(Nota bene: Dicen que el acuerdo se producirá en cuestión de horas. Quizá. Y ojalá).
Comencemos por lo evidente: Pedro Sánchez ha negociado todo lo que ha negociado con los independentistas porque los resultados del 23J le obligaban a ello si quería seguir en La Moncloa. Incluida, por supuesto, la amnistía. Pero de lo poco que ha explicado hasta ahora el presidente en funciones hay dos frases que deberíamos tener muy presentes cada vez que emitamos algún juicio sobre tan espinoso asunto. Hacemos lo que hacemos, vino a decir, porque en base a esos resultados “se ha abierto una ventana de oportunidad”. Y dos: dadas estas circunstancias, “hagamos de la necesidad, virtud”, añadió. A la vista de la sinceridad, sólo nos queda compartir o no la decisión, por supuesto, pero al menos admitir que ambas cosas son ciertas. Houston, teníamos un problema, y la conjunción de los astros nos ha dejado la oportunidad de solucionarlo. La pelota en el punto de penalti. Ejecutará Sánchez la pena máxima y es muy posible, los pronósticos sobre los aciertos son muy favorables, que se logre el gol. Entre protestas desmesuradas, e incluso enloquecidas, del equipo contrario y de una parte importante del público. Así que vayamos a lo mollar.
Todos los procesos de reconciliación, de reencuentro, de restañar la convivencia dañada en una sociedad compleja como la nuestra, después de situaciones traumáticas, están sembrados de dificultades abrumadoras. Pero algo resulta evidente: las salidas a los conflictos políticos sólo se solucionan con acciones políticas. Puro Perogrullo. Por supuesto que hay quien niega la mayor, esto es, que no existe tal conflicto político y que lo ocurrido en Cataluña en el 2017 fue cosa de una minoría a la que se puede aislar, meterla en una burbuja –¿quizá una patera?– y tirarla al Mediterráneo, que ya se sabe que a fuerza de desventuras, tiene este mar su alma profunda y oscura. Pero no es verdad, se trata de una falsedad absoluta que desprecia no ya el análisis político, sino la realidad fáctica de los números, tan cruda.
Al dato. Composición del Parlament de Catalunya. Total de diputados, 135; mayoría, por tanto, 68. Por partidos: PSC, 654.766 votos, 33 diputados, la lista más votada. Bien. Pero veamos los datos siguientes: ERC, 605.581, 33 diputados; Junts, 570.539 y 32. Sumemos los 9 de la CUP a los nacionalistas, y nos suman 74. Añadamos los 8 de los Comunes a Salvador Illa y tenemos 41. Pero es que ni tan siquiera sumando, que ya es sumar, a Vox (11), Ciutadans (6) y PP (3) a los socialistas, se supera a los partidos que proponen –y con demostrada energía y persistencia– el referendo de autodeterminación. Se sabe, además, que las encuestas ad hoc nos muestran que el 42% o el 48% de los catalanes, según momentos, para este caso da igual un porcentaje que otro, están a favor de la autodeterminación, sea eso lo que sea. Censo de votantes en Cataluña, 5.422.803 ciudadanos con derecho a depositar la papeleta en una urna. Aunque sólo apliquemos a nuestro razonamiento el 40%, hablamos de más de dos millones de habitantes. ¿Una escoba y a la basura?
Claro que hay un conflicto. Y bien vivo y violento como se vio en aquellos días de 2017 que quizá queramos olvidar pero que no podemos borrar. Como lo hay en el País Vasco. ¿También al Cantábrico los 275.000 ciudadanos que votaron PNV y el mismo número, otros 275.000, que se inclinó por EH Bildu? Porque no se perciben con claridad qué soluciones inteligentes, viables, justas y democráticas ofrecen para solucionar los problemas con los nacionalismos catalán y vasco, aparte de las grandes –y estúpidas– referencias a España se rompe, la unidad de la patria y gazmoñerías similares, esas apocalípticas derecha y extrema derecha, cogiditos de la mano, cuánto te quiero, Santiago, yo a ti más, Alberto. ¿Qué puede hacer el PP, inexistente en el País Vasco y expulsado a manotazos de Cataluña? ¿Qué quieren hacer, cuál es su propuesta de solución, si exceptuamos la mano dura que proponen los más duros de los duros, o el dejar hacer de los más blandos, Rajoy en la memoria, grandes culpables unos y otros de la situación actual?
A veces conviene irse a los extremos para hacer más claro el ejemplo. Las dificultades en los procesos de reconciliación, decíamos antes, son gigantescas. Los miles de víctimas en ambos bandos de Irlanda, la guerrilla de Colombia, la superación de los traumas tras las dictaduras, además de la de Franco, bien conocida y sufrida por nosotros, la de Pinochet o los Videla y sus secuaces sanguinarios. En todos se produjo, con el desgarro de muchos de sus ciudadanos, un proceso que condujo al diálogo para acabar con tanta muerte y tanto dolor. Claro que hubo resistencias feroces en esos países tras los acuerdos políticos para poner fin a aquellas masacres. El dolor de las víctimas, la injusticia frente a la necesidad del perdón para una cierta reconciliación que permitiera el futuro en un marco asumible de convivencia pacífica.
