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Sobre este blog

El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

La eternidad

Ángela Labordeta

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Me lo enseñó en un café escondido del Madrid de los Austrias. Yo buscaba un silencio que me hiciera comprender todo lo que me estaba pasando y había decidido no compartir nada con nadie, era lo mejor y si acaso no era lo mejor, era lo que había decidido. 2020 había llegado lleno de momentos esperanzadores y también de réplicas políticas que me obligaban a pensar que el mundo futuro estaba cada vez más cerca de un pasado que yo pensaba superado y casi olvidado. Ella era algo mayor que yo y estaba sola y no hacía nada, absolutamente nada. No miraba el móvil, tampoco leía ni observaba con curiosidad a los clientes que se movían desvaídamente por el café. No hacía nada y yo, que andaba en torpes decisiones para asaltar a mi armonía con elegancia y decisión y así recuperarla, decidí no hacer nada tampoco. Y pensé. Pensar es como no hacer nada, porque nadie sabe si tienes capacidad para pensar o si simplemente pasas el tiempo entre dos notas que ni siquiera sabes nombrar. Pero yo decidí pensar y pensé en aquella mujer que no hacía nada y que estaba sola y que tras de sí tenía una historia que fuera la que fuera le había llevado a querer vivir sola, a querer sentir sola, a querer morir sola, para así no tener que escuchar la razones de quienes precisan que sus culpas sean las culpas colectivas, para de esa forma mantener su puesto de poder dentro de un sistema que a esa mujer, desde luego, no le interesaba para nada. No me atreví a acercarme, pero sí comencé a mirarla y la miré con la prudencia con la que vivo estos días que no comprendo y que son ráfaga de recuerdos que no sé si son míos, de personas que no sé si conocí alguna vez, de sabores que no me dicen absolutamente nada. Entonces ella comenzó a mirarme y supe que solo iba a mirarme, que no iba a decirme nada y que yo nada sabría de su historia y así fue. Creo que permanecimos mirándonos, en una distancia de escasamente tres metros, durante casi dos horas. Luego se levantó y se fue y mientras salía por la puerta me sonrió y yo comprendí que cuando no esperas nada de nadie, cuando nada deseas, cuando todo lo has dejado en unos bolsillos que visten otra chaqueta, solo entonces cualquier momento de silencio y soledad compartido es una victoria que se vislumbra eterna.

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