“La montaña de las asturianas” está en una esquina remota del Himalaya
En una esquina remota del Himalaya indio, donde no están visibles los senderos ni hay huellas previas, dos montañeras asturianas acaban de escribir una historia de perseverancia, la suya propia. Rosa Fernández y Azucena Collar han logrado coronar una cima virgen de 5.694 metros, una montaña sin nombre ni registros de ascenso, a la que han decidido bautizar como “La montaña de las asturianas”.
El camino para llegar hasta esa cima ha sido casi de todo, menos sencillo. El año pasado, Rosa viajó con su compañera Isabel Argüelles para intentarlo por primera vez, pero un terreno imposible las obligó a abandonar su cruzada particular.
“Volvimos más preparadas”
La montaña se resistió, pero entonces tiraron de recursos y buscaron otra cumbre desconocida que quizás no se les hiciese tan dura. Pero nuevamente parecía que la suerte no estaba de su parte, un enorme muro de nieve les impidió llegar a la cima.
“En 2024 aprendimos mucho del glaciar y del terreno. Este año volvimos mejor preparadas, con los ríos más bajos y con la experiencia de haber rozado ya sus faldas. Eso nos permitió avanzar. Para nosotras, esta montaña simboliza la constancia, el trabajo en equipo y nuestras raíces”, cuenta Rosa muy serena, con la tranquilidad que aporta el objetivo cumplido en la mochila.
“La montaña nos esperó un año”
El ascenso no fue un desfile épico de banderas y oxígeno suplementario, sino un ejercicio de humildad montañera. Durante días caminaron entre morrenas glaciares, cargando cada kilo de material, hasta plantar el campamento base. Desde allí subieron en estilo clásico, sin cuerdas fijas ni porteadores de altura. “Más que una cumbre, fue cerrar un ciclo. La montaña nos esperó un año, y esta vez nos abrió sus puertas después de mucho esfuerzo compartido”, resume Azucena emocionada.
En la cordada también estuvo Robin Walker, montañero residente en Asturias, que aportó experiencia y confianza en un entorno donde cada decisión puede marcar la diferencia entre avanzar o retroceder.
El resultado fue un pequeño hito para la humidad, pero enorme para ellas: una cima sin nombre que, desde ahora, llevará en su memoria el esfuerzo de estas mujeres que decidieron insistir. No habrá probablemente placas ni récords oficiales, pero en las páginas invisibles de la montaña quedará escrito el nombre que ellas eligieron: “La montaña de las asturianas”.
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