Dirán ustedes, y con razón, que en todos esos casos se trata de superación de problemas de una magnitud infinitamente superior a la que nos ocupa referente a los sucesos de Cataluña de octubre de 2017. Por supuesto. ¿Cómo comparar esas tragedias históricas con aquella simulación de referendo, urnas de cartón, la interrupta proclamación de independencia y acto seguido, materialmente en un suspiro, su suspensión, decretada por el mismo presidente catalán? Lo único que se produjo a ciencia cierta y hay constancia gráfica y escrita, fue una manta de palos de la policía nacional a ciudadanos pacíficos, y también de manifestantes no tan pacíficos a agentes que aguantaron las evidentes agresiones a pie firme, ambas actuaciones graves por su violencia en sí mismas, pero leves, afortunadamente, en sus consecuencias físicas.
Hay, además, una mentira que circula entre los más feroces opositores a la amnistía que consiste en proclamar que quienes vulneraron la legalidad no se pueden ir de rositas, dicen. Que paguen por sus delitos. El argumento es notablemente falso, porque muchos de ellos han pasado años en la cárcel y otros aún siguen en el exilio. Y a algunos esas penas pueden parecerles menores, o incluso de extrema liviandad, pero será, seguramente, porque ellos no han pasado tres años y ocho meses en una celda o seis años alejado de tu país, exiliado, sea para ellos España o Cataluña, que a estos efectos tanto da. Y si Sánchez no pone en marcha los indultos, con el coste político que todos sabemos, aún se estarían pudriendo en la cárcel de Estremera. ¿Irse de rositas?
Ya sabemos lo que espera a estos acuerdos si llegan a producirse, con la bandera de la amnistía en la proa del barco. Guerra a muerte desde la derecha, movilización general, cornetas y demás con su toque a degüello, revolución de arriba a abajo, los mandones de toda la vida impidiendo que la mayoría obtenida en las urnas con mucho trabajo consiga formar gobierno. Un ataque simultáneo emprendido bajo la flamígera espada del muy malamente enterrado José María Aznar, el gran mentiroso. Dará igual, por ejemplo, que la condonación de la deuda se haga a todas las Comunidades, incluidas, obviamente, las del PP. Todos los peones, caballos, alfiles y torres, llevan semanas formados para la gran batalla. Ahí están también los intelectuales revirados, fervientes nacionalistas de su España, oigo patria tu aflicción, los émulos de los felipesguerra, las fieras de los medios de comunicación de la caverna, amén de los jueces ahora dizque políticos, que todos ellos, como María Cristina, nos quieren gobernar, pero sin ganar en las urnas.
De los magistrados, caso aparte, no hablaremos mucho en este Ojo, que para hacerlo con propiedad y sabiduría reconocida ya están los admirables artículos de José Luis Martín Pallín en este diario.
Y Sánchez, haga usted el favor de salir a la palestra de una vez por todas a explicarnos qué hace y qué pacta, que ya lleva semanas de retraso, él y todo su equipo, en plantar cara a ese tenebroso tsunami. Ya llevan demasiada ventaja. Por cierto, ¿duele a la derecha y a las viejas glorias del PSOE ese apoyo casi incondicional que han mostrado los militantes socialistas a su jefe de filas?
Decíamos no acabar nuestras columnas sin mención a la torturada Gaza. El horror de las religiones. Hamás. Sura 2, versículo 191 del Corán: “Mátenlos donde deis con ellos y expulsadles de donde os hayan expulsado (…) Así que, si combaten contra vosotros, mátenlos: esa es la retribución de los infieles”. Gobierno israelí. Pasaje de libro Samuel 15.3, incluido hace muy pocos días en un discurso de Benjamín Netanyahu, citado por la implacable Olga Rodríguez: “Ahora vayan y atáquenlos y destruyan absolutamente todo lo que tengan y no los perdonen, pero mátenlos, tanto a hombres como a mujeres, infantes y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y burros”.
Fanatismo cruel e inhumano. De los que tanto rezan.
Adenda. ¿Qué hacemos con Esperanza Aguirre, condesa consorte de Bornos, que ahora, tras destrozar la sanidad madrileña y ejercer de oscura marchante, se dedica, qué barbaridad, a manifestarse y cortar el tráfico, como una vulgar plebeya, ante las puertas de la sede del PSOE junto a señoros y señoras que gritaban enfervorizados ¡viva Franco!? ¿Se puede ser más ridícula, más patética? Y con más cara dura: de qué presumirá esta buena señora, para siempre marcada por el indigno tamayazo, que durante años amamantó a su vera a delincuentes de todo pelaje, entre ellos sus dos vicepresidentes y su consejero más cercano en la cárcel. Regaló chiringuitos a Santiago Abascal, ni un palo al agua, o a Isabel Díaz Ayuso, hoy tan encumbrada como reina del vermú, el honor de redactar, qué fatigoso y brillante trabajo, aquellos vibrantes tuits de Soy Pecas, la perrita de la señora condesa.
Y basta. Que nos agota personaje tan insignificante.
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