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An evening with Il Divo (II)

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Aún así no las tenía todas conmigo, dado que su tercer disco-Siempre- no había llegado al número uno, como sí ocurriera con los dos anteriores. Además, tampoco había podido constatar el éxito de su último disco ?The Promise- en estas latitudes.

También rondaba en mi cabeza la tan cacareada crisis con la que nos despertamos todos los días en nuestro país, algo que por aquí se guardan en contar si no es absolutamente necesario.

Mis dudas se disiparon, nada más bajarme del tren, cuando pude darme cuenta de que, ni mucho menos, iba a estar solo durante el recital.

Lo cierto es que una hora antes de que empezara a sonar la música, las puertas del Hartwall Areena presentaban una actividad propia de la final de la liga de hockey ?el equivalente finlandés a la liga de fútbol profesional española, pero sin algunos excesos propios de nuestra tierra-. Cientos de personas se agolpaban de manera civilizada, eso sí, delante de cada una de las puertas, esperando para poder entrar en el recinto.

El Hartwall Areena está acondicionado para albergar unas 14 000 personas y, salvo algunos esporádicos claros, el lugar estaba totalmente abarrotado.

En esa hora previa, los pasillos eran un hervidero de gente que iba y venía, buscando su localidad, comiendo algo y degustando, para mi sorpresa, una copa de cava Cordorniú, bebida de “moda” en los restaurantes y bares de copas de la ciudad finlandesa.

En mi caso particular, y después de preguntar dos veces, encontré mi localidad, la cual me permitía ver el escenario con total claridad y sin nada que me lo impidiera. Una vez comenzado el concierto, también pude constatar que el sonido se escuchaba de forma perfecta, gracias a que mi butaca estaba situada en la parte media del lugar, enclave perfecto para disfrutar del espectáculo.

Durante ese tiempo pude fijarme en que el público era mayoritariamente femenino, y de edades comprendidas entre los 16 y los 50 años ?tres generaciones-. Además, el resto de público estaba compuesto de maridos, novios y miembros de los medios, entre los que me encontraba yo.

Al final, con un retraso de apenas diez minutos, se empezaron a oír las notas de la canción de Tony Braxton Unbreak My Heart (Regresa a mí), -el segundo single más vendido de la historia de la música contemporánea- en su versión española. Dicha canción fue el primer corte incluido en su disco Il Divo (debut del grupo), lanzado a mediados del año 2004.

La interpretación de Unbreak My Heart supuso una inmejorable tarjeta de presentación para un recital que nos mantuvo pegados durante más de dos horas a las butacas, merced a la entrega y la impresionante capacidad vocal de los integrantes del grupo.

Y esto se debió, no sólo a la calidad de los componentes de Il Divo, sino a que las canciones estuvieron muy bien encadenadas, alternando sus primeras composiciones, tales como Dentro Un Altro Si, Nella Fantasia, Isabel, o Passerà con otras más actuales, tales como The Power of Love (La fuerza mayor)?canción del controvertido grupo británico Frankie Goes To Hollywood-, Hallelujah, de Leonard Cohen, y L'Alba Del Mondo, versión italiana de la canción Deborah, compuesta por el maestro Ennio Morricone para la película de Sergio Leone Érase una vez en América.

En estos primeros momentos, David Miller, el tenor americano, hizo de maestro de ceremonias presentando a todos los miembros del grupo, así como su lugar de origen. Miller asumió dicho papel a lo largo de la velada cediendo el testigo, según el momento de la gala, a cada uno de sus respectivos compañeros.

Además, Miller tuvo uno de los detalles más bonitos de cuantos se vivieron en una noche digna de recordar.

Sucedió, aproximadamente, a mitad del concierto, justo después de terminar de cantar Mama, una de las melodías más famosas de cuantas componen el repertorio del grupo, dedicada a todas las madres que se encontraban en el Hartwall Areena.

Nada más terminar, una niña de unos once o doce años se levantó de su butaca -situada al lado mismo de uno de los pasillos que rodeaban el escenario- y llamó a Miller para darle algo. El tenor americano se agachó y recogió lo que la niña le dio, pero, antes de que pudiera darle las gracias, un miembro de la organización le pidió a la niña que se sentara.

El caso es que tras otra melodía tan impresionante como lo es Unchained Melody (Senza Catene por Il Divo) ?canción de The Righteous Brothers popularizada por la película Ghost- Miller llamó a su pequeña admiradora y ésta pudo darle un regalo a cada uno de los integrantes del grupo, además de recibir un beso Miller.

Tengo claro que todo esto, permanecerá en la memoria de la niña y me demostró que también puede haber tiempo para tener un detalle en medio de acontecimiento tan milimetrado como lo son los conciertos de este tipo.

A lo largo del concierto, quedó claro que el papel de Miller es el del “niño bueno” del grupo ?papel compartido con el tenor suizo Urs Bühler- un tanto tímido y sin el desparpajo “latino” del que hace gala nuestro compatriota Carlos Marín.

Marín, con su perfecto inglés, pero con el encanto de un español “curtido en mil batallas” hizo las delicias del público femenino, el cual no dejó de aplaudir sus intervenciones y corear su nombre ?y algún ¡Guapo!- en algunos momentos del recital. Sébastien Izambard también hizo gala del encanto francés, tan atractivo en estas latitudes como lo podemos ser los latinos, aunque sin tanto éxito como el cosechado por Marín.

Marín incluso logró levantar a buena parte del público para que demostraran sus dotes como bailarines, mientras los miembros del grupo cantaban Angelina.

Uno de los momentos más señalados de la noche llegó con la versión del solemne y siempre sobrecogedor Adagio en Sol Menor, basado en la Sonata en Sol Menor de Tomaso Albinoni y completado, tras la Segunda Guerra Mundial, por Remo Giazotto. Giazotto encontró el manuscrito de Albinoni entre las ruinas de una biblioteca de la ciudad de Dresde, tras el tristemente famoso bombardeo aliado.

La notas de la composición -considerada un alegato musical en contra de la guerra- acompañadas de las potentes voces del cuarteto lograron que todos aguantáramos la respiración. Si de por sí la composición logra poner la piel de gallina, el efecto se acentúa con las voces de los cuatro cantantes.

Con el Adagio se llegó al descanso de un recital, mayoritariamente cantado en castellano e italiano, un detalle que no pareció importar al público asistente en parte, porque nuestro idioma es cada vez más popular ?y estudiado- en este país.

En la siguiente columna -y última acerca de este evento- les terminaré de contar cómo transcurrió este concierto de Il Divo en el Hartwall Areena de Helsinki.

Eduardo Serradilla Sanchis

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