Las estimaciones discrepan en torno a la cifra exacta de glaciares existentes en nuestro planeta. Sin embargo, la mayoría de los expertos señala que su número se aproxima o supera los 200.000. Su distribución es muy desigual. Cerca de las tres cuartas partes de los mismos se concentran en las latitudes polares o circumpolares y en los sistemas montañosos que ocupan el centro de Asia: Himalaya, Kun Lun, Tien Shan, Karakorum, Pamir e Hindu Kush. El 25% que falta se halla dividido, con mejor o peor suerte, entre las cordilleras que se extienden por el resto de los continentes, aunque, como es bien sabido, África y Oceanía cuentan con muy pocas muestras en su haber.
El futuro de estas masas de hielo que se mueven y deslizan obedeciendo a la ley de la gravedad no pinta bien. El cambio climático y el consiguiente incremento de las temperaturas en todo el planeta están provocando que prácticamente todos los glaciares de los que se tiene noticia se hallen inmersos en procesos de regresión, de pérdida tanto de espesor como de superficie. Quienes intentan poner coto a este problema argumentan que el único modo de hacerlo pasa por combatir la causa que lo ha provocado, es decir, frenando la emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero o descarbonificando la atmósfera. Pero mientras los políticos se ponen de acuerdo (o no) en torno a las medidas que es preciso establecer para aliviar y resolver la crisis, los glaciares siguen deshaciéndose y retrocediendo sin que nadie haga nada para evitarlo.
Esta última afirmación no es del todo cierta. En realidad, aunque de forma muy limitada y casi marginal, sí existen planteamientos e iniciativas destinadas a intentar frenar y revertir procesos como el que acabamos de mencionar. La más singular o sorprendente lleva décadas desarrollándose en Baltistán, un territorio pakistaní situado a los pies del Karakorum y conocido por albergar al K2 y a los glaciares Siachen y Baltoro, dos de las masas de hielo más extensas de la Tierra. El proyecto, denominado genéricamente glacier grafting (plantación o injerto glaciar), se remonta, en su versión actual, a los años 2004 y 2005 (https://hilal.gov.pk/view-article.php?i=3164). En esas fechas, el A.K.R.S.P., un organismo patrocinado por el Agha Khan, decidió comprobar qué había de cierto en una tradición local que aseguraba que el apareamiento ritual (gang khswa) del hielo obtenido de un glaciar macho (po gang) con el del extraído de uno hembra (mo gang) originaba el nacimiento de un tercer y nuevo glaciar. Para llevar a cabo su propósito, la fundación solicitó la ayuda y el asesoramiento de los autóctonos, los únicos que entonces y ahora cuentan con conocimientos suficientes para seleccionar los emplazamientos más adecuados, reunir los ingredientes necesarios, combinarlos adecuadamente y ejecutar la ceremonia.
Según algunos relatos baltíes, el procedimiento fue ideado en el siglo XIV por un líder religioso llamado Amir Kabir Syed, pero no con fines civiles sino defensivos. Su objetivo no era garantizar el abastecimiento de agua de boca o de riego a las poblaciones que carecían de un suministro regular sino cerrar los pasos de montaña, obstaculizar su acceso para impedir que los atacantes tibetanos o uigures invadieran sus valles.
Leyendas aparte, el primer paso para poder llevar a cabo esta práctica o contar con ciertas garantías de éxito consiste en elegir un lugar, uno que reúna unas condiciones mínimas. Su altura, por ejemplo, debe superar los 4.000 metros y la temperatura del suelo siempre debe permanecer por debajo del punto de congelación. Por otra parte, el terreno, además de pedregoso y sombrío, debe caracterizarse por su exposición a los vientos dominantes tanto en primavera como en verano. Tras esta tarea, los participantes se dividen en dos grupos y mientras el primero se ocupa de excavar in situ un pozo de varios metros de profundidad, el segundo se dedica a extraer grandes bloques de hielo de hasta 35 kg de peso de dos glaciares diferentes, uno masculino y otro femenino. La principal diferencia entre ambos estriba en su aspecto y coloración. Los masculinos son oscuros, grisáceos y se hallan repletos de impurezas o cubiertos de derrubios; los femeninos son transparentes, diáfanos y exhiben un tono azulado. Una vez finalizada esta operación, el hielo se traslada al punto al que nos hemos referido más arriba y en ese momento da inicio el gang khswa, el ritual religioso que consagra la unión de los dos glaciares, es decir, de los fragmentos que los representan. Es entonces cuando la excavación se convierte en una auténtica cámara nupcial diseñada para recibir a los contrayentes junto a las ofrendas que los acompañan (huesos de albaricoque, paja, agua, carbón vegetal, granos de cereal, sal) y para que estos encuentren la ocasión de aparearse y engendrar descendencia. En la ceremonia no faltan las canciones, ni las oraciones o la recitación de algunas suras coránicas porque tanto el oficiante como los asistentes creen firmemente que el futuro del nuevo glaciar, su consolidación y crecimiento, dependen de la voluntad y sanción divinas.
De momento, la literatura científica (https://www.mdpi.com/2071-1050/13/9/5208) no ha logrado avalar o confirmar mediante datos la efectividad y validez del glacier grafting tal como lo acabamos de describir. Da la impresión de que la creación ex novo de glaciares siempre ha estado fuera del alcance humano. Sin embargo, fuentes baltíes afirman que los glaciares injertados, aunque poco numerosos, no son un fenómeno insólito y que el más antiguo de todos ellos, el Kondus, cuenta con la friolera de 600 años de antigüedad.