaciones en ultramar, se convertiría en sustitutivo del azúcar, impulsando el desarrollo industrial de Zaragoza y su provincia. El ferrocarril también contribuyó a este despegue. De hecho, en el corazón de la fábrica desembocaba un ramal de la Compañía del Norte, llamado precisamente Paso de la Química, y cuyo final podríamos situar en el actual Andador Ignacio Menaya.

Un Convenio Colectivo en entredicho

Al inicio de los años treinta del siglo pasado, los vaivenes económicos globales y los problemas de producción del sector repercuten en la actividad empresarial y las condiciones laborales. A finales de mayo de 1931 los trabajadores deciden convocar una huelga. Desde hacía tiempo, los sindicatos mayoritarios, CNT y UGT, venían mostrando sus desavenencias sobre las condiciones del Contrato, lo que hoy sería el convenio colectivo, de la Industrial Química, aprobado por el Ministerio de Trabajo. 

Una nota pública de CNT el 1 de mayo reflejaba esas discrepancias. El sindicato de Alcoholeros y Azucareros, integrado en CNT, organizó una asamblea a la que asistieron varios trabajadores de UGT que dieron su conformidad al Contrato de trabajo alternativo presentado por los cenetistas, rechazando el negociado por su propio sindicato “por llevar en sí una reminiscencia de la Dictadura y porque ultraja los derechos de la clase trabajadora”.

Como respuesta, una semana después UGT convocaba en su sede de la calle Estébanes a sus afiliados de la Química para explicar los acuerdos tomados con la empresa y su decisión de no ir a la huelga anunciada. De poco sirvió. El nuevo Contrato fue expuesto a la entrada de la fábrica y arrancado por los propios obreros, lo que escenificaba el inicio del conflicto.  

Orgullo obrero

El 27 de mayo, a la finalización del turno de noche, varios trabajadores se negaron a abandonar las instalaciones. De inmediato, policía y guardia civil hicieron acto de presencia, invitando a los encerrados al desalojo. Los obreros se negaron. Un retrato elocuente de la situación nos lo ofrece una fotografía tomada a las puertas de la fábrica por el reportero Ismael Palacio. En la imagen, una masa oscura de uniformes contrasta con la mujer que en primer plano parece aguardar noticias de los encerrados y mira desafiante a la cámara con los brazos en jarras. Una estampa de aires neorrealistas que refleja el clima de autoestima de la clase trabajadora. No era para menos, a la huelga de la Química se sumaría la de los trabajadores metalúrgicos de Carde y Escoriaza. 

Decidió entonces el gobernador civil interino, Pablo de Castro, conferenciar con las partes, pero las representaciones obreras de la Química y Cardé y Escoriaza mantuvieron sus posturas. En la tarde del día 28 parte de los operarios químicos depusieron su actitud y otros acabaron expulsados. El asunto quedó en manos del Comité Paritario, vehículo gubernativo creado por el ex dictador Primo de Rivera para solucionar conflictos sociales, aceptado por UGT, pero que la CNT rechazaba. 

Presión

Las noticias del día 30 de mayo anunciaban la vuelta al tajo de los obreros de Cardé y Escoriaza, esperando que al día siguiente lo hicieran los de la Química. La nota de prensa de la empresa no parecía dar opción: “todo aquel que, sin justificación ni aviso falte al trabajo dos días laborables seguidos, a partir de las seis de la mañana del día de hoy, se considerará renuncia a su plaza y será baja en la misma”. Pese a las amenazas, el conflicto continuó en la planta química y la tensión entre afiliados de UGT y CNT se recrudeció. 

A principios de junio, un grupo de piquetes de la CNT recriminó en la calle de Agustina de Aragón a un trabajador de UGT por trabajar entre guardias civiles y soldados”. No fue un hecho aislado. Como respuesta, el Gobernador Civil echó más leña al fuego al aumentar el despliegue policial. Finalmente, el día 4 de junio el Consejo de Administración anunciaba el cierre patronal. Pese a ello, los contactos en busca de una solución continuaron.

