El cura que se escondía para ver los partidos del CD Tenerife

Vista del Stadium en la década de los 20 del siglo pasado.

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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Ser aficionado al fútbol y sacerdote no estaba bien visto en los años veinte del pasado siglo. En Tenerife, el vicario capitular que entonces estaba al frente de la diócesis nivariense, Santiago Beyro, hacía la vista gorda sobre la conocida afición a este “salvaje deporte” del sacerdote Francisco Herraiz Malo, quien también era el director de la Caja General de Ahorros. Pero en agosto de 1925 tomó posesión en La Laguna un nuevo obispo, Albino González Menéndez Reigada. Y Fray Albino no era partidario de que los curas se mezclaran “con el tumultuoso apasionamiento de los graderíos” y mandó una circular a todas las parroquias y centros religiosos prohibiendo terminantemente que los curas asistieran a los partidos de fútbol.

Para el CD Tenerife eso era un problema. Porque para culminar la construcción del Stadium que se había inaugurado pocas semanas antes, había solicitado un préstamo a la Caja de Ahorros. Un préstamo que nunca podía devolver. Y cada vez que se vencía el plazo, Herraiz Malo concedía un nuevo empréstito al que se sumaban los intereses no satisfechos. La entidad quedó entre la espada y la pared: no podía hacer la vista gorda ante la conocida prohibición ordenada por el nuevo obispo... y tampoco parecía muy inteligente desairar al principal acreedor. Y tras pasar por el Stadium equipos como el Sevilla o el Español de Ricardo Zamora, para el 14 de noviembre de 1925 se anunciaba un Tenerife-Marino, el clásico de la época.

El Marino era el mejor equipo grancanario y el partido ante el Tenerife resultaba imperdible para el director de la Caja General de Ahorros, pese a la prohibición de Fray Albino. Era preciso actuar. Y rápido. Así que para no darle un disgusto al sacerdote, la directiva que presidía Muñoz Pruneda ideó una solución: le cedió a Herraiz Malo una garita que había en la esquina que unía las gradas de Levante con la Tribuna de Preferencia. Cerrada al exterior, disponía de una pequeña ventana desde la que se dominaba todo el terreno de juego. Allí instalaron una silla y crearon 'la habitación del cura', un espacio conocido por muy pocas personas. Y desde luego, un escenario del que nunca conoció su existencia Fray Albino.

Desde esa tarde de noviembre y durante mucho tiempo, en esa improvisada 'tribuna' veía los partidos don Francisco, quien, eso sí, tenía la obligación de acudir al campo media hora antes del inicio del choque; y luego, a su término, esperar a que se desalojara la zona para evitar que algún ‘meapilas’ acudiera con el chisme al señor obispo. De hacerlo, el plan B pasaba por declarar que Herraiz Malo respetaba el sentido estricto de la prohibición, pues estaba aislado y no se mezclaba “con el tumultuoso apasionamiento de los graderíos”. En el estreno de su nueva localidad, el Tenerife cayó (1-3) ante el Marino pese al gol inicial de Ángel Arocha. Pero al día siguiente los blanquiazules se tomaron la revancha (2-1), con tantos de Arocha y Torres.

Y luego llegarían más victorias, muchas más. Y como Fray Albino tardó más de veinte años en irse a Córdoba, su nuevo destino, Herraiz Malo siempre tuvo que verlas desde 'la habitación del cura'.

(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.

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