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El escritor leonés Julio Llamazares fue el primero que, con su novela 'La lluvia amarilla', nos conmovió hace ya 37 años describiendo la soledad, los recuerdos y las cavilaciones de Andrés, el último habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo aragonés. Llamazares nació en Vegamián, un pueblo de la Montaña Oriental que fue inundado por el embalse de Porma, obra que dirigió el ingeniero y escritor Juan Benet en la década de los 60. Llamazares y su familia, su padre era el maestro del pueblo, se vieron forzados a abandonar su vivienda como el resto de los vecinos.
Ahora vuelve a conmovernos con 'El viaje de mi padre', un libro de viajes en el que el autor combina el sentimiento de culpa por no haber escuchado a su padre cuando contaba lo que vivió durante la Guerra Civil y su identificación con el mundo silencioso y envejecido de los pequeños núcleos rurales, un mundo que se está apagando como una vela. Sí recordaba que con frecuencia su padre, Nemesio, hablaba del frío que pasó en aquel crudo invierno de 1938 en Teruel con nevadas, ventiscas y temperaturas de 20 grados bajo cero.
El sentimiento de culpa y la insistente necesidad de ponerse en el lugar de su progenitor le impulsaron a emprender el viaje que su padre y su amigo Saturnino, también maestro, hicieron desde La Mata de Bérbula y La Vecilla para incorporarse al Regimiento de Transmisiones, que tuvo su sede en Carrión de los Condes (Palencia), formarse como radiotelegrafistas y participar en las ofensivas militares del Ejército sublevado en Teruel y en Levante.
Un sentimiento, el de la culpa, compartido por muchos de los que ya tenemos una edad que no nos decidimos a romper el silencio en el que se refugiaban nuestros padres, una generación admirable que tuvo que convivir con la violencia verbal, el odio, la muerte inesperada y prematura de seres queridos, el hambre y las penurias de la guerra civil y de la posguerra.
El encuentro casual con Saturnino en un bar de La Vecilla fue decisivo para que se pusiera en marcha. El mejor amigo de su padre pudo compartir con el datos y vivencias de un viaje que Llamazares ha envuelto en la poética sensibilidad y alegría, mezclada con nostalgia, que provocan las estaciones de tren de las líneas Valladolid-Ariza y Calatayud-Caminreal-Fuentes Claras, ambas cerradas desde mediados de los 80. En la última, Caminreal-Fuentes Claras, se apearon su padre y Saturnino para sumarse a la ofensiva de los sublevados con el objetivo de recuperar la ciudad de Teruel.
El libro es un recorrido a lo largo de seis meses por la España despoblada, trufado de referencias de la guerra civil y de conversaciones espontáneas con vecinos con los que se encuentra el escritor, que desemboca en el mar y finaliza en la sierra de Espadán en Castellón después de haberse detenido en escenarios bélicos de la provincia de Teruel, de la Ribera Baja del Ebro, del Bajo Aragón y del Maestrazgo.
Cuando Llamazares escribió la 'Lluvia amarilla' la despoblación todavía no se debatía en jornadas y encuentros, ni motivaba el nacimiento de movimientos ciudadanos reconvertidos posteriormente en partidos políticos provinciales, ni estaba en la agenda política, ni en un ministerio bajo la denominación del reto demográfico.
El escritor leonés nunca ha ocultado su pesimismo sobre el futuro de la España despoblada. También lo hizo en la presentación del libro en el Museo Provincial de Teruel aludiendo a la imparable tendencia mundial a concentrarse la población en los grandes núcleos urbanos y a la falta de una voluntad política real por el peso de los votos. En una entrevista en el Diario de Teruel afirmó que, a pesar del Estado de las Autonomías, los desequilibrios regionales han aumentado.
Nada que añadir al primer argumento. La despoblación es un fenómeno estructural de cambios sociológicos y de modelos de producción, de atracción de las inversiones y de las oportunidades por las grandes ciudades (fenómeno que se puede acentuar con las inversiones tecnológicas: centros de datos, Inteligencia Artificial) que en el caso español se hizo más asimétrico si cabe con el desarrollismo y los polos industriales de la década de los 60.
El número de los votos también es relevante aunque, paradójicamente, desde el comienzo de la democracia, desde la UCD, un voto de un habitante de una provincia despoblada pesa hasta tres veces más, como es el caso de Aragón, que el del votante de una gran ciudad. Con esa discriminación positiva se buscaba la mayoría absoluta premiando a los dos grandes partidos, el bipartidismo, con una mayor penetración en las zonas rurales.
En cuanto al aumento de los desequilibrios regionales, alguna precisión. Los últimos datos de Contabilidad Regional de España (Instituto Nacional de Estadística) de 2024 revelan que el proceso de convergencia entre territorios está estancado en niveles similares a los del año 2000. Recordemos que somos 17 autonomías y 2 ciudades autónomas. La diferencia en Producto Interior Bruto (PIB) por cabeza entre Madrid y Andalucía superó los 20.000 euros en 2024. Aragón con 36.466 euros por habitante se mantenía en la quinta posición solo por detrás de Madrid, País Vasco, Navarra y Cataluña.
Las comunidades de Madrid y Cataluña concentraron casi el 40 por ciento de la riqueza nacional y crecieron un 3,6 por ciento, una décima por encima de la media nacional. Las superaron en crecimiento, en términos de PIB, Murcia, Canarias y Baleares, las tres por encima del 4 por ciento. Aragón, con un 3 por ciento, se quedó dos décimas por debajo de la media.
Está claro que, desde el punto de vista de la riqueza por habitante, el efecto de las políticas regionales ha tenido un impacto limitado en la reducción de los desequilibrios territoriales. Ahora bien, es de justicia ponderar que gracias al Estado de las Autonomías somos uno de los países europeos con el gasto más descentralizado, el 32 por ciento, por delante de Alemania (22 por ciento) y de la media de los 19 países de la eurozona (el 7 por ciento). Eso repercute positivamente en la cercanía y en la calidad de los servicios públicos (educación, sanidad, dependencia, transporte, infraestructuras). En definitiva, en la atención y en la mejora de la calidad de vida de las personas también en la España despoblada.