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Palestina y la moralidad contemporánea

Miembro del Grupo de Investigación de Psicología del Testimonio de la Universidad Complutense de Madrid

25 de junio de 2025 05:30 h

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La paz global está en decadencia. En los últimos cinco años al menos 98 países han estado involucrados en conflictos externos, sin incluir las guerras civiles. Una tendencia al alza desde la II Guerra Mundial. La geopolítica es nítida y sin fisuras. Cada vez hay más guerras y menos resoluciones. En consecuencia, aumenta el número de personas que día a día huyen de sus países de origen y buscan protección. Concretamente en 2024, 123,2 millones de personas se vieron desplazadas por la fuerza a causa de persecuciones, conflictos o violaciones a los derechos humanos.

Palestina y Ucrania, por sus conflictos activos, resuenan en la prensa occidental. Sudán, Yemen, Afganistán y Myanmar no tanto. Comparten los procesos de deshumanización propios de los conflictos armados, de los crímenes de guerra, de los asesinatos masivos y en última instancia, de los actos genocidas. La Asociación Psicológica Americana define la deshumanización como el proceso o la práctica que reduce a las personas a una categoría de animales no humanos, negando su autonomía, su individualidad y su sentido de dignidad. Solo bajo este prisma se hace factible entender la coetánea vulneración de los derechos humanos en el marco de un conflicto armado. Cómo sino se explican los bloqueos de suministros y de entrada de ayuda humanitaria a la población civil, tal y como hoy ocurre en Gaza. Cómo sino se explican los bombardeos indiscriminados en áreas residenciales, centros de refugio, sanitarios y educativos, cuando la población va a recoger comida, también en Gaza. La lógica psicológica impera. El ser humano huye de la disonancia cognitiva. No soportamos que nuestros sentimientos, pensamientos y comportamientos no estén alineados. Así, para que no se produzca una catarsis cognitiva hay que justificar bien estas acciones. Una de ellas pasa por considerar al enemigo como un ser no merecedor de la vida, como un ser no digno de la categoría humana.

Tomando como referencia Palestina

El actual conflicto en Gaza ha disparado la previa crisis humanitaria con consecuencias psicológicas y psicosociales para la población civil. Las significantes pérdidas humanas, los desplazamientos masivos, las destrucciones de infraestructura y las hambrunas potencian la inestabilidad psíquica del pueblo palestino. Algunos estudios recientes plantean hoy una amplia prevalencia en el deterioro psicológico con presencia de trastorno de estrés postraumático (TEPT) (54% en niños, 40% en adultos), depresión (41% en niños, 45% en adultos), y ansiedad (34% en niños, 37% en adultos). A largo plazo, la exposición repetida al trauma causará sintomatología traumática persistente e intergeneracional entre la población palestina. Sumado a la falta de recursos humanos y materiales, los procesos de resiliencia individuales y comunitarios se verán limitados. Entre otros factores, la ruptura de la cohesión social, propia de las guerras, aumentará la desconfianza y debilitará los lazos sociales que son críticos para que brote resiliencia en las zonas de conflicto .

Por todo lo anterior, el cese de las hostilidades bélicas en Gaza debiera ser un reto humano para la comunidad internacional. Sin embargo, la historia contemporánea niega hoy las consecuencias morales que toda sociedad ha de asumir ante un conflicto de estas dimensiones.

Como he dicho, buscamos reducir la disonancia cognitiva. Quizá por ello pienso en Darley, en Latané y en su efecto del espectador. Tres elementos lo explican. Primero, la difusión de responsabilidad, el sentimiento de no tener responsabilidad porque hay muchos espectadores. Segundo, la evaluación del rechazo, es decir el temor a un juicio público por ofrecer ayuda. Tercero, la ignorancia compartida, la falsa creencia de que si nadie está ayudando es porque la situación no es realmente una emergencia. Pienso en ellos y me sigo preguntando por qué moralmente lo estamos permitiendo.