Del resultado de unas elecciones hay que exprimir con fuerza para extraer hasta la última de las conclusiones. Se aprovecha todo. Como del cerdo. Y no se olviden de la oreja, que el Ojo la recomienda al ajillo. Pero vamos, tampoco hay que esforzarse mucho en interpretar estos comicios andaluces, que tienen un resumen de lo más sencillo: barre el PP y se despeñan todos los demás. Luego sofisticamos el análisis, pero entremos así a la cosa, que cualquier otra aproximación es negarse a ver la evidencia.
Todo bien para la derecha y todo mal para la izquierda. Es más: el ultravencedor Moreno Bonilla, otrora “el pobre Juanma”, tuvo a su lado, como colaboradores de lujo para su único objetivo, evitar un gobierno con Vox, a todos los líderes del resto de formaciones, desde el fantasma Marín, se oían las cadenas cada vez que hablaba, a Espadas, Nieto o Rodríguez. ¡Que viene Vox!, gritaban al unísono. Y los andaluces, asustados, eligieron la urna del candidato del PP para evitar que tuviera que gobernar con Macarena Olona, más Cruella de Vil que nunca. Lo advirtió el Ojo hace un par de semanas, y así ha pasado: el único beneficiario de esa estrategia iba a ser Moreno Bonilla. Bingo. El Ojo no es listo; es que es viejo.
Nada se puede hacer contra esos resultados, ya grabados a fuego en la historia democrática de Andalucía, así que convendrá ponerse en versión Rodrigo de Triana a ver si somos capaces de avistar un futuro más halagüeño, más soleado, mejor dotado para los ciudadanos de a pie, esos que no saben que van a perder atención sanitaria y educativa, y que poco a poco van a ir afianzando una cultura neoliberal –de alguna forma hay que llamarla- que acabará con cualquier intento de justicia distributiva. Por ahora, es lo que han elegido los andaluces. Y es lo que tendrán. Ni lo duden.
¿Entendemos ya que no existe un partido llamado Ciudadanos, nacido contra la izquierda, que jamás su alma fue de centro, siempre ayudando a su señor, la derecha económica, y que selló su particular RIP en aquel aquelarre de la plaza de Colón? Ya ha hecho todo el daño que ha podido, camuflada su alma profundamente reaccionaria por algunas firmas interesantes de la economía u otras disciplinas, pero absolutamente negadas para la política, incapaces de distinguir un huevo de una castaña, o a un cantamañanas como Albert Rivera de un personaje respetable. Tuvo su oportunidad allá en 2016 de ser alguien en política, pero quienes le pagaban le frenaron en seco: con esos, no; con el PP, sí. El domingo se acabó Ciudadanos, ni entierro necesita, que ya está bajo tierra.
¿Se ha frenado Vox? Pues es posible, porque si la derecha de toda la vida vuelve a La Moncloa, ya me contarán para qué se necesitan ogros comeniños en las fiestas infantiles. Mejor registradores de la propiedad que matarifes de las plazas de toros. Dicen que Isabel Díaz Ayuso apuesta por ellos y que se aliará en Madrid con los de Abascal. Una tontería. Si la reina del vermú puede prescindir de ellos, lo hará sin el menor miramiento, como ha hecho su compañero de filas Moreno Bonilla. Y, por supuesto, si los necesita, allí los tendrá, tal y como ha hecho el PP de Núñez Feijóo en Castilla y León, que nadie se engañe y llegue a creerse que fue el pimpollo Casado el responsable de la alianza. Lo importante es el poder, no vayan a olvidarse.
¿Y la izquierda? ¡Ah, la izquierda! ¿Qué tal si decimos que un desastre, una ruina, una catástrofe? Por orden: el PSOE ha perdido tres escaños, una derrota sin paliativos, un fracaso de su candidato, de todo el partido y de Pedro Sánchez. ¿Quieren engañarse con el salvamento de muebles? Pues allá ellos. Decíamos antes que íbamos a mirar al futuro. Y ahí se nos aparece que en La Moncloa tienen que tomar medidas urgentes y radicales. Hizo Sánchez el año pasado una remodelación alegre y jaranera de su gobierno con ánimo de enfrentar tiempos de abundancia, de fondos europeos, de recuperación de la crisis, de millones de euros para repartir, y resulta que estas buenas gentes de sonrisa fácil y currículo sucinto no le sirven para las bayonetas. Pues algo tendrá que hacer, porque esta inanidad es insufrible, multiplicada hasta la desesperación por una incompetencia rayana en lo enfermizo de la torpeza comunicativa de este Gobierno, incapaz de vender los éxitos más clamorosos. Es verdad que el Ojo se repite, pero también lo es que ellos no mueven un dedo para mejorar esa catástrofe.
Decisiones drásticas, eso es lo que necesitan. Por no hablar del terreno a su izquierda, ese sancocho de egos sin desbastar, ideologías mal aprendidas en tres tardes de juventud, unidas a la soberbia de creerse los más guays del lugar. Doce escaños han perdido en Andalucía en esta tragedia de me ajunto hoy pero me separo mañana, mis siglas por delante de las tuyas, mi candidata va en cabeza de lista. Un bochorno, una vergüenza. ¿Quiere de verdad Yolanda Díaz liderar una opción respetable, sólida, por otra parte absolutamente necesaria para lograr la continuidad de la izquierda en el Gobierno? Pues ponga orden a machetazos. Ese guirigay está condenado al fracaso más absoluto. Esos más de tres millones de votos ya tienen una líder. Ahora necesitan que se despeñen los pajes inútiles.
Por lo pronto, vamos a ver crecer ante nosotros, como un gigantesco globo hinchable, el mantra del cambio de ciclo, elaborado en las fábricas de los gabinetes de la derecha política y aireada hasta la extenuación por esa caverna mediática que nos va a bombardear con la exigencia de elecciones anticipadas, Sánchez está muerto, el Gobierno exhausto, etcétera, etcétera. Que esperen, que todavía hay varios pasos que dar para certificar que la izquierda ha fallecido y anda ardiendo en los infiernos. El primero, las municipales y autonómicas de la primavera de 2023. No corran los enterradores, que lo mismo no encuentran el ataúd.
Adenda: Todo, cualquier cosa, menos aceptar de buen grado y tragarse sin anestesia el deplorable discurso de Adriana Lastra en la noche electoral, sublime demostración de por qué la izquierda se encalla en las orillas. Patético. Por favor, borren de nuestra vista y nuestros oídos semejantes disparates.
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