Pedro González es un ingeniero de telecomunicaciones de 43 años y se considera un privilegiado por sus condiciones laborales. Desde que hace cuatro años la empresa de marketing digital de la que es socio y director de negocio, Good Rebels, adoptó la jornada de cuatro días semanales, tiene esa agradable sensación de contar con un largo fin de semana por delante. Se va los viernes por la mañana a La Rioja para pasar más tiempo con su padre y combina el teletrabajo con los viajes familiares. En su empresa, instaurar las 37,5 horas semanales de lunes a jueves fue el último paso de un proceso que prima los objetivos –más que las horas trabajadas– y la transparencia. Las cuentas son públicas para toda la organización –igual que los salarios– los comités de dirección son abiertos y la flexibilidad para organizar el horario, total.
Ismael Morales tiene 33 años, es biólogo y trabaja ocho horas diarias de lunes a jueves en la Fundación Renovables, que participa desde junio de 2023 en un programa piloto sobre la semana laboral de cuatro días. “La verdad es que te cambia la vida, porque tener tres días libres te permite relajarte, reducir la 'ecoansiedad', alejarte un poco de la actualidad y reflexionar sobre nuevas líneas de investigación”, dice. En su caso, le ha permitido, además, terminar una novela e iniciar un doctorado que ni se hubiera planteado de no tener disponibles los viernes. La fundación ha mantenido e incluso aumentado el salario de sus 12 trabajadores, ha mejorado su capacidad para conseguir proyectos y para atraer personal.
Laurence Rozenberg es ingeniera en una empresa francesa. Tiene 47 años y estuvo once con una reducción de jornada que solicitó por motivos de conciliación familiar en 2009, cuando nació su segundo hijo. Libraba los miércoles, el día que en Francia los niños no van al colegio, y así podía estar con sus hijos, además de tener un tiempo de “respiro” semanal para retomar alguna actividad deportiva y cultural. Su sueldo se prorrateó en proporción al nuevo horario, pero su cotización a la seguridad social se mantuvo intacta. Ese tiempo le sirvió para restar importancia a las presiones profesionales y para protegerse del estrés laboral, habilidades que conservó cuando volvió a la jornada completa.
Marta Cantero es orientadora, tiene 47 años y trabaja martes, miércoles y jueves al tener un permiso especial que pidió cuando nació su hijo Carlos, que padece el Síndrome de Williams, una enfermedad rara. Al principio fue una reducción total de jornada que luego ajustó al 50% cuando el niño pudo escolarizarse. Ahora tiene las mañanas libres y eso le facilita acompañar a Carlos a sus citas médicas y a sus terapias diarias. “Sin esa flexibilidad hubiera sido difícil conciliar. Alguna vez la pediatra me animó a continuar con la reducción total de jornada, pero a mí me apetecía trabajar. Eso sí, tenía que ser un trabajo ajustado al equilibrio que yo necesitaba tener en mi vida”, explica.
Las situaciones laborales de Carlos, Ismael, Laurence y Marta son distintas, pero comparten un horario que facilita los cuidados, la conciliación, darse un respiro o protegerse del estrés, es decir, vivir mejor. De hecho, las pruebas empíricas disponibles demuestran que reducir el tiempo de trabajo puede tener consecuencias positivas para trabajadores, empresas y para la sociedad en su conjunto: menos problemas de salud laboral, menos costes sanitarios, conciliar mejor vida familiar y laboral e incluso menor impacto ecológico. “Volver a la senda histórica de la reducción del tiempo de trabajo, combinada con acuerdos equilibrados, puede ser el siguiente paso en el largo camino hacia una sociedad más feliz, más saludable y más sostenible”, señalaba en 2018 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su informe Working time and the future of work (Jornada laboral y el futuro del trabajo).
Sin embargo, como todo cambio, disminuir el tiempo de trabajo se enfrenta a muchas resistencias. La primera es la de los empresarios. “La mayoría no es nada favorable, al menos en Francia, donde la derecha y la patronal martillean el dogma de que hay que trabajar más. Pero tampoco conseguiremos la adhesión de los trabajadores que tienen dificultades para llegar a fin de mes diciéndoles que tendrán más tiempo libre, pero serán más pobres. Por eso es imprescindible compensar salarialmente la reducción de la jornada”, advierte François Xavier Devetter, profesor de Economía en la Universidad de Lille.
