El fichaje de un tal Pizzi

Pizzi celebra un gol en un Tenerife-Valencia de Liga

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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Pizzi, Pizzi, Pizzi, Pizzi, Pizzi… Jorge Solari, entrenador del CD Tenerife, insistía siempre con el mismo nombre mientras adoptaba un gesto compungido y se hacía la víctima. “Vio, profe, sólo nos traen jugadores de Segunda División”, le decía al preparador físico, Norberto Pacciulo, mientras el equipo se entrenaba en Los Cuartos, “un pasto para vacas, no para jugar fútbol”. “¿Y Pizzi?”, le preguntaba todos los días a Santiago Llorente, el secretario técnico.

Para entonces, el encargado de los fichajes había traído a Chano (“vio, profe, del Betis, que se fue a Segunda División”), a Antonio Mata (“vio, profe, del Málaga, de Segunda División”), a Dertycia (“vio, profe, del Cádiz, que no se fue a Segunda División de milagro”). La cuarta contratación era Rafael Berges, del Córdoba. En este caso no necesitaba recurrir a Pacciulo para quejarse. “Pero si es del Córdoba, de Segunda División B, no puede ni figurar”, se lamentaba.

¿Quién era el objeto del deseo de Solari? Pues Juan Antonio Pizzi Torroja (Argentina, 1968), un perfecto desconocido para aficionados y periodistas tinerfeños, excepto para aquellos que leían El Gráfico. Los que tenían acceso a esa revista sí sabían que era un ariete que, tras dos notables temporadas en el Rosario Central (27 goles en 57 partidos) había sido traspasado al Toluca de México, donde padeció problemas de adaptación que no le impidieron firmar un curso aceptable (12 goles en 30 partidos).

“Santi, ¿y Pizzi?”, insistía el técnico en cada pasillo, en cada esquina, en cada encuentro con Llorente. Tras más de un mes de negociaciones, el 7 de agosto de 1991 el CD Tenerife anunció el fichaje de Juan Pizzi. Pagó un millón de dólares al Toluca (unos 110 millones de pesetas al cambio de entonces) [661 mil euros] y le hizo un contrato por cinco temporadas a razón de unos veinte kilos [120 mil euros] anuales.

Los kilos, pero de peso, fueron lo primero que llamó la atención de Pizzi en cuanto apareció en pantalón corto (a punto de reventar) por el Heliodoro. La desconfianza se adueñó del entorno. “Es que soy de culo bajo”, se justificaba. En su primer amistoso importante, en la final del Trofeo Teide ante el Betis, recibió un balón de espaldas a la portería de Trujillo en el círculo central, se giró, disparó con la izquierda y colocó la pelota en la escuadra.

Esa noche se disiparon las dudas de los escépticos. En Copa del Rey se estrenó en su debut y marcó cinco goles. Y en la Liga, aunque no anotó hasta la novena jornada, logró quince tantos sin tirar un penalti. Al curso siguiente repitió cifra y llevó al equipo a la Copa de la UEFA. Luego, tras una cesión al Valencia, ya se sabe: otros 15 goles con Cantatore y ¡31! con Heynckes para ser pichichi y bota de oro europeo. Y siempre con el pantalón a punto de reventar. “Es que soy de culo bajo”, insistía.

(*) Este texto forma parte del libro El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.

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