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Me atrapó el mundo de ayer

José Francisco Henríquez

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Meses antes de suicidarse en Brasil, corrían los meses de 1.942, Stefan Zweig, hombre fundamental de aquellos tiempos y bestseller de la época avant la lettre escribió El mundo de ayer para relatar una época cuando aunque el imperio austrohúngaro ya no existía, aún la guerras no habían destruido a la cultura europea.

Zweig se había instalado en 1.920 en Salzburgo en una mansión localizada en el número 5 de la Kapuzinerberg. En ese sitio fueron sus invitados Thomas Mann y Gustav Mahler, James Joyce y Richard Strauss, Paul Valery y Bela Bártok, HG Wells y Maurice Ravel y una nómina tan extensa como exclusiva que de saberla completa me hubiera gustado reflejarla en su integridad. En el 1.933, año de la fecha del ascenso de Hitler, su casa fue registrada. Para Zweig fue un impacto insuperable. Aunque no lo afirmó así, creo que para él empezaba el mundo de ayer. Pronto se fue de Salzburgo y apenas volvió para vender el inmueble.

En 2.019, hace pocas semanas yo me encontraba en el mundo de mañana, en Guangzhou, antigua Cantón. Tocó mi hijo a la puerta, cosa que en ciertos hoteles chinos es improbable porque cada cual solo puede acceder a su planta, para comunicarme que se me había consumido el mundo de ayer. No se me tocaba la puerta, sino sonaban las campanas por la mujer absoluta de mi vida. Cincuenta años antes en Playa del Inglés había conocido a una chica que solo había existido hasta ese día en mis sueños. De chica preciosa pasó a mujer de gran belleza y carácter y al fin era una gran señora, estrella rutilante emisora de los valores más nobles.

Durante veinticinco años sin interrupción fuimos visitantes de Salzburgo y yo, ella no iba, desde el pasadizo de la Linzergasse subía la cuesta empinada de Kapuzinerberg, una suerte de prueba de esfuerzo y al fin una peregrinación mitómana que se me antojaba necesaria aunque repetida. Desde fuera y mejor en verano los árboles impiden ver la mansión y menos visitarla. De cerca sí que vimos la memorable Traviata de 2.005 cuando sucedió algo desconocido hasta entonces para mí al final del primer acto, y le confesé : “oye Inés, por primera vez tengo ganas de llorar viendo una ópera”.

Todo me sucedió mientras visitaba el mundo de mañana, un país, el chino que no quiere crecer menos del 6 por ciento y se resiste a forzar el crecimiento con estímulos donde atisban riesgos financieros. Ya hablan de reformas, con una macroeconomía estable y una microeconomía flexible. Las reformas se centran en la apertura del sector agrario, el ensanche del sector servicios y la protección de la propiedad intelectual. El crecimiento será menor, creen que nunca menor del 6 por ciento pero más estable y cimentado en el empuje del sector servicios y del consumo doméstico. Las reformas deberán a largo plazo aumentar la productividad y la eficiencia de la inversión. En ese largo plazo se pondrá el foco en el cuidado de los mayores, los productos médicos y los seguros de salud.

Automatizar y robotizar son palabras de uso corriente como lo son a corto plazo la política fiscal y la política monetaria siempre vigilantes, a la alemana, a los riesgos financieros.

Hace años cuando algo nos resultaba extraño, lejano e indescifrable , le poníamos un adjetivo : chino. Hoy lo chino empieza a ser en el mundo que vivimos más de lo mismo pero diferente. Yo no apetecía conocer China pero en un acto de generosidad recibí la orden : has de ir con tu hijo.

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