Francia redujo la semana laboral de 39 a 35 horas en el año 2000 bajo el Gobierno socialista de Lionel Jospin. No hubo cambios en el salario mensual neto de los trabajadores y como contrapartida las empresas podían deducirse parte de las cotizaciones a la seguridad social. La reforma, planteada para redistribuir el empleo, afectó al 80% de los asalariados. “Las políticas de reducción de jornada siempre son muy complicadas. La duración legal no significa automáticamente una disminución real, porque puede haber horas extras, horas complementarias o tiempo no contabilizado”, añade Devetter refiriéndose al caso francés.
En el caso de España, la intención del Gobierno de pasar en dos años de 40 horas semanales a 37,5 tropieza con una falta de consenso político y las reticencias patronales, que alegan una factura elevada. Según un estudio de 2024 de BBVA Research, el impacto de la medida implicaría un aumento de los costes laborales equivalente al 1,5% del PIB, restaría siete décimas al crecimiento medio anual del PIB durante dos años y ocho décimas al crecimiento del empleo. El centro de análisis del grupo financiero sostiene que la reforma no debería implementarse sin una mejora previa de la productividad. El mismo argumento esgrime la patronal de las pequeñas y medianas empresas (CEPYME), que calcula en 11.800 millones de euros el importe de reducir el tiempo de trabajo, al que habría que añadir los costes indirectos de nuevas contrataciones o el pago de las horas extra. Los sectores más afectados, según sus estudios, serían el inmobiliario, la hostelería y la agroganadería.
“Me ha cambiado la vida”
En el lado posibilista de la balanza se sitúan organizaciones como 4 Day Week Global, fundada en Nueva Zelanda 2019 con el objetivo de apoyar la transición de empresas hacia jornadas más cortas, o el centro británico Autonomy Institute, que coordinó junto a la Universidad de Manchester un estudio sobre la semana laboral de 32 horas en dos empresas públicas de Escocia cuyos resultados revelan un aumento de la productividad y un mayor bienestar: el estrés laboral se redujo un 18%. El personal que decía estar muy satisfecho con su equilibrio entre vida laboral y personal pasó del 4% al 84% nueve meses después de implantado el nuevo horario y casi todos los entrevistados esperaban que la política se mantuviera más allá del programa piloto. “Quienes tenían responsabilidades familiares usaban a menudo expresiones como: ”Me ha cambiado la vida“, señala el informe.
Juliet Schor, economista y profesora de Sociología del Boston College, es autora del libro Four days a week (Harper Business, 2025), un alegato a favor de la semana laboral de cuatro días basado en una detallada investigación sobre empresas que estaban poniendo a prueba esos horarios. “Estoy convencida de que la semana de cuatro días es una solución a la dimensión de la policrisis actual porque se trata de una reforma de 360 grados, es decir, que afecta a todo el mundo: los niños reciben más atención de sus padres, la gente puede estar con su familia y amigos, las personas están más sanas y son más felices y eso mejora sus interacciones con los demás”. Además, dice, la semana de cuatro días “va de la mano de un estilo de gestión más humano, menos jerárquico y rígido. Eso es mejor para todos”.
A su juicio, también fortalece la economía, porque las empresas son más sostenibles desde el punto de vista financiero. Apunta, igualmente, que se trata de una medida proactiva para hacer frente “al próximo tsunami de la inteligencia artificial” y su previsible efecto negativo sobre el empleo y, entre las razones que menciona para defender jornadas más cortas, figura una con implicaciones para la salud democrática: al tener más tiempo libre, los ciudadanos pueden participar en actividades comunitarias o políticas.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el mundo más de un tercio de trabajadores trabaja más de 48 horas por semana, especialmente en Asia y en el Pacífico. En Europa y Asia Central el promedio es de 38 horas a la semana. “Sabemos que jornadas laborales por encima de 48 horas tienen impactos muy negativos en la salud física y mental de los trabajadores porque aumenta la fatiga, el estrés y se producen trastornos del sueño, además de disminuir la seguridad en el trabajo y dificultar la conciliación laboral y familiar. Un estudio que hicimos en 2021 con la Organización Mundial de la Salud concluye que trabajar más de 55 horas semanales aumenta significativamente el riesgo cardiovascular”, destaca Catarina Braga, especialista en jornada laboral de la OIT.
Una de las lecciones que extrae de sus investigaciones Juliet Schor es que “los estilos de vida acelerados y con largas jornadas laborales que impiden el bienestar humano también inciden en el deterioro del medio ambiente”. Aunque no cree que todas las organizaciones puedan implementar ahora mismo una semana de cuatro días sin aumentar los costes, está convencida de que su generalización es cuestión de tiempo. “Las que se queden atrás tendrán que adaptarse o correrán el riesgo de tener una posición desfavorable en el mercado laboral”, augura.