La empresa anunció su reapertura a mediados de julio, pero los trabajadores de UGT se negaban a acudir, según el Gobernador Civil por la “actitud violenta en que se habían colocado algunos elementos de la Confederación Nacional del Trabajo” que, por su parte, afirmaba que el conflicto era solamente con la empresa. En el fondo se estaban ventilando cuestiones más allá de las meramente laborales.

Viejas querellas

Según un comunicado de UGT del 24 de julio, este sindicato no estaba dispuesto a “pedir bases ni reglamentos de los que el Comité de la CNT presentó a la Industrial Química. Nuestros deseos eran y son de que supriman el artículo 20 de dicho contrato por el cual imponen sindicar a todos trabajadores en la C. N. T. de la Industrial Química”. Francisco Largo Caballero, ministro entonces de Trabajo y dirigente de UGT y PSOE, se refirió al conflicto como una maniobra de CNT para expulsar de la empresa a los trabajadores afiliados del sindicato socialista.

Además de razones ideológicas y tácticas, el antagonismo entre CNT y UGT hundía sus raíces en el periodo del Directorio de Primo de Rivera. UGT se adaptó fácilmente al sistema corporativa de la Dictadura, aceptando la negociación con patronos y autoridades a través de los llamados Comités Paritarios, implantados en Zaragoza en 1927. CNT por su parte rechazaba toda forma de colaboracionismo al entender que ante una mayor presión social, le seguiría una mayor explosión revolucionaria. Así, abogaron por la “acción directa”. 

Fruto de tal planteamiento fue el atentado que costó la vida al verdugo de la Audiencia de Barcelona. Como consecuencia, CNT fue ilegalizada en mayo de 1924, lo que permitió a UGT ganar afiliados: sólo en Zaragoza pasó de 1.198 en 1922 a 12.106 en 1931. La huelga en Industrial Química podría interpretarse como un intento de CNT por recuperar fuerza social. De hecho, a mediados de los años 30 la Federación de Sindicatos de CNT alcanzó una cifra que rondaba los 20.000 afiliados.

Trapos sucios 

El domingo día 9 de agosto una asamblea del Sindicato de Alcoholeros y Azucareros, adscritos a CNT, daba por finalizado el conflicto. Los acuerdos alcanzados mejoraban las condiciones: instalación de duchas, cuarto ropero y comedor; un complemento salarial por accidente que permitía al trabajador cobrar el jornal íntegro pasados los nueve primeros días; nombramiento de un delegado de la CNT para atender las reclamaciones... Además, logró arrancar a la Industrial Química el compromiso de que en caso de contratar nuevo personal, el sindicato tendría opción a colocar en el 30% de las vacantes a sus afiliados. El nuevo Contrato reforzaba la posición de los cenetistas.

Muchos años después, Arsenio Jimeno Velilla, secretario de la Federación Aragonesa de Agrupaciones Socialistas y Consejero de Instrucción Pública en el Consejo de Aragón dirigido por el anarcosindicalista Joaquín Ascaso, da otra versión del final de la huelga. En sus memorias, “Zaragoza en la tormenta, afirma que ”la huelga química la terminó San Martín al serle entregadas por la empresa 6.000 pesetas que servirían para hacer la revolución“. Arsenio acusa al tal San Martín de emplear ese supuesto dinero para abrir un taller de carrocería. 

No he encontrado en la documentación manejada referencias a este San Martín. Sin embargo, sí aparece el nombre de Valeriano San Agustín Zarza, impulsor del Sindicato Regional de Obreros Azucareros, integrado en CNT. Este San Agustín fue quien dirigió la asamblea del 9 de agosto de 1931 donde se acordó poner fin al paro en la Química. O Arsenio Jimeno confundió el santoral o evitó revelar el verdadero nombre de un dirigente sindical que fue fusilado el 19 de agosto de 1936 por el terrorismo franquista. 

La de Industrial Química fue la primera gran huelga de una serie de movilizaciones y paros obreros que de forma general o en sectores concretos se extendería a lo largo de la efímera vida de la Segunda República.